Acaba ya de saltar a la arena del tiempo este año 13 para confirmar las feas hechuras que se le adivinaban en los corrales de los últimos meses. Asoma apenas por la puerta de chiqueros y ya se le supone un peligro sordo que llevará a extremar las precauciones de todos cuantos se le enfrenten en el ámbito taurino español, en un ruedo económico impracticable y con una falta absoluta de criterios lidiadores.
Tiene el 13 en los costillares y el 9 como guarismo, ese mismo número que, justo cuarenta años antes, lucieron los toros que abrieron otra de las profundas simas por las que atravesó la Fiesta, la del petróleo convertido en oro. Herrado, pues, en 2009, grabadas a fuego las consecuencias de llamar entonces "desaceleración" a la provocada crisis financiera y de confiar toda la suerte a la ruleta rusa del ladrillo, este negro número 13 se ha emplazado en los medios pidiendo valientes.
Armado muy seriamente con un astifino IVA del 21 por ciento, susceptible de seguir afilándose, chaqueteado antes por los políticos y con un reflejo de ruina en la mirada, el toro del nuevo año ha salido a buscar femorales y carteras.
Desde los burladeros tratarán algunos de cerrarle en tablas agitando pagarés recosidos de tanto uso, o llamándole a voces con declaraciones huecas y manidas. Pero el 13 no pasará tan fácilmente las rayas de picar optimismos. Montado, venteando imperios en caída libre, escarbando la arena para sacar a la luz la economía sumergida, esperará al toque de clarines de la Maestranza para descubrir su verdadera condición.
Desde la sala de máquinas le echarán por delante a los tuneleros, o a los paracaidistas del empresariado, para que sea a ellos a los que primero se les tire al pecho sin el capote del convenio, y a mucha distancia del burladero de los oligarcas. Pero, muy alto de agujas, con la cara por las nubes de un altísimo nivel de gastos de organización, este pregonao 13 sólo le meterá la cara a aquel que tenga los cojones de presentarle los precios de taquilla a ras de la realidad social.
El problema es que faltan directores de lidia. Entrebarreras se miran entre sí las primeras figuras del negocio palpándose los bolsillos y la ropa de torear, sin ponerse de acuerdo en el reparto de los terrenos donde plantear la faena. Desconcertados, perdidos en su propia rutina de las vacas gordas, quizá sigan esperando que salgan al ruedo los caballos empetados con unas subvenciones que ya no existen, que no tienen recambio del puyero para atemperar las descompuestas embestidas de la crisis.
Ni siquiera las desnudas banderillas de la promoción, esos romos arpones de las campañas infantiloides, clavados aisladamente uno a uno y de sobaquillo por agentes externos, serán capaces de avivar la aplomada condición de un espectáculo agarrado al piso de sus propios errores.
Este 2013 va a ser un toro manso y con sentido que, mal criado y alimentado, acabará defendiéndose a tornillazos por falta de musculatura social, sin fuerza en los riñones del sistema ni fuelle en los pulmones de la afición.
Sí, será un milagro que allá por el verano, cuando empiece la faena de muleta de la temporada, el 13 no esté ya con la lengua fuera y buscando las tablas después de la que se promete caótica capea estructural, resabiado por tanto paso atrás y tanto volantazo sin criterio de quienes están obligados a ponérsele delante con más dignidad y cabeza.
Pero no nos olvidemos que a toros así siempre hubo toreros capaces de cortarles las orejas poniendo toda la carne en el asador, sin volver la cara: estrategas que acertaron con inteligencia a administrar sus fuerzas y su duración; valientes que, manteniendo el tipo y las zapatillas enterradas en la arena, supieron corregir defectos, templarlos y encelarlos en los trastos; y artistas que supieron gustarse y sacar brillo del mínimo resquicio de nobleza o de bravura.
Es el momento, por tanto, de que los buenos toreros, de que los verdaderos profesionales, se crucen al pitón contrario de este avieso número 13. Para ganarle la acción en cada arrancada, para tragar sus coladas y someter sus arreones. Para que allá por el mes de octubre el toreo no escuche los tres avisos tras la lidia del año más decisivo para su futuro. O, al menos, para poder salir andando de la plaza cuando haya acabado esta diabólica corrida de la crisis.