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Desde el barrio: El "monstruo" del encierro

Martes, 15 Jul 2014    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Hace ya tiempo que lo que pasa en los novecientos metros de adoquinado pamplonés a las ocho de la mañana ha relegado y hasta ocultado mediáticamente lo que sucede a la tarde en la arena de la Monumental.  El encierro de Pamplona ha crecido tanto en los últimos años que ha acabado por convertirse en un monstruo que está a punto de devorar a las propias corridas sanfermineras.

Y por mucho que los taurinos insistamos en recordar, pregonando en el desierto informativo, que la carrera matinal de los toros por ese tobogán con balcones no sería posible sin la corrida de la tarde, ya están surgiendo incluso las primeras voces que empiezan a ponerlo en duda.

De hecho, aunque Elena Sánchez, la muy “torera” presentadora del programa dedicado a los encierros en Televisión Española, se esfuerce en mantener el sentido común frente al engolado discurso de los “expertos” del encierro, hasta su propio compañero, el inefable, y casi diría que antitaurino, Javier Solano ya soltó el otro día una frase muy inquietante de cara al futuro, con el beneplácito de uno de los “esprinters” foráneos.

Y es que al barbado y antiguo corredor, que parece que por fin ya sabe distinguir un toro de una vaca, se le ocurrió decir algo así como que la corrida de la tarde no es tan imprescindible como pueda parecer y que los navarros son tan “espléndidos” que bien podrían comprar los seis toros de cada encierro, que la Meca paga a un precio mucho más alto de la media, sin la necesidad de lidiarlos por la tarde.

Pero lo malo del asunto es que probablemente sea cierto. Porque en torno al encierro hay montado ya un espectacular negocio paralelo que mueve cientos de millones de euros, en el que participan las televisiones de todo el mundo –la NBC los ha dado en directo este año para los Estados Unidos, las agencias de viaje que lo surten de “carne de cuerno” de todas las nacionalidades y los propios lugareños que alquilan balcones y te dan de almorzar por setenta euros.

Incluso los corredores “prestigiosos”, esos que ya llevan tiempo creyéndose más importantes que los que se pasan luego los toros por los cojones y que incluso los desprecian con la boca pequeña, sacan tajada de su irreverente popularidad televisiva durante esas ocho carreras al trasladar su fama a otras ciudades donde también el toro invade las calles.

O incluso, tal que sucede con ese famoso calvo “divino” –como se conoce a estos personajes en Pamplona, pero que nada tiene que ver con el Divino Calvo que hizo del toreo fantasía los hay que hasta han llegado a “vender” sus experiencias en las moquetas de los centros de decisión para (sic) transmitir a los altos ejecutivos los “valores” del encierro y enseñarles a actuar bajo presión como hacía él ante las astas. Listo, el amigo.

Las calles de Pamplona cerradas por talanqueras han acabado así por convertirse en un  plató de televisión publicitaria y en el escaparate de una tienda de prendas deportivas en el que hasta las cornadas dejan dinero. Que eso y no otra cosa era lo que debía pensar el estúpido escritor gringo que este año, de camino a la ambulancia, sonreía feliz a las cámaras y saludaba pulgar en alto a la inocente audiencia de los “States” que había visto su percance.

Pero lo más triste del caso es que todo este tinglado mediático, esta manera de desvirtuar la esencia, radicalmente opuesta, de un acto popular que siempre representó un anónimo e íntimo alarde de pundonor para los navarros, supone también un profundo desprecio por el mismo toro y por el ganadero que lo cría.

Porque, ante una audiencia millonaria, los comentaristas y los especialistas del encierro, cargados de estadísticas de la caótica carrera, se permiten desacreditarlos indirectamente y desde hace mucho tiempo con una lista de ganaderías “peligrosas” cuyo sentido, como cualquier taurino comprende con facilidad, nada tiene que ver con el comportamiento real de los toros de esas divisas.

Y es así como, el día que toca turno, se tacha de “terroríficas” a ganaderías que son simplemente bravas, pero de las que algún toro disgregado de la manada, un año determinado, se dedicó simplemente a vender cara su vida entre el tumulto que le asustaba.

Está claro que donde de verdad se mide la bravura y la verdadera condición de un toro no es viéndole huir sobre el empedrado de las calles de Pamplona, sino embistiendo sobre la arena de la Monumental. Criado para pelear y no para correr, por mucho que los tauródromos también le quieran convertir en atleta del "sprint", el toro bravo ha nacido para morir en el ruedo.

Ese mismo ruedo donde, hay que decirlo ya de una puta vez, a la tarde y en mayor o menor medida, acusa los efectos de la carrera del alba, no tanto por el cansancio como por su resistencia a humillar en los primeros tercios y, sobre todo, por la “orientación” espacial, de entradas y de salidas, que ha experimentado sólo unas horas antes de su lidia.

Y esa inmediata capacidad de “ubicación” para la huida, que al bravo se le olvida en cuanto se calienta, es tremendamente perjudicial cuando el animal está muy justo de casta o pertenece a encastes con tanto “radar” como el de Santa Coloma o Saltillo. Que se lo pregunte si no a Victorino Martín, que nunca ha triunfado de verdad en Pamplona, o a Adolfo Martín, que el pasado día 13 pegó con su cornalona corrida uno de los mayores petardos de su historia como ganadero.

Así que, pensándolo bien, puede que los “expertos” tengan razón y sí que haya que comprar corridas única y exclusivamente para el encierro, sin que haya que ponerse después delante con una muleta.

Pero ya puestos y si es posible, estaría bien experimentar con otras razas distintas. Y no me digan que no tendría su gracia ver como corren en distintos días los bisontes de Yelowstone, los búfalos del Serengueti, los cornilargos de Texas o hasta los yaks del Tíbet. Eso sí que sería internacionalizar de verdad el encierro de Pamplona. Y ampliar el negocio…


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