El toro que abrió plaza tenía muchas complejidades, y Talavante lo entendió a la perfección, empleando primero una técnica depurada para limar los defectos y potenciar las cualidades, a la par que iba construyendo series de una expresión especial, tocadas de adornos y detalles que iban brotando de la inspiración.
El público se percató de ese estado de ánimo de Talavante y lo acompañó en el trayecto de esa comunión mágica que existe cuando un torero está de vena y bajan los duendes, y si el débil juego del cuarto interrumpió ese idilio entre el extremeño y la gente, en el toro de regalo, "Centinela" de nombre, negro entrepelado, reunido y de bella lámina, la historia de la tarde iba a adquirir un cariz explosivo, que acabó dándole la razón a todos, pues cuando comenzó a barruntarse la posibilidad de regalar un toro quizá mucho no lo tenían claro.
Pero sucedió, y lo mejor fue que llegó el milagro del toreo, y de que ese "Centinela" tuviera la calidad y transmisión que desarrolló para que Talavante volviera a dejarse llevar por la inspiración que, como otras tardes en esta monumental, acabó con ese toreo arrebatado, sin guion, dotado de carácter y personalidad, en una faena tan heterodoxa e inesperada, cargada de sensibilidad similar a las que suele hacer en el campo.
Trazos templados al natural, en redondo, con ritmo, suavidad y entrega, compusieron ese trasteo tan diferente a lo habitual, en medio de un entusiasmo desbordante de un público que iba enamorándose cada vez más de "Centinela" y del propio Talavante, que hizo lo que quiso, toreando en los medios, sin ayudado de por medio, por aquí y por allá, pasándose al toro por la faja en redondo… lo que sentía en ese momento, hasta rematar la faena con unas manoletinas mirando al tendido, extasiado, hasta que comenzaron a aflorar en el tendido pañuelos rojos –de "Vive Libre"– y blancos en demanda del indulto.
Hasta en dos ocasiones Talavante miró hacia el palco de la autoridad, y no daba crédito a la negativa del indulto, hasta que, finalmente, la presión popular fue tan grande que no hubo más que perdonarle la vida a "Centinela", un hecho que provocó una clamorosa ovación y el recuerdo de que en las ganaderías como San Miguel de Mimiahuapam se tiene más de medio siglo trabajando por y para el toro, en un recuerdo entrañable de don Alberto Baillères y de aquel inolvidable toro "Teniente" de Manolo Martínez, torero vinculado a esta casa ganadera desde sus comienzos.
Quizá esta misma remembranza vino a la mente de muchos aficionados viejos, y de esa nostalgia a la raza indómita de Arturo Gilio, que al bravo tercer le hizo una faena de esas cargadas de una ambición desmedida, la de un torero serio, recio, sin concesiones de cara a la galería, que torea con una honradez pasmosa y una entrega a rabiar.
Los péndulos de rodillas del inicio de la faena, así como la arrucina, también de rodillas, fueron la muestra de esa forma de venir a arrear sin ningún miramiento en una faena que tuvo redondos con enjundia y largos pases de pecho, que remató de un pinchazo y estocada para cortar una oreja entre algunas protestas, las mismas que escuchó Diego Silveti en una primera faena ante un toro que vino a menos y al que había hecho un preciso comienzo de faena toreando a pies juntos con una pasmosa quietud y verticalidad.
Pero Diego habría de lidiar, en cuarto lugar, un toro de muy buenas hechuras, estrecho de sienes, vuelto de pitones, cárdeno de capa, que tuvo una clase preciosa, que embistió descolgado y con el morro por la arena, no obstante que no tenía la fuerza necesaria para terminar de rematar la profundidad que atesoraban sus embestidas.
Diego le dio pausa, caricia y temple, y le cuajó muletazos magníficos por ambos pitones, consintiéndolo y gustándose sin dejar escapar ningún detalle, en una faena de excelente construcción que el público paladeó de principio a fin. A la hora de entrar a matar quiso hacerlo al encuentro y con tal delicadeza que acabó pinchándolo, pero eso no le quita ni un ápice a lo que había hecho, que ahí quedó como muestra del gran momento por el que atraviesa.
El sexto fue un toro castaño que había empezado bien y duró poco, por lo que Gilio decidió abreviar, algo que se agradece, antes de tumbarlo de una contundente estocada, la mejor de la tarde, que le puso en las manos la otra oreja que le permitió salir a hombros en compañía de Talavante, que hoy en la Feria de San Marcos, evocó triunfos pasados, como los que conquistó con los toros "Niño Bonito" o "Santanito", del hierro de Begoña, además de aquella otra, prácticamente inenarrable, al toro de Teófilo Gómez bautizado como "Otra vez perdí", que tuvo una inspiración similar a la que hizo hoy cuajó a "Centinela".
Nombres, toros, tardes de feria, y un torero, expresivo y natural, heterodoxo y artista, que hoy volvió a dejarse el alma sobre la arena tras cuajar una faena de ensueño y fantasía.