La gran capacidad interpretativa de Sebastián Castella marcó una corrida sin demasiado brillo, debido al escaso juego del encierro de Teófilo Gómez, y la faena que el maestro francés cuajó al primer toro de lidia ordinaria dejó el ambiente impregnado de una buena vibra que, lamentablemente, no permeó a lo largo de todo el festejo.
Y fue una lástima porque había un magnífico ambiente en la plaza y la gente estaba dispuesta a jalear a los toreros y disfrutar, tal y como ocurrió hace poco más de cinco meses en la brillante feria sanmarqueña.
Porque el prólogo de rejones, protagonizado por el personal Emiliano Gamero también había tenido su miga, ya que el caballista capitalino estuvo muy variado y auténtico, aunque sin llegar a redondear una lidia en la que empleó cinco caballos y trató de hacer las cosas con pundonor ante un toro de excelente juego, perteneciente a la ganadería de Guadiana, que fue premiado merecidamente con arrastre lento.
Esta armonía con la que había comenzado la corrida permaneció durante la lidia del toro de Sebastián, un ejemplar alegre, que se movió mucho, y aunque sin humillar del todo, permitió una faena creativa y torera.
Y en los medios, casi en un palmo, Castella se recreó en distintos pasajes de un trasteo cuya mayor virtud fue taparle la cara al toro y llevarlo muy templadito, embebido, pues, en los vuelos de su poderosa muleta.
Así llegaron los martinetes, las dosantinas, y hasta el pase de Toledo, en los que disfrutó una vez más la entrega de un público que lo reconoce y lo quiere bien, en medio de esa cadencia tan natural que caló muy hondo, pues la tersura de sus muletazos fueron lo que acabó por encelar al de Teófilo Gómez.
A pesar de que colocó una estocada trasera, y un tanto desprendida, la gente le pidió una segunda oreja que paseó muy contento en la vuelta al ruedo.
El resto de la corrida tiene poca historia, y sólo vale rescatar la actitud profesional y valiente de los dos toreros hidrocálidos del cartel: Juan Pablo Sánchez y Arturo Saldívar, que se esforzaron hasta decir basta por sacar provecho a toros flojos y deslucidos que no ofrecieron posibilidades de lucimiento.
Si acaso el séptimo toro tuvo más transmisión, y se empleó en varas, en un buen puyazo de Carlos Domínguez, pero se apagó en la muleta y embistió a cuentagotas. Saldívar le dejó el engaño en la cara y tiró de él con enjundia en varios naturales con trazo y mando.
Asimismo, Juan Pablo se afanó en el sexto, un toro desclasado, que arrollaba, y tenía dificultad para desplazarse. Con mucha paciencia le pisó el terreno y disfrutó torearlo con ceñimiento, pues confía mucho en su pulso y en su valor, ese que le permite meterse entre los pitones con espontaneidad. Lo malo fue que se puso pesado con el acero y la gente le cayó encima, quizá en una recriminación excesiva.
Ojalá que el encierro de Montecristo programado para la segunda y última Corrida de Calaveras, del próximo sábado 3 de noviembre, aporte más bravura y emoción a la tarde, pues el cartel que conforman Arturo Macías, Joselito Adame y Sergio Flores tiene un atractivo especial.