David Silveti conmovió hasta las lágrimas al público en sus dos últimas actuaciones en la Plaza México. Ocho años después, en apenas su segunda tarde en La México, su hijo Diego ya removió también las fibras más sensibles de la afición, conquistando el coso con una faena de antología. ¿Qué tienen los miembros de esta dinastía que hacen llorar a la gente cuando los ve torear?
Por si faltaran ingredientes que evocaran a su padre, se trataba de la corrida guadalupana. David había ofrendado su mística andadura torera y sus dolorosas rehabilitaciones a la Virgen Morena. Diego tuvo la fortuna de coincidir con un toro de bandera de la ganadería anticomercial de Los Encinos, y la inteligencia para amalgamarse con sus extraordinarias cualidades. ¿Cuántos pases tomó el sexto de la tarde? Un aplauso a Eduardo Martínez Urquidi por no desvirtuar al toro, descreyendo en su bravura.
La estructurada faena fue un portento de temple y cohesión, pureza y sentimiento, sustancia y vibrante proyección, intensidad y belleza estética, resultado de una técnica bien aprendida en España, pero con el toque mágico del toreo a la mexicana. Ver torear así es una emoción única, incomparable, que no se siente todos los días. ¡Ah, qué soberbios muletazos, salidos del alma, una experiencia purificadora para el ejecutante de la obra artística y para quienes la presencian con éxtasis en los tendidos!
La faena era indudablemente de rabo. ¿Por qué entonces el juez Roberto Andrade premió "por etapas", mostrando primero dos pañuelos? ¡Había que sacar directamente el de color verde! Acertó finalmente concediendo a Diego los máximos trofeos y ordenando la merecida vuelta al ruedo de los restos del animal de ensueño. Excelente arcilla tiene el nuevo príncipe, que ya se puso muy alto el listón.
Larga sequía
Tuvieron que transcurrir 51 años para que un Silveti volviera a cortar un rabo en la Plaza México. El último en conseguirlo había sido Juan Silveti Reynoso (abuelo de Diego) el 8 de mayo de 1960. Esa tarde, El Tigrillo obtuvo los máximos trofeos del toro "Esclavino" de La Punta, alternando con Joselillo de Colombia y José Huerta. Un mes antes había conquistado otro rabo en el mismo coso metropolitano, el de "Holgazán" de La Laguna.
Antiguo vínculo
El gran toro de Los Encinos se llamó "Charro Cantor", en honor a Jorge Negrete. No es la primera vez que la dinastía Silveti tiene un lazo histórico con el actor y cantante guanajuatense, pues Negrete hizo el papel del hijo de Juan Silveti (bisabuelo de Diego) en la película "Juan sin Miedo" (1939), donde también aparecen Emilio "El Indio" Fernández y Armando Soto "Chicote".
En el libro "Jorge Negrete, ser charro no basta", Francisco Javier Millán subraya que esa fue la única cinta en la que Jorge aceptó que el nombre de otro actor, precisamente el del bragado Juan, apareciera en los créditos primero que el suyo.
Tres ases, tres eses
El proceso de maduración de los matadores jóvenes mexicanos ha sido desesperantemente lento en las últimas décadas. Tardan mucho en pasar de ser promesas a realidades. Sin embargo, nos encontramos felizmente con que la historia está cambiando. ¿Por qué? Porque los valores del toreo nacional ahora se van a foguear a España desde novilleros. ¡Esa es la clave! De ahí que Joselito Adame, El Payo, Arturo Saldívar, Juan Pablo Sánchez y Diego Silveti (sin contar a Sergio Flores, que sigue de novillero) estén al fin renovando una baraja de toreros donde las figuras suelen eternizarse sin que nadie les haga sombra. Esto es una gran alegría. ¿A poco no sería extraordinario ver en la Plaza México el cartel de las tres eses, Saldívar, Sánchez y Silveti con un encierro bravo e impecablemente presentado?
Destellos de oro
Guillermo Capetillo ofreció detalles de categoría con el capote y la muleta, el domingo pasado en la Plaza México. Fue una grata reaparición. Una de sus verónicas, en cámara lenta, detuvo los relojes. ¿Lo volveremos a ver en la temporada?
Mucha crema
Alejandro Talavante, que nos gustó tanto en tardes anteriores, esta vez realizó adornos a destajo, como si quisiera mostrar todo su repertorio en unos cuantos minutos, olvidándose de que en el toreo es importante la medida. La faena a su primer toro la sobrecargó de florituras. Con procedimientos algo acelerados, acabó por dispersarse en un batido. Talavante es un hombre perceptivo con grandes virtudes como torero, que seguramente encauzará debidamente en el futuro ese torrente de creatividad que el domingo pasado se desbordó.
Calamaro, calamar
Por cierto, su admirador Calamaro se movía en el callejón como calamar en el océano. Danzó por acá y por allá tomando fotos, se puso la montera cuando le brindó la faena del toro de regalo y anduvo papando moscas durante el festejo. Se le agradece su apoyo a la Fiesta, pero hay que saber comportarse en lo que él mismo calificó como una "liturgia".
Armandito
Un ojo le bastaba para captar la belleza del toreo. Y es que Armando Rosales Gámez había perdido el otro el 16 de agosto de 1970 cuando un toro cornalón de Zotoluca le lanzó un derrote seco en la plaza de Ojo de Agua, Estado de México. Lola Beltrán presenció aquel dramático trance. El Saltillense, fallecido el sábado pasado, calculaba haber realizado 15 millones de disparos con su cámara fotográfica.
En su caótica casa-estudio de la colonia Santa María la Ribera, tenía más de 2 mil 500 rollos sin revelar. Ahí deben seguir, oxidándose inexorablemente, esperando que alguien se anime a ordenar el acervo gráfico taurino más extraordinario de los últimos treinta años. Se fue Armandito sin haber publicado el libro que merecía su gran trayectoria artística. Iban y venían gobernadores coahuilenses que se lo prometían. Que te vaya bien, querido "Salti".
Faenas de dos orejas
Hasta el momento ha habido 249 faenas de dos orejas en la historia de la Plaza México, nos dice Horacio Reiba "Alcalino". Los líderes en este rubro son Manolo Martínez y Jorge Gutiérrez (17), Eloy Cavazos (16), Zotoluco (14), Enrique Ponce (12), Rafael Ortega (11), Miguel Espinosa "Armillita" (10), Mariano Ramos (9) y Rafael Rodríguez y El Juli (6).