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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 22 Sep 2016    Ciudad de México    Juan Antonio de Labra | Opinión   
Sobre la necesidad de hacer cambios en la fiesta de los toros
Ahora que la fiesta de los toros está siendo analizada con lupa en distintos foros políticos, bien valdría la pena que los estamentos que la conforman promuevan varias reuniones con sus protagonistas para discutir cuáles serían los cambios que se requiere implementar en el espectáculo, a fin de hacerlo más dinámico y adaptarlo a los tiempos modernos que corren.

Y así como a finales de los años veinte del siglo pasado se inventó el peto para proteger la integridad de los caballos de picar, podrían estudiarse diversos aspectos de la lidia que son susceptibles de modificación, sin que ello implique arrebatarle su esencia a la Fiesta, aquella única –y última verdad– representada por la muerte del toro en el redondel, ya que ése es el destino de este maravilloso animal.

Sin embargo, sí que urge un replanteamiento de algunos ajustes que contribuyan a mejorar el desarrollo de la lidia, sin que nadie se distraiga del factor fundamental: la ética, la autenticidad y el profesionalismo. Porque si desde adentro se pretende modificarla sin atender primero a estos tres factores, de poco serviría adaptar cambios que no trasciendan si el fondo no está sustentado en esos valores, que en muchas ocasiones se han perdido de vista.

Partiendo de esta base, la de la gestión de un espectáculo donde la meta sea la excelencia, y la contribución de todos los profesionales para engrandecerla, sí que sería necesario hacer un minucioso análisis de esos detalles que potenciarían su sano desarrollo. Y no se trata de una utopía.

La moción del Partido Verde es que la Fiesta se vuelva menos cruenta, pero eso realmente es casi imposible. No obstante, sí que se podrían llevar a cabo diversas adecuaciones con el fin de procurar que el espectáculo se renueve de cara a paliar la ira de los animalistas en estos tiempos revueltos de feroces propuestas prohibicionistas.

Así como se inventaron las banderillas cuyos arpones se rompen e impiden lesiones en los toreros, sobre todo golpes en los ojos y el cuello, que han provocado graves percances, se pueden hacer otras modificaciones que minimicen daños innecesarios, y también otros que lesionen menos al toro.

Desde luego que no es fácil sentarse a debatir acerca de estos cambios, porque el tema tiene muchos matices controversiales, pero sí que hay algunas cosas que sabemos que es preciso transformar en beneficio del espectáculo, tales como el tamaño de las puyas, el peso y manufactura de los petos, los arpones de las banderillas, y hasta los otros trebejos con los que se da muerte al toro. Pero también los procedimientos en torno a los pinchazos o los descabellos, entre otras muchas.

Fuera del ruedo también hay materia para el cambio, como sería la unificación de un reglamento federal, más sencillo de cumplir, sin tantas trabas, errores o lagunas, que favorezca la regulación de la Fiesta, con un sentido más práctico y sensato.

Pero también hay quienes sugieren la creación de una escuela de jueces de plaza, y demás autoridades que intervienen en un festejo taurino, ya que sus decisiones a veces entorpecen el espectáculo y ese afán de "celebración festiva" para el que fue creado.

La Fiesta es deliberadamente anacrónica, y ese es uno de sus valores más interesantes, sobre todo al estar incrustada en un mundo globalizado que pretende que toda la gente piense de la misma manera y que tenga los mismos gustos, en un afán de inquietantes ambiciones mercantilistas, ahí donde el negocio de las mascotas está marcando una moda que raya en el absurdo, y que pretende humanizar al animal.

De las crisis siempre se pueden extraer buenas oportunidades, y llegó el momento de que la Fiesta se renueve, se modernice, se organice con más calidad, pero sin perder su esencia, aquella que revela la vocación de un hombre que expone su vida en aras de conmocionar al público con su arte, el que nace de esa fantástica fusión con el toro bravo.


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