Una vez más la espada fue el nefasto hecho que alargó demasiado un festejo que duró tres horas hoy en la Plaza México, y donde la terna tuvo que apechugar con una novillada de la divisa de Las Huertas que debió ser picada, ya que por kilos y alzada, no era nada fácil ponerse delante.
Y si a ello agregamos los interminables pinchazos que cayeron desde el palco de la autoridad -¡un total de 11!- aquí no hubo "Buen Fin", ni mucho menos, lo que incidió negativamente en el agradable dinamismo que llevaba el festejo, sobre todo cuando los toreros se prodigaron en quites.
Los pasajes de más intensidad los firmó Ricardo de Santiago, que sorteó el lote más potable de un encierro de Las Huertas, cuyos ejemplares fueron bautizados con nombres alusivos a Chacho Barroso hijo, en cuya memoria, su hijo Rodrigo, ha retomado la labor iniciado por el abuelo, Luis Javier Barroso Chávez, un señor ganadero.
Después del quite dibujado al alimón que hizo con Isaac Fonseca, De Santiago comenzó a encauzar muy bien las embestidas del cuarto novillo, que había sido un tanto incierto en los primeros compases de su lidia, y acabó embistiendo con nobleza.
Una tremenda paliza sufrida cerca del burladero de la contraporra hizo concebir un nefasto desenlace, pero Ricardo se levantó para sobreponerse a este trago y continuó la faena con mucha raza. El trasteo caló en la gente, que valoró el esfuerzo desplegado por el potosino, y cuando debía matar bien para tumbarle una oreja, se dio a pinchar en repetidas ocasiones, hecho que desagradó a la concurrencia que tanto lo había alentado, hasta con gritos de "¡torero, torero!" cuando lo vio volver al ruedo tras haber quedado, a merced del novillo, en un instante dramático.
También a este novillo, como a su primero, lo había banderilleado con soltura, mostrándose como un banderillero fácil y que tiene buena percha de torero.
Otro tanto le ocurrió a Fonseca con sus dos ejemplares, luego de sendas faenas en la que mostró un excelente concepto del toreo gracias a su valor sereno y a una expresión corporal de gran naturalidad, difícil de encontrar en cualquiera.
Su disposición con el capote también brillo en los quites, especialmente en uno ceñido y estoico, por saltilleras, ante el segundo de la tarde, un novillo basto de hechuras que no fue fácil y con el que el moreliano estuvo por encima.
El quinto, que era el más reunido y bonito de los seis (debieron enlotarlo con el sexto, que era un "caballo"), dio escaso juego y se paró demasiado pronto, de tal manera que Isaac trató de torear para él en una faena con algunos detalles muy interesantes, pero sin la medida correcta del tiempo, por lo que luego de varios fallos a espadas, escuchó dos avisos, idéntico balance en ambos novillos.
El único novillero que había conseguido salir a hombros en los festejos preliminares, el otro michoacano del cartel, Tato Loaiza, ahora anduvo a la deriva frente a los dos ejemplares más hechos y corpulentos del encierro, un castaño gordo y montado de pitones, y el acaballado que cerró plaza. Se le notó sin plan y carente de estructura, amén de que ambos novillos no permitían florituras. Para colmo de males, la espada fue su calvario.
Urge crear una mayor conciencia entre los toreros, sus mentores, apoderados o quienes les enseñen este oficio, que matar bien a los toros es algo fundamental en lo que deben concentrarse a tope, más ahora que los pinchazos se miran con lupa y causan demasiado desagrado entre un amplio sector del público.
Las dos primeras estocadas de la tarde, una de De Santiago, echándose encima (aunque el novillo no dobló), y otra de Fonseca, tendida y un tanto contraria, pero de despaciosa ejecución, por desgracia sólo fueron un espejismo ante la innumerable cantidad de pinchazos y descabellos que se dedicaron a dar desde el tercero hasta el sexto, éste que Loaiza dio muerte como pudo.