Con el corte de dos orejas, Fermín Spínola se convirtió en el triunfador de la sexta corrida de la temporada de Mérida, en la que Pablo Hermoso se llevó un apéndice y Rafael Ortega se fue de vació, ante la expectación del público que hizo un entradón.
Merced a una actuación plena de honestidad, toreo serio y pulcro, pero macizo y suficiente, Fermìn Spínola salió en hombros de la Plaza de Toros Mérida tras el corte de dos orejas, tarde en la que el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza saldó su actuación con el corte de un apéndice.
Y Spínola salió en hombros gracias a un toreo bien fundamentado y convincente, alargando así su lista de triunfos tras su actuaciòn en Madrid y el aldabonazo reciente en la Plaza México, paso con el que asegura un gran año, que le debe alcanzar para una nueva temporada española que lo catapulte en definitiva.
Su toreo ha tenido notables avances, atrás ha dejado la dormilona timidez que palidecía sus buenos argumentos, por lo que los aficionados terminaron entregados.
Y como no es lo mismo plantarse delante de los pitones a descifrar embestidas, que buscar el toreo accesorio detrás de la oreja, como ocurrió con el decepcionante Rafael Ortega, la respuesta –la que vale, que no la del aplauso fácil-, fue esta tarde para Spínola.
A su primero, de Bernaldo de Quirós, un toro bien presentado y que tenía un pitón izquierdo que puso a bailar a las cuadrillas, le cuajò una faena bien estructurada, con aseo y quietud, ligando muletazos por ambos lados con el graderío de su lado, a lo que se sumó una estocada en todo lo alto, traserilla si, pero nada para recriminar al juez de plaza que otorgó las dos orejas, tras la presiòn del tendido.
Con su segundo, de la legendaria ganaderìa de La Punta, que no se comía a nadie pero transmitìa en cada muletazo y punteaba los engaños, le dio la lidia adecuada. Aguantó los tornillazos de inicio para terminar por meter en vereda al astado, en una faena que si bien no tomó altos vuelos, destacó con etiqueta de quietud. Toreo honesto, vaya. Una pena lo de la espada.
Pablo Hermoso de Mendoza lidió con dos toros de Fernando de la Mora que prometían y que sin embargo se desplomaron a la mitad de las faenas. Ante ello, habrá que destacar su amplio sentido del espectàculo, su monta sin mácula y los momentos de alta escuela alcanzados a bordo de sus caballos "Chenel", "Van Gogh" y "Dalí".
Siempre dando el pecho de sus cabalgaduras y, en el caso de su primero, utilizando la grupa de sus jacas a manera de muleta, alcanzó momentos brillantes al torear a dos pistas, yendo de costado, atravesando medio ruedo.
Con su segundo, el de la oreja, destacaron las banderillas cortas y un par a dos manos, los quiebros citando de frente y el carrucel formado al girar en innumerables ocasiones en la cara del astado para poner banderillas cortas, rematadas con la suerte del teléfono. Merecida la oreja.
Por lo que toca a Rafael Ortega, siempre ejemplo de regularidad y profesionalismo, esta tarde tiró por la calle de en medio. A su primero, dejó que lo mataran en la suerte de varas, en represalia a una mala mirada y tres embestidas con los riñones, bravura pues, cuando apenas se abría de capa.
Y como le hizo asco al toro, los aficionados le pidieron el carnet. Pagando con la misma moneda, el tenido le cayó encima al tlaxcalteca, que hubo de abreviar con un toro que al salir del caballo de Paco Salinas, salió listo para el rastro.
Pero como además padeció de amnesia, repitió el pasaje en el segundo de su lote. Y le llovió de todo al picador, al otro de los Salinas, a Fermín, tras darse gusto con la carioca, lo que obligó a Ortega a prodigarse con las banderillas –su mejor momento- para acallar lo que olìa a bronca grande, más con la muleta dejó claro que solo quería cumplir con el compromiso.
Y vino entonces el toreo accesorio desde el inicio, la búsqueda del aplauso fácil, olvidándose del toreo fundamental y serio que le caracteriza. Tras matar al segundo intento, algunos despistados hasta pidieron la oreja. Bien hizo el juez de plaza Adrián Flores en abstenerse de menudo despropósito.