El resultado de lo bien hecho impregnó esta tarde en La México, pues Gerardo Rivera se manifestó como un torero que hace las cosas con propiedad en el redondel y que cuenta con buenos cimientos para funcionar en esta compleja profesión, además de sello personal y esa chispa de sentimiento que siempre cala entre la afición.

Una oreja le cortó el tlaxcalteca al quinto de la tarde, de Los Ébanos, al que le colocó banderillas con más esfuerzo que lucimiento, e incluso sufrió un arropón. Sin embargo, de muleta aprovechó las bondades de un novillo noble y que metía la cabeza con buen estilo, aunque por momentos perdía la fijeza.

Comenzó doblándose con elegancia y hubo factura de su calidad derechista, arqueando el brazo para dar mayor pulso a la ejecución de las suertes. Hubo también naturales bien cuajados, aunque en una de las series fue empalado y el novillo le pasó por encima. Terminó su faena con adornos y destellos, para finalmente pasear la oreja tras liquidar de una estocada desprendida.

Ya delante del primero de su lote había puesto al público a su favor desde el quite por chicuelinas y tres buenos pares de banderillas, así como quiebro incluido en el último de éstos. Con cabeza clara, estructuró una faena medida y en la que brillaron los pasajes por el pitón derecho, relajando por momentos la figura. Una oreja pudo cosechar de no haber fallado a espadas, pero el público le reconoció con una ovación desde el tercio.

Xavier Gallardo es un novillero maduro y que, de la mano del maestro Manolo Mejía, ha desarrollado mejor su técnica. El primero de la tarde fue de Los Ébanos, ejemplar manejable pero al que le faltaba una pizca de transmisión, ante el que planteó un trasteo con estructura y solvencia, pero sin que hubiera gran conexión en los tendidos.

El cuarto de la función buscó tablas desde muy pronto. Gallardo lo consintió y no lo forzó, toreándolo donde más a gusto estaba el ejemplar y así consiguió momentos con calidad por ambos pitones, aunque su faena vino a menos, así como a pique se fue el ejemplar.

El colombiano Pinilla se mostró dubitativo y limitado técnicamente, estando por momentos a merced de sus novillos y en ambos tuvo momentos de peligro. El viento le molestó durante la lidia de su primero y nunca pudo andar a gusto, mientras que su segundo fue desarrollando sentido y él nunca se centró con él. Hay que apuntar, sin embargo, que el esfuerzo estuvo patente