Vaya manera que tuvo de presentarse en la plaza más seria y complicada de México el hispano Daniel Luque. A fe buena que cortar un rabo en Guadalajara es un privilegio que muy pocos han logrado. Sólo las faenas que tienen el nivel, como la que bordó en ésta emotiva tarde merecen tal reconocimiento.
Desde abrirse de capa, Luque sorprendió a muchos. Verónicas mecidas, con aroma, con acompañamiento de cintura… que digo cintura: con todo el cuerpo, el sentimiento y el ritmo que nos gusta a los mexicanos ¿El remate? De pintura. Como si fuese un desdén. Con el capote en la mano siniestra y dejándolo caer al paso del toro. Si los oles para jalear los lances fueron sólidos y estentóreos, para el remate pareció caerse la plaza.
Aún vendría el quite por verónicas de seda, y un doble remate por media con las que el andaluz entró al corazón de los tapatíos. Vendría lo mejor. Alternando la rodilla flexionada, se fue –al compás de los oles– hasta el centro del ruedo para ligar un trincherazo, el de la firma, un cambio de mano por delante y ligar uno de pecho con torería de la buena.
Dueño de la escena, se centró con una serie corta por derecha rematada con transferencia de muleta por atrás de la cintura a la izquierda y ligarlo con otro de pecho, que fue tan largo y hondo como el túnel subacuático de Calais a Folkestone. Pero sólo era el comienzo. La borrachera de bien torear, la cimentó Luque en suavísimos toque que embrujaron a "Tomano" para hacerlo seguir con humillación, ritmo y en series por derecha y luego por izquierda. Un poco a media alturita para que aguantara el de San isidro que hay que decirlo fue un toro con suerte.
El clímax llegó, cuando el hispano alternó pases con la izquierda citando con el envés de la franela, para cambiarse de mano a la derecha y ligar tres por cada lado que remató con un desdén que gustoso firmaría Manolo Martínez. Con paciencia y torería, el torero cuadró al toro con pases por bajo con la muleta en la zurda. Listo el escenario, se volcó con gran verdad para sepultar tres cuartos de acero fulminantes que hicieron rodar. Y digo rodar, literalmente sin puntilla a su enemigo. El juez de plaza Arnulfo Martínez sacó el pañuelo verde y todos estuvimos de acuerdo. Vuelta al ruedo de apoteosis.
El segundo de su lote, un ejemplar deslucido, sólo sirvió para saborear las buenas maneras del coleta ibero. Se frenaba, se terciaba. Aquí gozamos de algunas pinceladas que el público agradeció. Un volapié con entrega y el reconocimiento de la parroquia.
Una oreja de mucho peso fue la que se llevó a la espuerta Sergio Flores, por una faena plena de entrega, acicateado por el triunfo del visitante. Mire que es difícil centrar la atención, después de lo que hizo Luque. Pero el tlaxcalteca es un torero de mucho carácter y, a pesar que su enemigo no tenía las condiciones de lidia deseables, Sergio se puso en la línea de fuego; no iba a dejarse ganar la pelea.
Ese era su empeño. "Guayaquito" tuvo una salida alegre, pero fue la única satisfacción que nos dio; se puso tardo y reservón desde banderillas. Entonces, Sergio se fajó entre los pitones hasta cuajar una serie por izquierda con aroma a cloroformo que caló fuerte en los tendidos.
Vinieron bernardinas como para santos óleos y la estocada hasta la bola, no sin antes llevarse el toro por delante a su matador a quien le puso los pitones en la cara que lo hicieron trastabillar y a nosotros ahogar una expresión de terror por la zona donde fue golpeado el tlaxcalteca. Una oreja muy bien ganada. Fuerte petición por la segunda que, la verdad, los "pidientes" hicieron por la emoción de la voltereta.
El cierraplaza, segundo de su lote, de plano cantó la gallina. Y allá va Sergio Flores y su imponente entrega a plantarle cara. Terminó de nuevo metido entre los pitones para extraer con tirabuzón muletazos aislados, hasta que –lo que tenía que suceder– el toro le echó mano. Por fortuna, sin nada que lamentar. Más que el susto general.
Si antes de esta tarde Fabián Barba era un torero de todos mis respetos, hoy me quito el sombrero. Vaya entrega. Vaya convicción. Vaya forma de entregarse en la plaza. Sus tres enemigos no fueron materia propicia. Y menos el regalito. Un toro feo de hechuras y de una mansedumbre desesperante y desesperanzadora. Pues con ese, el aguascalentense se jugó el pellejo para mostrar lo que toda la afición de Guadalajara sabe. Que es un torero recio, un torero serio y nada ausente de buenas maneras; pero así son los toreros.
Al segundo de su lote, lo recibió en donde hay verdad en serio: en la boca de riego, no pegado a la puerta, donde los toros no se enteran aún. Barba esperó así también al de regalo. Su entrega fue justamente recompensada con una ovación en el primero de su lote, y una vuelta al ruedo con el cuarto de la tarde. Matador Fabián Barba… mis respetos.