El espectáculo taurino registró hace pocos días uno de sus episodios más espeluznantes y sorprendentes al punto que las imágenes del acontecimiento dieron la vuelta al mundo; las dolorosas escenas de los lidiadores a merced de sus toros en un sobrecogedor cara a cara con la tragedia, llamaron la atención de millones de personas que, entre incrédulas e impresionadas, consumieron el medio minuto en el que las televisoras empacaron el drama que en la arena de Las Ventas de Madrid vivieron David Mora, Antonio Nazaré y Saúl Jiménez Fortes.
La corrida del 20 de mayo se apunta en la historia pues debió ser suspendida al cabo de la lidia del segundo de la tarde con la terna de toreros yaciendo rotos en las camillas de la enfermería de la plaza.
La masiva cobertura informativa siguió a la referencia de los detalles del suceso en tiempo real, a través de las retransmisiones de los medios audiovisuales y del potente altoparlante de las nuevas tecnologías, que en incontables gorjeos de 140 caracteres procuraban relatar la sangría.
Los resúmenes y crónicas que viajaban por la red y se ponían en antena poco, muy poco, se asemejaban al contenido ordinario de un festejo taurino; los periodistas que atestiguaron la jornada, en unos casos pulsaron temblorosos los teclados o, en otros, no lograron, frente al micrófono, maquillar las voces marcadas por la emoción.
Lo cierto es que al cabo de los minutos y desde el rigor profesional la fuente de la información se alejó del ruedo y se concentró en los médicos que precisaban en el frío y cuidadoso texto del parte facultativo la condición de los heridos:
“El matador David Mora registra dos heridas por asta de toro, una en tercio medio cara anterior de muslo izquierdo con una trayectoria ascendente de 30 centímetros que produce arrancamiento de la vena femoral y colaterales, con destrozos en el músculo cuádriceps. Otra en la axila izquierda con una trayectoria ascendente de 10 centímetros que contusiona el paquete vásculo nervioso y alcanza el húmero".
"El matador Saúl Jiménez Fortes ingresa con dos heridas por asta de toro, una en cara externa del tercio superior del muslo derecho con dos trayectorias, la primera hacia arriba y adentro de 10 centímetros que alcanza el fémur, la otra trayectoria de 10 centímetros hacia abajo que causa destrozos en el músculo vasto externo. La otra cornada alcanza la pala iliaca".
Antonio Nazaré ingresa con traumatismo en la rodilla derecha con probable lesión de ligamentos” Los estudios radiológicos posteriores confirmaron la ruptura del ligamento cruzado posterior.
Al revisar el detalle de las lesiones de los toreros nos llama la atención su dimensión y gravedad. En el caso de Mora su vida corrió serio peligro al desangrarse en la arena por el caño de una arteria rota; en tanto que Jiménez Fortes permaneció en el ruedo hasta estoquear a su oponente pese a que el pitón del toro le llegó al fémur y, Nazaré se retiró por su propio pie a la enfermería con la rótula fuera de órbita.
La prolija recreación de lo acontecido en Las Ventas hace casi una semana, busca convertirse en un llamado de atención a quienes miran a la fiesta de los toros y a sus actores con desdén o indiferencia, cargándole de prejuicios, restándole legitimidad y negándole tiempo y espacio.
Esta ecuación casi absurda entre fiesta y muerte se repitió el fin de semana pasado en dos pueblos perdidos en el vasto México taurino. El novillero Luis Miguel Farfán sufrió una mortal cornada en la plaza de toros de la localidad de Maní en Yucatán; el joven torero de 24 años recibió una herida en el abdomen; el parte médico estableció que la causa de la muerte fue por un "choque hipovolémico por perforación de vísceras toracoabdominales por cornada de toro".
El mismo día Eduardo del Villar perteneciente a un grupo de forcados falleció en Seybaplaya luego de ser empitonado por un toro que le seccionó la arteria iliaca en la región de la parte superior del muslo derecho.
El desgarrador relato de quienes acompañaron a los muchachos en sus minutos finales resiente la lógica y enfrenta a la ética que deben primar a la hora de organizar espectáculos taurinos en zonas remotas carentes de medios de atención de emergencia.
La sangre derramada aquí y allá, lejos o cerca de las cámaras, forma parte de una serie de percances que sin solución de continuidad en los últimos meses suma y anota nombres de caídos en batalla; allí están el cornalón que Enrique Ponce recibió en Valencia, la de Antonio Ferrera en Olivenza, la del mismo Jiménez Fortes otra vez en el redondel capitalino y la aparatosa cogida de Sebastián Castella en Osuna.
Largo inventario de percances que con dolorosa frecuencia ha dado lugar a que la nota taurina mude en parte de guerra o en relato de una tragedia con la dialéctica del vivir o morir convertida en hilo conductor. Finalmente de eso se tratan las corridas de toros en las que la posibilidad de la cogida fatal es la condición diferenciadora que determina su autenticidad y vigencia.