Aquella tarde, en una plaza de toros vieja y desolada, la muerte rondaba por los burladeros y los corrales. Ella lo había acompañado por más de tres décadas, y en esta ocasión decidió que ya era momento de anunciar una cartelera en la otra vida.
Él, un personaje singular, sabía que su hora estaba cerca, pero no estaba asustado, pues toda su vida coqueteó con ella.
El cartel del viernes 29 de abril estaba listo. Dos días antes, mientras los camiones cerveceros llegaban a la plaza de toros con hieleras gigantes para depositar las bebidas que venderían, por el lugar caminaba un viejo solitario vestido de arenero, aquel que se encarga de mantener en buenas condiciones el ruedo-.
Con pantalón claro, camiseta roja, cachucha española y un puro en la boca entraba al lugar en el que horas después saldría avante de una corrida por última vez.
De cabello canoso y tez morena, Rodolfo Rodríguez “El Pana” no podía evitar dejar de hablar con un acento español; los movimientos de su lengua y su ceceo ocultaban su notoria mexicanidad. Él no era simpático únicamente cuando toreaba, sino también cuando era entrevistado.
"Debuté cuando me enfrenté por primera vez con una becerra en 1968, año de las Olimpiadas; que por cierto tú estabas en los cojones de tu padre. Tlaxcala se presta para la ganadería porque es un estado semidesértico, ahí siembras ajo y te sale puro chile”, relató.
Su despedida
En aquella platica, realizada el 27 de abril, en la barrera de sol, El Pana se despedía de las entrevistas en las que contaba su peculiar historia de vida; quizá presentía que su cita con la muerte estaba cerca y sería la de a de veras.
"¿Hay Pana para rato todavía?"
"No sabría decirte, chaval. A mí ya me pisa un toro un callo y ya no me repongo a la primera; ya sufrimos una revolcada y no nos reponemos fácilmente".
Sin espacio para otra pregunta, añadió: "Yo creo que aparentemente estamos ya en el ocaso de la carrera, de mi carrera como torero. Pero El Pana es torero de una sola tarde y como hombre soy hombre de un solo día”.
“Esto no sé cuándo acabará; a lo mejor el próximo viernes ya se acaba el mito, el cuento, la leyenda de El Pana. Nunca hacemos planes para mañana”, enfatizó.
Y así sucedió. Rodolfo Rodríguez se equivocó por dos días. El final de ese mito llamado El Pana no sucedió el viernes, sino dos días después en Lerdo, Durango. Estuvo erróneo por menos de 48 horas, ligeramente equivocado como sus cientos de estocadas finales fallidas.
Luego de 37 cornadas, dos de ellas perforaciones en la femoral, el de Apizaco, Tlaxcala, no resistió la 38 y el domingo 1 de mayo la muerte engendrada en "Pan Francés" -nombre del toro que lo corneó- lo mandó llamar.
El apodo de El Pana resultó del ofició que practicó antes de ser torero, el de la panadería. Él hacía pan francés y "Pan Francés" lo mató. Ironías de la vida.
Difícil de vencer
En el percance, Rodríguez se fracturó tres vértebras cervicales que lo dejaron cuadripléjico, pero ese no sería el fin; apenas enfrentaría al toro más difícil de su vida.
"Nos han pegado cornadas gravísimas, pero yo sé que íbamos a salir de esas y de las que faltan; mientras andemos en eso no estamos exentos de sufrir una cornada más", mencionó.
Tras el incidente con "Pan Francés", El Pana fue intervenido quirúrgicamente, sufrió un paro cardiaco, padeció neumonía y visitó la Unidad de Cuidados Intensivos. Se resistía a dejar el ruedo mundano.
"Dos veces nos han dado los santos óleos, pero aquí estamos. Tú sabes que hierba mala nunca muere”, dijo cuatro días antes de su última corrida.
La brujería
A Rodríguez también lo solían llamar El Brujo de Apizaco y en su última semana como torero activo hizo honor a este sobrenombre al predecir el final de su carrera.
La tarde del 2 de junio, Rodolfo Rodríguez “El Pana” se presentó a torear en el ruedo del edén. Finalmente complació a la que tanto le había rogado y le había acompañado durante sus casi 40 años de carrera, la muerte.