Termina una época del toreo en España. Los años de la masificación, a fuerza de pagar las consecuencias de tanto derroche, han derivado en esta crisis que va a cambiar el escenario del toreo de cabo a rabo. Y resistirse a la evidencia, intentar mantener el estatus de los últimos años contra toda razón sólo puede llevar al suicidio taurino colectivo.
Si los empresarios, aparentemente tan concienciados en la necesidad de cambios, quieren adaptarse a las circunstancias, han de mirar mucho más allá de sus pérdidas o ganancias puntuales. Se trata de aceptar que los tiempos están cambiando y que la sociedad, o los aficionados, demandan otro tipo de espectáculo.
Y no nos referimos ahora tanto al toro, que también; ni a los precios, que por supuesto; ni al volumen de las ferias, que vaya tela. Hablamos de carteles nuevos y distintos, de la urgencia de refrescar el escalafón, de abrir la ventana y dejar entrar el aire limpio que disipe el cargado ambiente de nombres repetidos hasta la saciedad y de interés decreciente.
Llegada la fecha de los balances de campaña, de las rupturas y los cambios de apoderamiento, de las temidas y temibles cuentas, también es hora de retiradas, forzadas y forzosas, esperadas o desesperadas. Se va un puñado de toreros, anunciando su mutis por el foro, y aún se irán otros cuantos, sin desearlo y desde el anonimato, obligados por las circunstancias. Porque el escalafón, haciendo las cuentas de la vieja, tiene que reducirse en la misma proporción que el número de festejos.
Lo peor del asunto es que, en esta criba coyuntural, pueden pagar justos por pecadores. La impresión es que las empresas van a seguir cerrándose en su política de ferias low cost, rellenando carteles sobre las mismas bases de los últimos años: toreros con imagen de marca establecida –aunque rebajando su caché por su menor rendimiento en taquilla– y los mismos segundones baratos y sumisos que, en su mayoría, ya han demostrado su incapacidad para pelear al máximo nivel.
Mal asunto, pues, ese de ser buen torero, luchar por libre y pretender cobrar unos honorarios dignos en estos tiempos de recortes indiscriminados. No les queda otra a veteranos y aspirantes de tal filosofía que armarse de paciencia y vocación para resistir esta situación degenerativa que no sólo va en contra de su carrera sino del mismo espectáculo.
Urge un refresco de carteles, una renovación de sangre y de nombres en las ferias que devuelva a los públicos la ilusión defraudada por tanto bluff impuesto por las empresas y la prensa complaciente. Una renovación que pasa por ofrecer a los posibles relevos, que existen y que parecen consistentes, oportunidades reales de triunfo. Y no es cuestión aquí de dar nombres y apellidos sino de que ellos mismos los revelen delante del toro.
Pero la lógica brilla por su ausencia en la gestión de futuro del espectáculo. De momento, no parece que las cosas vayan a cambiar demasiado, y menos después de que el G-10, como se rumorea, haya perdido la hipócrita demanda por competencia desleal interpuesta por los empresarios en el asunto de los derechos de imagen.
Desbaratado el grupo rebelde, por inoperatividad o cobardía de la mayoría de sus miembros, la casa Matilla tiene vía libre para seguir jugando al trile con las comisiones de unos y de otros, dominando los rácanos beneficios de esas repetitivas ferias del hastío con astucia de prestamista.
Claro que para terminar de airear la casa, para perfumar el ambiente, también es necesario un cambio de mentalidad de muchos de los grandes toreros del momento que arrase con la especulación.
Sólo sin actitudes acomodadas, olvidando esas faenas monótonas y previsibles, esos cites y esos embroques demasiado asegurados, esa forma de apabullar a toros bajos de casta y esa estrategia de la medida entrega y el esfuerzo aparente que está alejando la emoción de los ruedos se pueden tener actitudes reivindicativas en los despachos. El mejor ejemplo lo tienen a mano. E igual que otras veces en los últimos tres lustros, José Tomás acaba de dárselo de nuevo en su antológica matinal de Nîmes.
La salida de esta crisis y la regeneración del espectáculo pasan, como siempre, porque en el ruedo siga viva la emoción, por la bravura y la entrega, el valor y la sinceridad. Por refrescar los carteles con buenos toreros y estimular sus esfuerzos. Nada que no esté inventado desde hace mucho tiempo.