Reflexionar sobre lo que hemos aprendido en este año de suspensión...
Ayer recibimos una magnífica noticia: ¡Se reabre la plaza Nuevo Progreso! La fiesta brava regresa a Guadalajara. No encuentro mejor manera de expresar mi júbilo que gritando: ¡Albricias! ¡Albricias!
Albricias es una palabra que, como muchas de nuestras costumbres, surge de un sincretismo cultural. Proviene del árabe hispánico albixára, un término que trae consigo el eco de la cultura andalusí, donde las buenas noticias se celebraban con gratitud y se recompensaba al mensajero. Esta tradición, como tantas otras, cruzó el umbral del tiempo y se fundió en el español, dejando una huella que aún celebramos en nuestra lengua. Albricias, como tantas palabras que usamos a diario, refleja la riqueza de un pasado entrelazado, donde el encuentro de civilizaciones ha producido herencias perdurables.
Más allá del júbilo por el regreso de los toros, nos convendría reflexionar sobre lo que hemos aprendido en este año de suspensión.
La fiesta de los toros es una actividad estigmatizada en la sociedad actual. Somos perseguidos por aquellos que pretenden homogeneizar el pensamiento y banalizar la cultura. A esto debemos sumarle el creciente movimiento animalista, la cultura superficial de nuestros tiempos, la desinformación de algunos políticos y los desafíos de nuestro sistema de justicia. Ante todo esto, las corridas de toros como espectáculo público y legal, corren gran riesgo.
¿Cómo podemos defender los toros?
Hay que partir de la esencia y de los principios que dan sustento a nuestro espectáculo favorito. Primero, la tauromaquia en México es una actividad legal, normada y regulada. Debemos de ser nosotros, los taurinos y, sobre todo, los profesionales (es decir, los que viven de los toros) quienes respeten reglamentos y disposiciones alrededor del espectáculo. Esto incluye todo lo que pasa con el toro dentro y fuera de la plaza, pero también otras ordenanzas como lo que solicita protección civil.
Dado que estamos atacados, quienes organizan una corrida de toros —y demás participantes— deberían ser escrupulosos y cumplir hasta con la última coma que pidan los reglamentos. No podríamos permitir que cerraran un coso por incumplimientos sanitarios o de protección civil, mucho menos por fallas en las regulaciones municipales o en los propios reglamentos taurinos. Cumplir con estas normas no solo es una obligación, sino también una forma de fortalecer la legitimidad de la fiesta taurina ante sus detractores.
Pero debemos ir a más. Por ejemplo, adelantarnos mejorando nuestros propios reglamentos. Siendo más cuidadoso con temas de bienestar animal, sanidad y cuidado de los espectadores. Mejorar los utensilios de la lidia para darle realce al toro bravo y cuidar que se lidien reces con el trapío, la integridad y fiereza que la propia tradición exige.
También se podrían realizar más estudios para tener evidencia científica que pruebe lo que decimos los taurinos. Digamos, replicar en México las investigaciones que, en España, ha liderado el doctor Juan Carlos Illera, quien demuestra que durante la corrida hay un proceso de analgesia en el toro, consistente en la liberación de betaendorfinas, hormonas endógeno-opiáceas producidas en su sistema nervioso central que moderan el dolor, reduciendo la transmisión y eficacia de estímulos sensoriales. Este tipo de investigaciones aportan una base científica que puede ayudar a esclarecer el dolor animal en el contexto de la lidia, ofreciendo una perspectiva más informada a la sociedad.
Abrirnos al diálogo es clave, pero debemos hacerlo con el uso correcto del idioma para evitar malentendidos y facilitar puntos de encuentro. Ante la sociedad y en cualquier foro, es esencial explicar de manera sencilla y clara lo que realmente significan conceptos como arte, cultura, tauromaquia, asesinato y tortura. La tauromaquia no es solo un espectáculo; es una tradición cultural y un arte, donde el toro y el torero se enfrentan en una danza ritual que expresa valentía, entrega y honor. Esta práctica dista mucho del asesinato, que implica una muerte sin sentido o propósito, o de la tortura, que busca Infligir sufrimiento a una persona para obtener algo a cambio, como una confesión.
También es importante distinguir entre términos como cruel y cruento, o entre animal de abasto, mascota, plaga y un toro de lidia. El toro de lidia es único en su especie, seleccionado y respetado por su bravura. Su sacrificio en la plaza tiene un significado distinto al de una plaga, erradicada sin ritual ni respeto, o de un animal de abasto, criado para consumo humano. Al comprender estos matices, es posible hablar de tauromaquia con mayor profundidad y, quizá, abrir un espacio de entendimiento con aquellos que la cuestionan.
Las empresas que organizan espectáculos taurinos podrían, incluso, ir a más. No solo cumplir con toda la reglamentación y que sus actividades sean ejemplo de integridad, sino que realicen obras sociales. Por ejemplo, donar la proteína (digamos uno de los seis toros de una corrida) a orfanatos o a otros grupos vulnerables no solo para demostrar las ventajas nutricionales de la carne de bobinos de lidia, sino para que esos grupos desprotegidos se vuelvan aliados de los taurinos en debates o intentos de prohibición.
Con la alegría por la revocación de la suspensión de la plaza de Guadalajara, no solo esperamos los carteles de la reapertura, sino que deseamos que este año haya sido una oportunidad para reflexionar y mejorar la fiesta de los toros en Jalisco y en México.