¡El toreo es grandeza! (video)
Lunes, 30 Abr 2012
Aguascalientes, Ags.
Juan Antonio de Labra | Foto: Landín-Miranda
Juan Pablo, Manzanares y Castella, en volandas
Cuando el toreo surge de una necesidad imperiosa de expresar, adquiere una dimensión mayúscula. Más aún en el instante en que los toreros saben que no se pueden dar el lujo de estar mal, y mucho menos de dejarse ganar la pelea. Porque el compañerismo es una cosa palpable, sobre todo en los momentos de peligro, pero también la raza y las ganas de ser el mejor.
Con esta mentalidad afrontaron la tarde los cuarto espadas del cartel, y al final, la suerte, que tanto influye en la Fiesta, inclinó más la balanza hacia la parte extranjera, representada por dos figuras del torero: el francés Sebastián Castella y el español José Mari Manzanares, que sortearon los toros más importantes de la tarde.
Por su parte, los toreros mexicanos, de la nueva generación del arte, como se ha dado en llamar –Juan Pablo Sánchez y Arturo Saldívar– se vieron obligados a sacar la casta y solventar la cuesta arriba de una tarde donde no valía solamente con estar entregado; había que dejarse el alma en el redondel de la Monumental.
Esta rivalidad extrema, y el buen juego de varios toros del encierro de San Miguel de Mimiahuápam, contribuyó a que el toreo brotara con la naturalidad de lo bien hecho; la magia de lo inesperado y, en suma, el arte que inundó la plaza y que siempre viene a renovar la ilusión de todo mundo.
Cada uno con su personalidad; cada uno con su estilo, los cuatro toreros ofrecieron una brillantísima actuación, en medio de un gran ambiente que explotó con rotundidad a lo largo de distintos episodios de esta magnífica tarde de toros… y de toreros.
Abrió boca Sebatián Castella con una primera faena maciza, centrada y sobria, con un toro que no terminó de romper, pero permitió ver las intenciones del torero francés, que más tarde cuajó un trasteo de altos vuelos al cuarto ejemplar, un toro castaño de nombre "Amor Lindo", que embistió con mucha calidad.
Consciente quizá de que el triunfo del día anterior había tenido más dramatismo que toreo –por aquello de la pavorosa voltereta que le propinó un ejemplar de Teófilo Gómez–, ahora sí sacó a relucir lo mejor de su repertorio y más que eso: un toreo de mano baja, media muleta muerta por la arena, y un ceñimiento milimétrico que lució mucho con aquella bondadosa embestida.
La serenidad de Sebastián, sumada a una agradable suavidad de toques, se tradujo en muletazos por delante y por detrás, con recursos y matices, dignos de una gran faena que caló muy hondo en el público, antes de que se gestara la petición de indulto que fue creciendo.
Desde luego que el toro fue un magnífico colaborador para el toreo de clase, como el que prodigó Castella, pero tal vez no fue lo suficientemente bravo para que le fuera perdonada la vida, algo que debe suceder muy ocasionalmente y sólo cuando un toro cumple con todas las exigencias para merecer un premio tan trascendente.
Sin embargo, y al margen de esta consideración, cabe señalar que Sebastián no se trabajó el indulto, sino que se dejó llevar por la gente que lo pidió sin ponerse a pensar que hubiese sido bueno reventarlo con la espada para salir de la plaza con el rabo de tan noble ejemplar en las manos.
Así que al final, una vez tomada la decisión, el juez de plaza sacó un inusual pañuelo rojo (suele ser blanco, casi siempre, en cosos de México), el toro de Mimiahuápam regresó a los corrales y la gente se dividió: unos aplaudieron a rabiar; otros, protestaron el indulto. Lo sano fue ver que en la plaza había pasión, después de que también hubo toreo y profundidad.
Y así fue como el francés dio la réplica a Manzanares, que ya se había anotado un triunfazo con el segundo toro de la tarde, al que acarició en una faena de altos vuelos, dotada de un empaque especial, que cautivó al público hidrocálido.
Porque José Mari hizo el toreo de cante grande. Y edificó una obra mayúscula, en la que las distancias, los terrenos, y la seguridad que desplegó, fue asombrosa. Debut de categoría el del alicantino en la ciudad que los taurinos llaman "la Sevilla mexicana". Y si venía de triunfar en La Maestranza, aquí remachó un gran mes de abril al coronar la lidia con un soberbió volapié, en una nueva demostración de que, hoy día, es uno de los pocos matadores que domina a la perfección las distintas suertes con la espada.
En el quinto de la tarde, como decían los revisteros antaño: "se entretuvo en cortar otras dos orejas", tras una faena igualmente sólida, elegante, donde el toreo cobró vida en los vuelos de sus engaños prácticamente desde que se abrió de capote.
El romance con el público se prolongó más allá de la corrida, cuando no podía marcharse de la plaza, rodeada su camioneta de mucha gente que llegó a dar la enhorabuena a este ídolo potencial; un torero para el paladar de la sensible afición mexicana.
Alrededor de esta rivalidad oculta entre los dos maestros consumados brilló la frescura de las dos faenas que consiguieron los mexicanos. Primero, Saldívar, con un toro dócil y nobilísimo, corrido en cuarto lugar; después, Juan Pablo, con un tío que se lidió, como regalo, en noveno lugar.
Saldívar está definiendo cada día más su estilo, y a esa forma de arrear tan suya ahora está sumando una interesante claridad de ideas y un trazó de lujo. Toreó relajado, con inventiva y frescura, y la gente captó de inmediato que se encuentra en estado de gracia, un esperanzador augurio de cara a su próxima incursión en la inminente Feria de San Isidro de Las Ventas de Madrid.
Y ese primer trasteo del hidrocálido surgió con una fuerza arrebatadora desde el primer momento. La comunión que supo crear con el público fue maravillosa, como también lo fueron la estructura de las series y los pases tersos y templados que caldearon el ambiente. Lo malo fue que a la hora de matar señaló un pinchazo hondo que emborronó tan soberbio trasteo.
Se afanó en robarle pases al octavo, pero el toro se defendió y Arturo tuvo que conformarse con el cariño de la gente, que nunca abandonó a los nuestros, toreros bisoños, con apenas menos de dos años de altenativa, y una treintena de corridas a cuestas, que ya se tutean con las figuras.
Cuando parecía que Juan Pablo Sánchez se iba a marchar de Aguascalientes de vacío, aunque, eso sí, dejando una estela de excelso muletero, dueño de una despaciosidad pasmosa, se tomó muy en serio lo que debía hacer delante del noveno toro de Mimiahuápam, un ejemplar hondo y serio, al que plantó cara con gallardía.
Porque las dos faenas a los toros de su lote apenas y trascendieron, en virtud de que, realmente, no tuvo opción de lucir y prefirió abreviar. Algo que, en corridas de larga duración, ciertamente se agradece.
Pero no podía irse así de su tierra, ni mucho menos. Fue entonces que metió el acelerador a fondo en una faena de una tremenda vibración, con el público volcado, y la certeza de que aquí hay otro gallo de Aguascalientes para el mundo.
La estocada fulminante que recetó al incierto ejemplar de regalo fue el mejor final a una esforzada labor, misma que le permitió alcanzar la gloria y salir a hombros al lado de las figuras.
La gente salió toreando de la plaza; hablando de Castella y Manzanares; hablando de los toreros jóvenes mexicanos y del juego de los toros de Mimiahuápam, y seguramente que la tarde de hoy será un punto de inflexión muy significativo en una feria a la que todavía le queda mucha cuerda. Hoy, el listón quedó muy alto y se resume en una sola frase: ¡El toreo es grandeza!
Ficha Aguascalientes, Ags.- Plaza Monumental. Séptimo festejo y quinta corrida de feria. Más de tres cuartos de entrada en tarde calurosa. Nueve toros de
Mimiahuápam (el 9o. lidiado como regalo)., bien presentados y de juego variado, destacando los lidiados en 4o., 5o. y 6o. lugar; el 5o. fue indultado. Pesos: 500, 500, 495, 500, 525, 500, 478, 515 y 515 kilos.
Sebastián Castella (azul noche y oro): Ovación e indulto.
José Mari Manzanares (azul noche y oro): Dos orejas y dos orejas.
Juan Pablo Sánchez (negro y oro): Silencio en su lote y dos orejas en el de regalo.
Arturo Saldívar (malva y oro): Ovación y palmas. Incidencias: El toro indultado se llama "Amor Lindo", número 73, castaño, con 525 kilos. Estuvo en disputa la Medalla San Marcos y el jurado la otorgó por unanimidad a
José Mari Manzanares. Destacaron en banderillas
Gustavo Campos y
Juan José Trujillo, que saludaron. Al final,
Castella, Manzanares y
Sánchez, compartieron la salida en hombros.
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