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Desde el barrio: Hay afición, hay esperanza

Martes, 21 Ago 2012    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Lo decíamos la semana pasada, a propósito de la masiva asistencia de público a las becerradas celebradas en La Malagueta: a pesar de la crisis, en España sigue habiendo afición a los toros. Lo que no hay es dinero para pagar los altos precios que en algunas plazas, al igual que la ópera, convierten el toreo en un espectáculo de elites.

Pero claro que hay afición. Y mucha más de la que suponemos o nos hacen creer esas interesadas campañas externas, los tópicos mediáticos, los complejos de los políticos o el pesimismo del propio mundo del toro, que ya mismo debe abrir los ojos a la realidad.

Porque los datos cantan, y una mirada no enturbiada por lágrimas puede seguir encontrando esperanzadoras evidencias. Por ejemplo, en la plaza de Almería, que ayer lunes también se llenó hasta la bandera para presenciar, de forma gratuita, otra clase práctica de escuelas taurinas. Todo un notición, por mucho que el coso de la avenida de Vilches no vuelva a registrar una entrada así en toda la feria, como sucedió en Málaga.

En la capital de la Costa del Sol han sido unos precios muy por encima del nivel económico de la ciudad los que han provocado esa escasa asistencia de público a la feria, incluso en tardes de figuras. En cambio, la última corrida de rejones, con las máximas estrellas en cartel, fue la que concitó mayor afluencia y dejó para la reflexión un detalle muy significativo: los tendidos de sol estaban abarrotados en una tarde de asfixiante calor africano, mientras los de sombra apenas se cubrieron en su mitad.

Es decir que, como en los duros tiempos de la posguerra, la gente quiere toros y, si la oferta taurina interesa, como sucedió en Badajoz y en Huelva con José Tomás, está dispuesta a hacer incluso sacrificios físicos si le compensan en lo económico.

O incluso sacrificios "sociales", que es lo que está pasando este año en Bilbao, donde se están vendiendo más que nunca las entradas de galería, las de la parte más alta de la plaza y, por tanto, las más baratas. Hasta el año pasado, en un Bocho tan fanfarrón esos escaños eran tradicionalmente desdeñados, por aquello de que el alarde de bolsillo y el dejarse ver son una seña de identidad muy bilbaína. Pero hasta el "que dirán" sucumbe cuando se trata de alimentar la afición.

Pero, sin dejar de mirarse el ombligo, el toreo no para de quejarse. Y el mensaje lastimero y apocalíptico del "esto se acaba" termina siendo una cantinela rutinaria y dañina que lleva a bajar los brazos a todos los sectores, justo cuando más hay que trabajar.

La crisis ha llegado al toreo en un momento de debilidad, cuando está pagando los excesos de la masificación de las dos últimas décadas. Y los empresarios, condicionados por pliegos de condiciones pensados para tiempos de vacas gordas, están tardando en reaccionar y en adaptarse a las circunstancias económicas de sus clientes.

En ese sentido, hay que decir que la casa Chopera, en el que es su auténtico annus horribilis, está aguantando con estoicismo e impasible torería un fortísimo aluvión de pérdidas, que a final de temporada puede alcanzar la cifra de varios millones de euros.

El batacazo cantado de Córdoba (donde la propiedad debe ser la primera en reflexionar), el mazazo político y económico de San Sebastián y los abultados números rojos de Málaga, van a sumarse, probablemente, a las insuficientes entradas de Almería, Salamanca o Logroño.

Se podrá alegar que los hermanos vascos sólo están pagando ahora sus posibles errores de gestión y previsión. Pero habrá que reconocer que aun así, en esas ciudades, van a ser los únicos perdedores de una crisis que no ha afectado a las propiedades, públicas o privadas, de los cosos que han gestionado. Sobre todo porque los empresarios pagarán religiosamente los altos cánones de arrendamiento que, en el origen de todo y más allá de lo mucho que puedan cobrar cuatro o cinco figuras, les impiden reducir el precio de las entradas.

Esas pérdidas empresariales, que no son ninguna buena noticia para nadie, vienen a confirmar una vez más que la fiesta de los toros en España, en contra de las intoxicaciones informativas, no está subvencionada, sino todo lo contrario. Y que, en estos momentos tan duros, los toros han dejado más dinero en cada ciudad y en cada arca pública que en los cajones de las empresas o en el propio sector.

Pero miremos alrededor y comprobemos de una vez que ésta no es la única actividad que vive momentos críticos: sectores tan subvencionados como el deporte, la música, el cine, el teatro… sufren recesiones incluso mucho más duras que los toros, sin que nadie augure su decadencia o su final.

Así que, dejemos de llorar y pongámonos, todos, a trabajar. Reunamos argumentos y exijamos a los poderes públicos que reduzcan su presión económica (más que el IVA pesan los cánones de arrendamiento) para imponer el sentido común a un sistema desorientado.

Históricamente, con sus propias armas, el toreo siempre salió reforzado de las grandes crisis económicas, y esta no tiene por qué ser una excepción. Mientras haya afición, que la hay, y mucha, y se trabaje para cuidarla, habrá motivos para pensar con optimismo en el futuro.


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