Reconozco que, últimamente, busco con más interés en la red los vídeos de los toreros mexicanos que los de los propios españoles. Las imágenes de corridas que reproduce este mismo portal evidencian, semana tras semana, el ilusionante momento que vive la tauromaquia azteca a estas alturas del siglo XXI.
Aunque desde España no acabe de aceptarse el escaso trapío de algunas corridas, y sobre todo el irregular criterio ganadero de la Plaza México, la nota común de casi todos los festejos que vemos resumidos es la fibra y la ambición, la palpable vibración positiva que transmite esa nueva generación de toreros. Y el buen toreo que, desde sus distintas formas expresivas, presentan como aval todos y cada uno de ellos.
Quizá no haya que insistir más en la preparación española de la mayoría, porque puede que estemos menospreciando así su verdadera esencia cultural. Pues, siendo verdad que casi todos se han forjado ante la exigencia del toro ibérico, también lo es que, a estas alturas, la tónica general de los coletas mexicanos arroja una mayor pureza y una mayor despaciosidad de planteamientos que la de sus contemporáneos de este lado del charco.
Es México un país taurino que suele alimentarse de recuerdos, sobre todo desde que la crisis de los ochenta vacío su escalafón de verdaderas figuras. Y por eso el aficionado ha vivido rodeado de un halo de añoranza de grandes y legendarias épocas pasadas, demasiado pasadas ya, que puede que ahora no le deje ver con claridad el frondoso bosque torero que tiene ante sus ojos.
Porque, desde aquellos setenta de martinetes y psicodelia, hacía mucho tiempo que México no tenía unos carteles tan cargados no ya de promesas sino de grandes realidades. Y al escalafón de este portal taurino me remito, en orden de aparición: Arturo Macías, Diego Silveti, Juan Pablo Sánchez, Arturo Saldívar, Fermín Rivera, Mario Aguilar, Joselito Adame, El Payo, José Mauricio, Sergio Flores…
Así, a vuela pluma, de una sola ojeada, saltan a la vista diez nombres con unánime aceptación del aficionado y que se unen a los de los dignísimos espadas de la inmediata generación anterior, como Fabián Barba, El Zapata, Fermín Spínola, Ignacio Garibay, o a los buenos novilleros que, muchos de ellos desde España, están a punto de dar el salto a tan esperanzador grupo, con Ricardo Frausto o Brandon Campos a la cabeza.
Es hora ya de reconocerlo con orgullo y de que las cuestiones empresariales comiencen a manejarse a tono con tan excepcional realidad. Convénzanse de ello porque en el escalafón español, créanme, no podemos presumir ahora mismo de una baraja tan completa de nuevos toreros como la que existe en México.
Es evidente que la mayoría de las cartas de esa gran baraja ya están copando los grandes carteles de las ferias mexicanas y alternando, ahora si de tu a tu y hasta mojándoles la oreja, con las figuras foráneas en una temporada de gran interés. Pero, desde aquí, desde el barrio, da la impresión de que falta aún la autoconvicción del taurinismo nacional para disfrutar plenamente de esta otra gran época que comienza.
Probablemente, esa aceptación sin complejos de la buena realidad taurina mexicana esté esperando sólo un decisivo golpe de efecto, ese que pasa por encontrar a un torero nacional, o a una pareja de ellos, que de credibilidad a todo el grupo con un triunfo rotundo en Las Ventas o una campaña española con más corridas y éxitos.
Por eso sería importante que la empresa de Las Ventas repitiera el gesto del 2012 y, aun en un año de crisis, y aun con las protestas de muchos diestros españoles que ven reducidas sus oportunidades en Madrid, vuelva a programar a unos cuantos representantes de esta gran generación de mexicanos. Si puede ser, con un mínimo de cariño en el cartel.
Y que, luego, la empresa de la capital sepa aprovechar la coyuntura para devolverle a La México la grandeza que le está minando, y al país el ambiente taurino que llevaba décadas dormido.