Sin embargo, al final del día de poco valió, porque la corrida echó por tierra diversos pasajes de la tarde, y con ello la brillantez que, por trapío y comportamiento, el aficionado espera de los toros, que, aunque dicen que "no tienen palabra de honor", los ganaderos sí deberían de tenerla siempre.
Porque si realmente queremos defender a la Fiesta, necesitamos el argumento principal, y al auténtico toro como eje de un espectáculo que, cuando carece de este ingrediente, ese rito sacrificial en el que el torero debe ejercer como un "héroe homérico", parafraseando al maestro Luis Francisco Esplá, se acaba esfumando.
Y así debió la gente conformarse –y enfadarse, también– con una corrida parchada con tres toros de Pozohondo que no fueron ni la sombra de la magnífica corrida que los Alatorre echaron en marzo, en la confirmación de alternativa de Emilio de Justo, de la que el torero extremeño, así como José Mauricio y Diego San Román –que cortó sendas orejas y salió a hombros–, se regodearon en la emoción del auténtico toro bravo, que hoy brilló por su ausencia.
Paradójicamente, el propio Germán lidió los dos toros más rescatables de la tarde: el primero y el cuarto, sobre todo éste, al que Juan Pablo Sánchez tuvo que torear con precisión para terminar por "hacerlo" y encontrar ese pulso exacto para torearlo con su proverbial templa, en el sitio, en series de buen acabado que el público disfrutó como un venero en medio del desierto.
Y ya desde que lo toreó de capote se dio cuenta que había que cuidarlo y darle su tiempo, por lo que el hidrocálido demostró que sigue avanzando en su profesión, a la espera de que un toro le embista en la Plaza México con mayor determinación, movilidad y transmisión que "Colorín Colorado", que así se llamó el ejemplar de infrecuente pelo aldinegro al que acarició en cada trazo.
El público se le entregó a Sánchez en una faena de menos a más que culminó de una estocada entera, un tanto perpendicular, de rápidos efectos, que le valió el corte de una merecida oreja, escaso balance para una corrida en la que los toreros tuvieron que hacer un esfuerzo extra por solventar la papeleta ante tan poca colaboración del encierro.
Fue plausible que Sánchez haya sido tan breve con el inválido de Pozohondo que saltó a la arena en segundo lugar, un toro que, según confirmó el médico veterinario Javier García de la Peña, tenía pulmonía y por eso no podía ni con su alma. Tras haberse caído en los medios dos veces, Juan Pablo optó por abreviar mediante una certera estocada. Y como "la brevedad es una especie de cortesía", bienvenida sea la suya.
Juan Ortega venía ilusionado, como muchos buenos aficionados, que acudieron a verlo, a dejar una huella imborrable en esta fecha tan importante en su carrera, la de su confirmación de alternativa, pero apenas y pudo mostrarse con el toro de la ceremonia, que tenía un trapío armonioso y, siendo tarde, fue noble y acudió humillado a las telas del sevillano.
Un ramillete de verónicas, unas chicuelinas al paso para llevarlo al picador, encendieron la chispa del arte, y así lo entendió el público, que estuvo viendo todo cuanto hacía Juan con suma atención y respecto. Y aunque a su faena le faltó el clamor que aporta el toro con emoción, sí que hubo torería, serenidad, economía de movimientos, y una sobresaliente capacidad para adaptarse a aquellas embestidas a cuentagotas.
Detalles de torero caro fueron los que esparció por el redondel de La México, en una faena quizá un poco larga, pero en ese mismo afán de no dejarse nada dentro y enseñar el arte que atesora que es mucho en comparación con el poco celo del sexto, otro toro de Pozohondo sumamente deslucido que no aportó nada a la buena disposición del sevillano, un torero al que hay que ver las veces que sea necesario porque tiene misterio y hoy solamente pudo revelarlo en contados detalles que ahí quedaron.
A diferencia de otras veces, Diego Silveti hoy tuvo una tarde de esas con mala suerte; vamos, una tarde para el olvido, y si al incómodo tercero, de Pozohondo, que topaba y se defendía no consiguió someterlo, al quinto, del mismo hierro, lo protestaron ruidosamente y eso impidió que la buena voluntad de Diego llegara a buen puerto, no obstante que lo intentó con encomiable disposición.
Un entonado quite por gaoneras fue el raquítico balance de una actuación que terminó por hacerlo pasar de puntillas, de esas tardes que tanto esperan los toreros para revitalizar sus respectivas carreras y, literalmente, no pasa nada. Lamentablemente para Silveti, que había hecho el esfuerzo de torear infiltrado de la lesión de la rodilla izquierda que lo obligará a pasar por el quirófano.
Ahora habrá que esperar que el encierro de Jaral de Peñas corresponda a la importancia de la Corrida Guadalupana, y tenga el trapío –y la casta suficiente– para que se siga hablando de toros, porque la única manera de defender a la Fiesta es teniendo al toro como elemento primordial de la corrida, y no como una simple excusa para celebrarla.