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La rivalidad entre Armillita y Ortega

Lunes, 06 Ene 2025    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
Un enfrentamiento directo que se dio en 21 corridas en diversas plazas
El decenio que va de la segunda mitad de los años veinte a la primera de la década del 30 –o de los 40, tratándose de México– merecerían una atención que, por las razones que sea, nos han escamoteado los historiadores de la Fiesta Brava. Y es que puede afirmase, evidencias en mano, que dicho lapso abrazó la mayor explosión evolutiva y creativa que ha conocido la tauromaquia, y fue entonces cuando quedaron sentadas las bases técnicas y estéticas sobre las cuales iba a desarrollarse y progresar el toreo moderno. 

En ese breve tiempo aparecen la verónica de manos bajas y lánguido discurrir (Gitanillo de Triana, Cagancho, Solórzano, La Serna, El Soldado…), florecen los quites más imaginativos y bellos (Pepe Ortiz, Chicuelo, Calesero…), y se perfecciona la faena en redondo (Chicuelo, Armillita, Lorenzo Garza…), y todo bajo una exigencia dual de máxima quietud con máximo ajuste (Carmelo Pérez, Félix Rodríguez, Armilla, Garza…).

Como esto ocurría con los toros de "antes de la guerra" –trapío, poder e integridad, bravura encastada y a medio pulir–, el tributo de sangre pagado por la torería, sin antibióticos aún, fue implacable: se produjeron más de un centenar de víctimas mortales entre 1920 y 1940, como ha quedado dicho en otra parte de este repaso nuestro al Siglo de Oro del Toreo.

Armillita y Ortega

Bajo tales circunstancias, no podía dejar de haber rivalidades al más alto nivel. Una de principales se dio entre dos de los mayores maestros de cualquier tiempo, español uno y mexicano el otro. El toledano Domingo López Ortega (Borox, 1906-Madrid, 1988) se había puesto al frente del escalafón en cuanto tomó la alternativa (Barcelona, 08-03-1931). Procedente de las capeas de los pueblos castellanos, se estrenó en las novilladas picadas sabiéndolo prácticamente todo. 

Contaba ya 25 años y nadie discutió sus méritos para convertirse cuanto antes en matador de toros. Su personal estilo, de sabor antiguo y temple moderno, se manifestaba sobre todo en movimiento –"tenía el temple en los talones", escribió de él José Alameda, que llegaría a ser su cuñado al casarse Domingo con su hermana Cuqui–. Poco afecto a torear en redondo, les podía a los toros yendo siempre hacia adelante en faenas breves de fuerte sabor y rotundidad. 

Por ese entonces, Fermín Espinosa Saucedo "Armillita Chico" (Saltillo, 1911-México D.F., 1978), figura en su país,  llevaba ya cuatro temporadas batallando en una España que se resistía a reconocer sus muchos talentos, entre los que sobresalía una naturalidad magnífica con perfecto dominio de los tres tercios de la lidia y clarividente comprensión de las características de los astados; al contrario de Ortega, que tendía al toreo de recorte, Armillita fue uno de los precursores más conspicuos del toreo ligado en redondo, preferentemente con la mano izquierda, al grado que muchas de sus faenas las iniciaba toreando directamente al natural para concluirlas con adornos muy variados, siempre de tono sobrio y ajeno a banalidades que rompieran la unidad de la obra. 

Por algo el mismo José Alameda lo consideró no un frío maestro sino un artista insigne del pase natural ("Fermín entronca con éste –se refiere a Gallito– y con la tradición sevillana, que ofrece como ninguna la tradición de toreros largos y toreros artistas. Supo ser lo uno y lo otro." (El hilo del toreo. Edit. Espasa-Calpe. Madrid. 1989. p 228).

Ortega en México

Para que el duelo entre el de Saltillo y el de Borox pudiera trasladarse a nuestro país fue necesario que Domingo González "Dominguín", apoderado de ambos, se hiciera cargo de la empresa de El Toreo en mancuerna con Eduardo Margeli, un banderillero retirado, de origen gaditano, de larga trayectoria en México. Bajo su férula se dio la temporada de 1933-34 y también la siguiente, ambas ampliamente dominadas en lo taurino por Fermín Espinosa y en lo administrativo por Domingo Ortega, partícipe muy ostensible del negocio hasta el punto de irritar a un segmento de la afición cada vez más numeroso y hostil. 

El asunto hizo crisis cuando esta empresa en manos de extranjeros excluyó del elenco del 34-35 a Alberto Balderas, publicitariamente llamado "El Torero de México". Hubo un reto personal que Balderas lanzó a Ortega a través de la prensa, aparentemente sin consecuencias pero que enrareció todavía más el ambiente adverso al maestro de Borox.

Y fue bajo estas circunstancias que se anunció, con vistas a recuperar la taquilla, que flaqueaba, el cartel máximo, que no podía ser otro que el mano a mano entre Fermín Espinosa "Armillita" y Domingo Ortega. Lejanos aún los tiempos de proteccionismo melindroso, se les anunció con una imponente corrida de Xajay, propia para dirimir una pugna entre catedráticos del toreo. 

El año anterior, el duelo entre Fermín y Domingo había rescatado la temporada de la monotonía –toda ella se dio con solamente cuatro diestros, Solórzano y Balderas eran los dos restantes–. Y Armilla, ya dueño del tinglado a esas alturas, se impuso al de Borox en sus dos duelos directos: Domingo estuvo muy bien, pero en el recuento de apéndices el de Saltillo resultó vencedor inobjetable a razón de cuatro orejas y un rabo contra dos auriculares paseados por su adversario, a uno por tarde.   

Regalo de Reyes

Llegamos así al 6 de enero de 1935, con El Toreo lleno hasta la azotea. Los de Xajay no desmintieron su casta y su poderosa pelea animó extraordinariamente la función, exigiendo hasta el límite a los dos contendientes. En la pugna, una vez más, salió avante Armillita, mientras Ortega, enrabietado, pasaba más apuros de la cuenta ante "Bonito", el cuarto, un hueso demasiado duro inclusive para el decantado poderío del de Borox, desconcertado como nunca hasta que consiguió deshacerse de cualquier manera del incómodo bicho, acompañó en su arrastre por sonora ovación. Con sus otros dos toros, Domingo tiró a dominar, si bien con el sexto desplegó notoria voluntad, sin mayor fruto.
  
Fermín, incontestable

Dueño de la situación en todo momento, Armilla alcanzó un triunfo rotundo con el abreplaza "Barrendero", bravísimo, al que dio lidia redonda que el de Xajay enalteció con su poderío en el tercio de varas –produjo varios tumbos y a un caballo lo levantó en vilo llevándolo así hasta casi los medios para azotarlo allí junto con el montado– Como Ortega casi no intervenía en quites Fermín dispuso de amplias posibilidades de lucimiento –primero bordó la tapatía, después remató una rica sucesión de afarolados con media verónica rodilla en tierra–.

Cubrió el tercio de banderillas en derroche de alegre maestría y no soltó el hilo del éxito hasta entregar a "Barrendero" a las mulillas mediante impecable volapié. Naturalmente, las orejas y el rabo fueron a dar a sus manos, y quiso compartir el triunfo con los ganaderos de Xajay, Edmundo y Jorge Guerrero, cuyos toros iban obsequiar a la afición una tarde plena de emociones, las que dan el trapío, la casta y la bravura.

Con sus otros dos toros, duros de pezuña y de temperamento muy vivo, Fermín anduvo sobrado y torero.
  
Domingo 13 de enero

Como era lógico, una figura de las dimensiones de Domingo Ortega no iba a dejar las cosas en ese punto y buscó revancha de inmediato. Dio la casualidad de que para el domingo siguiente se tenía prevista una corrida-concurso con ocho astados de las mejores ganaderías del país y el toledano se apuntó a ella de inmediato, lanzando una vez más el guante al mejor torero de México y probablemente del mundo. Indirectamente, su reto incluía al grupo conocido como La Porra, que se acomodaba en el tendido de sol y, balderista como era, encabezaba la oposición a Ortega, el torero-empresario. 

De nuevo en blanco

Volvió a ocurrir que Domingo no pudo con el toro más grande y duro del reparto, "Vistoso" de La Punta, que ganó el premio al ejemplar mejor presentado y tuvo mucho que torear. El toledano se dejó llevar por el clima adverso y terminó a tropezones tras un inteligente planteamiento inicial. Y ya los porristas no lo soltaron, acentuándose su fracaso ante la seca bravura de "Madroñito" de Rancho Seco, que cerró plaza completando las ocho lidias programadas; antes, había dominado sin más al encastado "Haragán" de Piedras Negras, su primero, y sacado buen partido de la suavidad de "Jarete" de La Laguna, aunque sin conmover a la audiencia a pesar del trazo de algunos naturales de temple muy estimable.

Armilla según "Curro Faroles"

Este cronista, español emigrado a México y con trayectoria tanto en la crítica taurina como la teatral, era un decidido apoyador de la empresa Dominguín-Margeli y, por supuesto, del Diamante de Borox. Por eso cobra relevancia su relato de la faena de Armillita con "Azabache", gran toro de Zotoluca corrido en tercer lugar, galardonado con el premio al mejor y más bravo de la tarde. Fermín lo bordó en los tres tercios y solamente cortó una oreja porque pinchó antes de la estocada definitiva.

Escribió Curro Faroles: "Don Aurelio Carvajal ganó en buena lid el galardón supremo con su bravísimo toro "Azabache", negro meano (…) Alegre, con gran estilo, bravo y codicioso, peleó con los piqueros arrancándose de largo desde los medios (…) Armillita quiso chupar este caramelo en los tres tercios de la lidia y colgó en el morrillo de "Azabache" tres pares superiores (…)  Le hizo en realidad dos faenas, largas las dos. Y en ningún momento dejó el toro de pelear brava y noblemente (…) Y como este gran toro tenía delante a un gran torero, la cosa resultó completa (…) Tras el faenón, "Azabache" murió a consecuencias de un gran pinchazo y un volapié colosal que le propinó Armillita. Y toro y torero, en sentido contrario, dieron vueltas al ruedo entre ovaciones y dianas, el torero luciendo la oreja del estupendo "Azabache" (…) y el cadáver del toro llevando aún enhiestas en el ensangrentado morrillo dos cintas de seda celeste y roja… ¡Los colores de la divisa de Zotoluca!" (Los Ases, semanario. México D.F. 16 de enero de 1935).

Fermín Espinosa cumplió con el soso abreplaza de San Diego de los Padres, se encontró después con un Piedras Negras áspero y parado –había sustituido al de Xajay, devuelto por rehuir la pelea en varas– y cerró su gran tarde sacando insospechado partido del séptimo, un correoso burel de Zacatepec al que dominó sin miramientos y se pasó luego por la faja como si fuera un corderillo. Lo llamaron a dar la vuelta al ruedo.
  
Recuento histórico

Aunque la rivalidad Armillita-Domingo Ortega prácticamente queda constreñida al trienio 1933-1935 debido al boicot del miedo que determinó la expulsión de España de los toreros mexicanos, provocando una ruptura de relaciones que se extendería por ocho años (1936-44), resulta que, en toda su trayectoria profesional, el espada con quien Ortega alternó más veces mano a mano fue precisamente Fermín Espinosa. Así, por lo menos, está registrado en las estadísticas finales del libro de Antonio Santainés Domingo Ortega. Ochenta años de vida y toros (Edit. Espasa-Calpe. Madrid. 1986).

Allí constan las 21 ocasiones en que Fermín y Domingo se vieron las caras: 10 en España, ocho en México, dos en Portugal y una en Francia. Le siguen, lejos, los choques del toledano con Marcial Lalanda (16), Vicente Barrera (12) y Manolo Bienvenida (9). El resto es calderilla.    


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