Arévalo borda el hilo de la Época de Oro
Martes, 16 Sep 2014
Zacatecas, Zac.
Juan Antonio de Labra | Foto: Manolo Briones
Durante la conferencia que ofreció en Zacatecas
El escritor español José Carlos Arévalo vino a Zacatecas a hablar de la Época de Oro del toreo en México, y lo hizo de manera singular porque es precisamente en esos años, comprendidos entre mediados de los veintes y entrados los cuarentas, cuando nuestra Fiesta adquiere su verdadera independencia taurina de España.
Y es precisamente en el abismo de las circunstancialidades, una vez rotas las relaciones taurinas entre España y México del año 1936, el instante en que en esta orilla del Atlántico aquella pléyade de toreros aztecas capitaneados por el maestro Fermín Espinosa "Armillita" regresan a sus tierra y consiguen conferir una importancia mayúscula a un estilo interpretativo con sello propio.
José Carlos, de una manera tan docta como intuitiva, fue bordando el hilo del toreo de una historia fascinante que bien valdría la pena que ahondara escribiendo un libro sobre la materia, para desentrañar el devenir de cada uno de esos figurones de los que habló con una gran claridad y, sobre todo, encontrar ese punto de interconexión entre todos, aquella que desemboca en la magnificencia de esa época.
A lo largo de su interesante conferencia, José Carlos se centró en Pepe Ortiz, Armillita, Lorenzo Garza, Alberto Balderas y Silverio Pérez, sin dejar de hacer comentarios paralelos de otros espadas contemporáneos como Carmelo Pérez, Jesús Solórzano, Luis Castro "El Soldado", David Liceaga o Ricardo Torres, entre otros.
Porque el "boicot del miedo", como le llamó con talante mexicanista Juan Belmonte, fue a la postre el detonante de unos años en que la tauromaquia azteca adquirió su auténtica dimensión, esa en la que el estilo expresivo de aquellas figuras, aparejada a la evolución del toro nacional, permitió una fascinante amalgama de personalidades que estaban inmersas en un México influenciado por magníficos exponentes en distintas áreas del arte, como la literatura, la poesía, el cine, la música o la pintura.
Pero todo aquello estaba envuelto de un misterio especial, el que provoca el arte del toreo como una manifestación del espíritu. Y resulta muy elocuente que un escritor español, de la talla y sensibilidad de José Carlos Arévalo, se ocupe de este tema que el domingo anterior abordó con una enorme claridad de ideas, lo que sin duda agradeció el público asistente al Restaurante Arroyo –de mexicanísima raigambre, por cierto– ahí donde se escuchó hablar bien de toros, que tanta falta nos hace.
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