Quito es, sin duda, una ciudad con una larga y rica historia taurina que abarca sus 478 años de vida en los que la fiesta de los toros germinó y creció al punto de convertirse en parte consustancial de la vida de buen número sus habitantes, en ese largo lapso, debió enfrentar episodios de ataques y prohibiciones, de los que resurgió con mayor fuerza y afecto popular.
Este parece ser el caso actual, pues de la suspensión de la Feria de Quito Jesús del Gran Poder nace una corriente de opinión pública reivindicadora de la importancia de las corridas de toros, del espacio que mantienen en la conciencia cultural de los quiteños y sobre todo, del reclamo de libertad y respeto.
Si buscamos sintetizar el hecho más sobresaliente del espectáculo taurino llevado a cabo el pasado miércoles en la Plaza de Toros Belmonte, por obligación debemos señalar que las constantes expresiones de rebeldía e inconformidad fueron el argumento de la tarde; carteles, cantos y voces se manifestaron para llamar la atención sobre la vocación taurina de Quito y su gente; los reclamos adquirieron mayor fuerza a la hora de exigir la recuperación de la integridad de la corrida, es decir la restitución del último tercio de la lidia.
Con ese leitmotiv se desarrolló la función taurina que contó con ocho actos, pues ese fue el número de reses que se lidiaron con los hierros de El Pinar, Huagrahuasi y Triana por parte de los toreros españoles Antonio Ferrera y David Galván, junto a los paisanos Martín Campuzano y Álvaro Samper, que en conjunto recibieron un total de siete orejas como resultado de su entusiasta desempeño en el ruedo y del gran ambiente que se vivió en el graderío.
En materia ganadera los ochos astados exhibieron un desigual comportamiento y justo trapío; sin embargo, sacamos en limpio la lidia planteada por el tercero de la tarde de El Pinar y el quinto con la marca de Huagrahuasi, el uno y el otro tomaron los engaños con calidad.
Los lidiadores supieron sintonizar con prontitud el sentir y el pensar del público, con su labor en la arena afirmaron la esencia contestataria del festejo, pues durante varios pasajes del mismo activaron y otorgaron continuidad al alegato a favor de la fiesta de los toros que surgía en el tendido.
Con esa puesta en escena surgió con fuerza y facilidad el toreo bullidor de Antonio Ferrera que en el quinto de la tarde, segundo de su lote, ejecutó una faena completa pues toreó a la verónica con el capote, subió a la cabalgadura para ejercer de picador, prendió tres espectaculares pares de banderillas de variada factura, al cuarteo primero, al quiebro después y luego al violín. Con la muleta la faena fue instrumentada en especial con la mano derecha, inclusive con las dos rodillas en tierra aprovechando la bondad de su oponente, el trasteo fue largo e intenso y recibió las dos orejas simbólicas. En su primero no logró trascender por las escasas fuerzas del astado, pese a ello fue ovacionado.
Con un valeroso lance de capote de hinojos recibió Martín Campuzano a la res de Huagrahuasi corrida en segundo lugar, a la que dibujaría además tres templadas verónicas; tras el castigo en varas el toro se tornó algo reservón circunstancia que restó ligazón a su trabajo muletero, pese a ello apuntamos buenos pases por los dos pitones que representaron la oreja obtuvo. En el sexto apenas tuvo opción al manejar el capote, pues luego de las banderillas el animal se paró muy pronto.
El cuidadoso manejo de capote y muleta fueron los atributos de Álvaro Samper al lidiar al tercero, un toro de El Pinar que tomó las telas con franqueza, el coleta quiteño lo lanceó a gusto a la verónica y por ceñidos delantales, templadas e hilvanadas le resultaron las series de derechazos, el trasteo adquirió mayor categoría con la mano izquierda, tras los adornos finales la presidencia le concedió una oreja.
En su segundo, Samper trató de conjuntar una faena ante un astado de cambiante comportamiento; destacamos la larga cambiada de rodillas y algún natural de buen gusto, impresionó el uso de una muleta que exhibió la bandera de Quito como símbolo de la identidad taurina de la ciudad, el diestro fue ovacionado.
El joven español David Galván confirmó su capacidad técnica y ortodoxa tauromaquia con un toro de El Pinar al que le lidió con gran torería, de capote se lució en un precioso quite por chicuelinas, seis pases por alto con las planta quieta anticiparon un trabajo firme con la muleta, por la derecha se sucedieron pases de pulcro trazo en varias series que fueron condimentadas con remates de rodillas que valieron la obtención del doble trofeo.
En el último del festejo la tarea de Galván también tuvo importancia por el temple y la colocación que dieron estructura a su faena a un bien presentado oponente, naturales de mano baja de gran profundidad antecedieron a las manoletinas con que firmó su actuación y le valieron una oreja adicional.
La colaboración de las cuadrillas fue valiosa a la hora de bregar, castigar en varas y prender banderillas, brillaron Milton Calahorrano, El Patatas y el siempre eficiente picador Hernán Tapia.
Lo cierto es que quienes llegaron hasta el centro colonial, a los escaños de la centenaria Plaza Belmonte, lo hicieron movidos por su afición y por su civismo, para disfrutar de la fiesta de los toros y, al mismo tiempo, levantar su voz con rebeldía.
Los lazos negros que lucieron los toreros en sus chaquetillas, los capotes que pendían de los antepechos de las barreras con mensajes de libertad y respeto, las pancartas que los jóvenes mostraban en las gradas, los abanicos con inscripciones con los que que se simulaba el tercio final, la muleta abanderada usada por Samper y, sobre todo, la rotunda manifestación de afecto de los quiteños por su ciudad y su cultura, componen el gran saldo de la solitaria corrida organizada en Quito en este año. El ayuno taurino impuesto en la capital, motivó y reunió al núcleo de la afición para caminar hacia la recuperación del espectáculo central de las festividades quiteñas.