Tauromaquia: De "Clavelito" a "Gavioto"
Lunes, 14 Ene 2013
Puebla, Pue.
Horacio Reiba | Opinión
La columna de este martes en La Jornada de Oriente
El devenir de la Plaza México registra ciertos nombres imprescindibles, sin los cuales su historia quedaría incompleta. Uno de ellos es el de "Clavelito", un Torrecilla negro bragado y veleto de cuerna que Fermín Rivera cuajó asombrosamente el 11 de febrero de 1951. Lo inmortalizó, como decimos en México.
En una escala imaginaria, inmortalizar un toro rebasa el nivel de lo festivamente triunfal para ingresar con paso firme en la historia de los hechos que, una vez presenciados, no se olvidan jamás. Que dejan, en la memoria y en los libros, una huella indeleble. Inmortalizar un toro nada tiene que ver con orejas ni rabos ni indultos, categorías muy devaluadas actualmente y sujetas siempre a euforias momentáneas y devaneos de la opinión. Es algo mucho más serio, al alcance sólo de grandes artistas del toreo.
Y eso fue, ni más ni menos, la lidia y faena de "Clavelito", gloriosamente firmada por el primer Fermín Rivera, abuelo del torero que el domingo antepasado triunfó con el sanmateíno "Gavioto". Torrecilla y San Mateo, las dos castas ganaderas de la casa Llaguno. Otra coincidencia feliz.
Precoz maestría
Fermín Rivera Malabehar nació en San Luis Potosí el 20 de marzo de 1918 y casi adolescente, tras una continuada serie de éxitos en El Toreo, su tocayo Armillita lo hace matador en el propio coso capitalino (08-12-35): para no perder la costumbre, desorejará a "Parlero", el cárdeno del doctorado, de Rancho Seco. Pero le esperan casi tres lustros como huésped de la segunda fila, pues siendo un torero indudablemente rico en recursos y repertorio, sus atributos no le alcanzan para equipararse a los ases de la época de oro. Su incierta personalidad, oscilante entre lo puramente académico y el exceso de adornos, conquista cosos provincianos pero es desestimada en la capital. Y de momento, tampoco le sirvió haber redondeado, en 1945, una notable campaña española, con 40 corridas y sólidos triunfos en Sevilla y en Madrid.
Sin embargo, tras esa larga travesía por el desierto, un Fermín Rivera con voz propia está a punto de surgir. Asoma ya cuando corta el rabo de "Rastrojero" de Carlos Cuevas, alternando con Lorenzo Garza en La México (16-02-47). En la temporada siguiente caerán los de "Anguilo" de Coaxamalucan y "Mi Querer" de Heriberto Rodríguez. Y el día en que hace matador a Juanito Silveti, se lo cortará a "Piragüeño" de La Laguna (15-01-50). Rivera, ese torero tan completo, le ha tomado el hilo al moderno toreo en redondo.
Con todo, no es la principal atracción del cartel aquel 11 de febrero del 51, en que la mayor expectación es concitada por Silverio Pérez y Manolo Dos Santos, cuyas actuaciones, a la hora buena, no pasarán de discretas, con susto al texcocano cuando "Gavilán", segundo de la tarde, casi lo desnuda.
"Clavelito"
El cuarto fue un ejemplar de bandera, pero todo mundo estuvo de acuerdo en que por encima de la alegría y clase del de Torrecilla brillaron el arte y la inspiración de Fermín Rivera. Como puesto de acuerdo con el toro –y con la historia–, el potosino se plantó en el tercio y sin mover las plantas, jugando rítmicamente los brazos en un juego despacioso y bello, le bordó la verónica. Y en el quite, levantó un monumento a la gaonera auténtica.
Su segundo tercio fue un dechado de elegancia y precisión. Y muleta en mano, cuajó la faena de su vida, estatuario al principio y completamente roto al encadenar series a derecha e izquierda de imperioso temple y –lo que más le habían negaron– un profundo aroma torero. A los remates clásicos supo agregar el sobrio desplante y, como final, el aderezo del pase de su autoría, esa especie de chicuelina con la muleta bautizada como riverina. La estocada fue digna del faenón. Y el delirio se prolongó en incontables vueltas al ruedo, con Fermín demudado y el rabo de "Clavelito" por bandera.
Ya instalado en la cumbre, Fermín sería eje de la temporada 1953-54 en El Toreo –once orejas y dos rabos– y la 54-55 en la México –diez auriculares y los rabos de "Clavelillo" y "Traguito", éste en mano a mano con Jumillano. Solamente un infarto consiguió cortarle la racha y forzar su despedida, que fue triunfal (17-02-57), pues con el toro del adiós –otro gran Torrecilla, premonitoriamente bautizado "Clavelito III"– no dejó nada en el tintero y con todo merecimiento le tumbó el rabo, octavo de su cosecha personal en el coso de la colonia Nochebuena.
Curro, también figura
Hijo de Fermín fue Francisco Rivera Agüero, que como Curro Rivera recorrió los ruedos del mundo y alcanzó, allá por los años setenta, tratamiento de figura cumbre. Como el padre, su trayectoria novilleril fue fulgurante y culminaría en la alternativa que José Huerta le otorgó en Torreón, con "Presidente" de San Martín (14-09-68). La consagración capitalina llegó pronto, con el rabo de “Soy de Seda” de Piedras Negras (20.04.69) que le dio su primer Estoque de Oro s dos meses de que otro Armillita –Manolo, hijo mayor del sabio de Saltillo– le había confirmado el doctorado. Al inaugurar la siguiente temporada su cosecha fue de cuatro orejas más el apéndice caudal de "Emperador" de Reyes Huerta (07-12-69), atracón que en opinión de muchos lo igualaba en jerarquía con Manolo Martínez, el mandón de una época que, para bien y para mal, tuvo en la triada Martínez-Cavazos-Rivera su máxima expresión. Evidentemente, Mariano Ramos encajaba mal en aquella baraja de cartas marcadas, que terminó transformando al toro de lidia en un tierno, dócil y desmochado colaborador.
Triunfador de España
Pero antes de ceder al canto de las sirenas, Curro Rivera supo dar la cara en los ruedos ibéricos, donde entre otras logró abrir la Puerta del Príncipe al presentarse en Sevilla (18.04.71) y dos veces la de Madrid (01.06.71 y 22.05.72). Esa tarde sumó cuatro orejas ("Pitito" y "Cigarrero", de Atanasio Fernández), hazaña no igualada por ningún mexicano en la historia de Las Ventas.
Tras semejante gesta, no están claras las razones por las que no volvió a España en sucesivas temporadas. Aventuremos dos: la oposición sorda del taurinismo ibero –en 1973 tuvo que cortar su campaña allá–, y las tentadoras comodidades que, por contraste, le ofrecía el medio nacional.
Seis rabos en la México. Como su padre, Curro ha sido de los diestros con más rabos paseados en la capital. Sume usted: "Soy de Seda" (20-04-69), "Emperador" (07-12-69), el indultado "Payaso" de Torrecilla (27-02-72), "Horchatito" de Garfias (07-01-73), "Caporal" de Mariano Ramírez, al que estoqueó estando herido (04-01-76) y el también indultado "Saltillero", un berrendo de Campo Alegre (09-07-78). Ganó además tres estoques de oro (en 1969, 72 y 78) y el infarto que prematuramente cortó el hilo de su existencia lo sorprendió con una muleta en la mano, cuando se entrenaba en la paterna ganadería La Alianza para reaparecer en la México (21-01-2001).
El Fermín actual
Nombre poco usual, Fermín ha tenido recurrentemente presencia en la onomástica taurina de México. El Maestro de Saltillo tuvo un vástago matador del mismo nombre, y en la actualidad están activos Fermín Spínola y un nuevo Fermín Rivera, nieto del inmortalizador de "Clavelito". El mismo que, el pasado domingo 6, en la México, bordó con "Gavioto", de San Mateo, la faena más pura y sentida de la temporada capitalina.
Este segundo Fermín de la dinastía potosina es diestro de elevada talla y remarcables cualidades artísticas, puestas al servicio de un concepto clásico del toreo, exento de afectaciones y ventajas. Ha sido una víctima más del caos organizativo, la generalizada ceguera y el abandono mediático que desde hace lustros padece la fiesta en este país. Doctorado por Zotoluco el 6 de noviembre de 2005, en La México –con "Soberano", de Fernando de la Mora–, sabe en carne propia del ninguneo de las empresas y el periodismo. Aun así, nadie pudo regatearle méritos a su participación en la temporada grande anterior (cortó su primera oreja en la capital a un toro de Villacarmela). Y con este antecedente esperanzador hizo el paseo el domingo pasado.
Menos de medio toro
"Gavioto" formó parte del sexteto –excelentemente presentado aunque escaso de fuelle– que trajo de San Mateo de Ignacio García Villaseñor. Cárdeno nevado, meano y axilado, tenía la rara característica de lucir un pitón derecho más desarrollado y astifino que el otro. Y una debilidad desesperante, que lo hacía doblar los remos de continuo y apenas daba para medias arrancadas, muy suaves, eso sí.
Naturalidad y armonía
Pocas veces, un toro tan débil y con tan pocas ganas de embestir habrá sido toreado tanto y con tan cuidadoso temple. Heredero de una antigua sabiduría, el joven potosino supo esperar y consentir a "Gavioto" mediante un ejercicio de paciencia digno del santo Job, cruzarse con él a la distancia y con la insistencia precisas, y conducirlo con delicada gentileza en viajes cada vez más largos. Algo milagroso, si consideramos que, en la primera fase de esa faena, tanda hubo en que el bicho dobló los remos en absolutamente todos los muletazos.
Que en tan adversas circunstancias haya conseguido ligar –yendo siempre a más– pases de un trazo, una largura y una limpieza impecables dice a las claras de la lucidez y el temple de este extraordinario muletero. Dudo mucho que otro hubiera sido capaz de semejante prodigio, basado, como digo, en un notable ejercicio de paciencia, colocación y temple. Pero también en una sabia conducción de la remisa embestida, el rojo engaño a la media altura precisa para que "Gavioto" no claudicara: la muleta de Fermín, escueta como su dueño, solamente peinó la arena en la preciosa teoría de medios pases que puso colofón a la obra, tras bordar dos completísimas series de naturales. Obra mayor que ni siquiera en las manoletinas finales –ligadas con gran verticalidad y ritmo– perdió la naturalidad y armonía características de este gran torero.
Con el deletreado volapié en tablas que rubricó su referida gesta, Fermín Rivera se cuela de rondón en la galería de protagonistas mayores de la temporada. Y pareciera también que en lo más alto de la lista de promisorios artistas jóvenes que dan hoy aliento a la tauromaquia nacional.
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