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Desde el barrio: Las lágrimas del lince

Martes, 11 Ago 2015    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Morante lloró el domingo en el callejón de la plaza de toros de Marbella. Sentado en el esportón, vestido con esa chaquetilla sin alamares que recuerda a las del gran Chicuelo, de botella y oro se tapaba la cara con un ramo de flores, como oliera el perfume de las rosas.

Pero no era cuestión de olfato sino de gusto, del sabor agrio que dejan la rabia, la impotencia y la incomprensión, lo que hacía saltar las lágrimas de este torero que, como el lince ibérico, se siente una especie en peligro de extinción.
Sin atreverse a hacerlo públicamente, muchos le calificaron de ridículo cuando hace unos días el de la Puebla se presentó disfrazado de lince-torero para llamar la atención en un acto con niños en Huelva.

No era, desde luego, una actitud normal en un personaje que ya de por sí se sale de la norma, y menos en relación a la reaccionaria liturgia del oficio del toreo, al que tanto preocupan las formas mientras que, sin tanta puñeta, va viendo como se degenera su fondo desde hace años.

Pero aquel disfraz era un grito comprensible, un clarinazo de alarma sobre todo en un espíritu tan creativo y atípico como el de Morante, que, con toda la razón y sobrados argumentos, se considera distinto al resto de mortales y de compañeros. Afortunadamente.

Y como el lince se debió sentir de nuevo el domingo en Marbella, después de que localizara en el tendido a ese cansino de Peter Janssen, el "holandés errante e irritante", el émulo del chufla de Jimmy Jump, aquel catalán al que ya no dejan entrar en los campos de fútbol después de varios saltos al césped y ante las cámaras.

En cambio, este pesado con nombre de gregario ciclista porta bidones se está pegando unas estupendas vacaciones pagadas por España por tirarse al ruedo de vez en cuando con el pecho pintado con lemas antitaurinos.

Al parecer, Morante le vio en el tendido marbellí (ya le conoce de unas cuantas) y se lo advirtió al delegado de la autoridad, que se puso a silbar "El puente sobre el río Kwai" como si el asunto no fuera con él.

Luego, ya saben, el Vegan Streaker Group, o sea, Janssen y otro coleguita, cumplieron una vez más su "arriesgada misión" con total impunidad, salvo un par de empellones, mientras que la policía quería detener a la gente de Morante por reducir a los "espontáneos" con una contundencia entendible pero sobrante a todas luces. Más que nada, por no darles la razón.

Y lloró Morante, sí, después de cuajar al toro al que, en una íntima y pública reivindicación, se negó a matar como protesta contra la actitud de la policía. Y puede que también como arrebatada reacción personal ante las crecidas minorías políticas que han decidido convertir a toreros y taurinos en apestados, como preámbulo de su fanática carrera hacia la arbitraria abolición de las corridas de toros.

Que uno de los más grandes artistas de la actualidad (y no sólo del toreo) se sienta incomprendido y perseguido así en este país todavía llamado España es una de las mayores incongruencias de una sociedad que ha perdido el norte, que ya no sabe reconocerse a sí misma entre el barullo moral por el que avanza el siglo XXI.

Y es que a tantos histéricos de este mundo les preocupa más el puñetero león que mató el dentista americano (al que ya le han jodido la vida, por cierto) que los miles de niños que mueren de hambre en ese mismo Zimbabue tiranizado por Mugabe.

Claro que nada de esto otro les importa tampoco a los medios internacionales que le dan vueltas al molino del animalismo día tras día, igual que las televisiones y los periódicos españoles se preocupan más de un toro muerto a tiros en Coria que de las cuestiones que realmente inquietan a la gente normal que anda pasándolo mal en esta crisis.

Pero así es la manipulación informativa que sufrimos, la que, a propósito de Palma de Mallorca, ve "duros enfrentamientos entre taurinos y antitaurinos" donde sólo había insultos y agresiones por parte de ciento y pico locunos contra las casi diez mil personas que entraban pacífica y legalmente a ver los toros en el Coliseo Balear.

Para todos esos medios, infestados de antitaurinos, los malos somos nosotros, que tenemos ya el estigma de agresivos, de primarios, de maltratadores, de enfermos mentales, haya o no haya motivo que lo justifique. Y menos mal que aún ningún torero ha quemado a su mujer, como ese concejal de Izquierda Unida de un pueblo de levante, o ha matado a sus dos hijas, tal que el filicida gallego que criaba perros para exposiciones caninas…. Porque la demagogia no es equitativa.

Mientras tanto, la mediocre temporada del 2015 parece que se despereza, justo unos días antes de que arranque el contraataque de San Sebastián. Pero ni eso, ni las faenas de Iván Vicente y Rubén Pinar en Madrid, ni las nueve orejas y un rabo que Escribano les ha cortado en dos días seguidos a los "adolfos", ni la racha arrolladora de López Simón tendrán sitio en los tribunales de los torquemadas medíaticos.

Si acaso, nos repetirán hasta la saciedad más morbosa el cornalón de Rivera Ordóñez, por lo que el personaje tiene de "social" más que de taurino. Pero para otros asuntos ni estamos ni existimos, condenados de antemano, abandonados a nuestra suerte, como esos linces que hace años estuvieron a punto de desaparecer.

Pero hay que dejar de llorar. Y dar pasos adelante, como la magistral y orgullosa carta que Sebastián Castella a mandado a los medios y que es la mejor faena que el francés ha cuajado esta temporada. Es hora ya de que los linces saquen las garras.


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