A pesar de la posibilidad de lluvia, la gente hizo una buena entrada para presenciar el mano a mano entre Zotoluco y Enrique Ponce, dispuesto tras la caída del cartel de Alejandro Amaya por lesión. Al final, el clima respetó y el festejo fue de más a menos, un tanto por el juego de los toros y otro tanto por lo acontecido durante la lidia del quinto.
Abrió plaza Zotoluco con una faena interesante, por su contenido técnico, a un toro al que había que desengañar para conseguir los muletazos y obligar la embestida. Alternó los lados y logró pases meritorios, culminando de una estocada caída para escuchar palmas.
La oreja que consiguió se la cortó al tercero, con el que estuvo por encima de las condiciones que presentó y lo pasaportó de un estoconazo, que provocó la petición en el tendido. En cualquier caso, a pesar de ser solicitada la segunda oreja por el tendido –que al final no fue concedida–, mal gesto del torero encarando al palco.
Y lo del quinto fue incomprensible. Si bien es cierto que el diletante en la plaza puede suponer las condiciones del toro a partir del planteamiento del torero –y más de uno con la sólida tauromaquia de Zotoluco–, no se entiende cómo permitió que se picara tanto y tan mal a un toro, que sí, pudo haber tenido un comportamiento indefinido. Pero…
Decía un viejo y buen aficionado: "Todos los toros tienen su lidia", y se hubiera visto bien, y hasta aplaudido que el torero evidenciara las condiciones del toro, lo lidiara con pases de aliño y lo pasaportara sin más. Evitando el sainete en varas. Pero lo que pasó es que hubo un momento en que parecía que el torero estaba ausente mientras el picador hacía lo que quería –no puyazos, sino lanzazos a medio lomo–, hasta que desde el palco cambiaron el tercio ante la ausencia del director de lidia. Después los lógicos gritos de "¡toro toro!", y mal terminó el asunto tras algunos pinchazos.
Este ambiente, más el deslucido juego del que cerró plaza –parado y distinto en hechuras al resto del encierro-, hizo que la corrida terminara en tono gris. Con éste Enrique Ponce estuvo insistente pero sin tela de dónde cortar, lo mismo que con el cuarto, un toro que además de deslucido también resultó incierto.
Los mejores momentos de su actuación los firmó durante la lidia del segundo, que a la postre resultó el más potable y le permitió al valenciano gustarse desde el saludo con el capote, con verónicas sedeñas, al igual que en el quite, donde a otra serie de verónicas le siguió una larga soberbia.
Con la muleta aprovechó las nobles embestidas del toro, recurriendo a su maestría para aprovechar el recorrido y extenderlo un poco más allá, para después abrochar las series con largos pases de pecho.
Al final el toro fue a menos, y tras una estocada trasera y caída –colocación condicionada por perder las manos el toro al momento del encuentro–, la petición fue mayoritaria, llegando a las manos de Enrique Ponce el único trofeo de su actuación. Sería ese el momento más feliz en el reencuentro del valenciano con una plaza donde tenía más de 10 años de no torear.