Si lo que pretendía la fotógrafa Katia Sol con su calendario "Instintos Salvajes" era provocar, lo ha conseguido con creces. Presentar a doce toreros con el torso desnudo, mostrando sus musculaturas en distintas poses, con la taleguilla bajada hasta más allá del ombligo, ha generado un gran impacto en las redes sociales, en un hecho mediático cuyo valor es haber trascendido el gueto de la información taurina.
Ante una propuesta gráfica tan atrevida, todo mundo tiene una opinión. Habrá a quien le guste, y quien admire la originalidad de la obra, así como de los toreros que han accedido a participar, y otros que la detesten al sentirla como una falta de respeto al vestido de torear, la "armadura sagrada" con las que estos hombres se juegan la vida.
No es la primera vez que una imagen de un torero provoca revuelo mostrando más piel de la debida, según las costumbres sociales de la época. El primero en hacerlo fue aquel grandioso revolucionario: Juan Belmonte, que, por allá de 1913, posó con parte del pecho sin cubrir, con el capote de paseo liado sobre el hombro izquierdo.
En esa conocida fotografía, el Pasmo de Triana tiene el pelo muy corto porque acabada de hacer la "mili", y en ella se inspiró el genial pintor cordobés Julio Romero de Torres para crear aquel hermoso retrato. La pintura contiene un dejo de nostalgia bucólica, resaltada por tonalidades verdes y un lance a la verónica del propio Belmonte, allá a lo lejos, debajo de la luz adivinada de luna y con un nebuloso perfil de la giralda sevillana como telón de fondo.
Hoy día nos quejamos de la forma en que se comunica la tauromaquia. Los formatos de los carteles, así como su diseño han cambiado. La pintura taurina, tan socorrida todavía en años recientes para anunciar un festejo, ha pasado prácticamente a la historia quizá porque suele ser más económico y práctico elegir fotografías de los toreros para ilustrar una publicidad taurina, que encargar una obra a un pintor o pagar los derechos de una ya hecha.
En este sentido, a la fiesta de los toros le ha faltado modernizar su imagen, crear campañas de publicidad atractivas o diferentes, como aquella de José Ramón Lozano para la Feria de Zaragoza de 2015, en la que Morante aparecía fotografiado con bigotes de Dalí, en una imagen que causó admiración. Vamos, que sirvan para que la gente hable de toros en la calle, fuera de la plaza, lejos inclusive de un entorno de aficionados.
Katia Sol ha traspasado la línea de la extravagancia, esa misma que los retratados le han permitido, seguramente alentados por su novio, Sebastián Castella, que también aparece en el calendario. Pero quizá lo más importante es que la obra de Katia ha puesto a los toreros ante la sociedad, así como su condición de seres humanos que sufren y gozan como cualquier otra persona. Y eso es saludable.
Si con fórmulas publicitarias como ésta se pretende que la tauromaquia sea conocida y reivindicada socialmente, tal vez Katia no esté tan equivocada con su atrevida propuesta. Al final, todo es cuestión del prisma con el que se mire.