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Desde el barrio: El toreo sobrevive en Quito

Martes, 03 Dic 2013    Quito, Ecuador    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes

Aunque haya mucha gente empeñada en lo contrario, el toreo no ha muerto en la ciudad de Quito. Pese al gobierno de Correa, que continúa con su cruzada legalista, varios miles de resistentes lo mantienen vivo en una ciudad que sin Fiesta no tiene fiesta, como se comprueba estos días en unas avenidas tristes que no son ni la sombra de lo que fueron en aquellos años donde “la mejor feria de América” inundaba la ciudad de entusiasmo y ganas de vivir.

Arruinada la hostelería quiteña, esta vez la fiesta se ha trasladado a unos cuantos kilómetros de Iñaquito, a una especie de exilio interior que ha llevado la corrida integral hasta Latacunga y Tambillo para avivar esa llama que, pese a todo, Correa y sus muchachos no han conseguido apagar.

En Latacunga, a unos noventa kilómetros de la capital, el ganadero y matador de toros José Luis Cobo hizo el esfuerzo de organizar la breve feria de San Isidro Labrador. Una especie de réplica a escala –podríamos decir que de 1:5, por el recoleto ruedo de la plaza y esa misma proporción de aforo con respecto a la Monumental de Quito- de los días de gloria taurina que se vivían junto a la mitad del mundo..

A la sombra del gran volcán Cotopaxi, hasta Latacunga se desplazó la flor y nata de la afición quiteña que, junto a las también cercanas de Ambato y Riobamba, conformaron un público selecto y conocedor que vibró con su pasión durante dos intensas jornadas de feria dentro y fuera de la plaza. Y, a tenor de los buenos resultados, Cobo ya anda pensando en ofrecer tres carteles el próximo año, hasta redondear un completo fin de semana.

Así es como la riqueza que la feria del Gran Poder dejaba en la capital del Ecuador ha huido de la ciudad en busca de otros escenarios más propicios, como el de Tambillo, donde el empresario Marco Galindo ha organizado un ciclo más largo aprovechando incluso la imagen de marca creada durante muchos años en Iñaquito.

La ha llamado, también, feria del Jesús del Gran Poder, e incluso se ha tomado la licencia de seguir considerándola como “la mejor feria de América”. Pero, por mucho que su empeño sea digno de elogio, no le cabe en este caso adjudicarse dicha herencia cuando el ciclo se organiza en una portátil. Grande y bien dispuesta, pero portátil al fin y al cabo.

Mejor cabría calificar a esta nueva experiencia a quince kilómetros del Panecillo como un simple sucedáneo, aunque sustitutivo y meritorio. Una oferta que es de agradecer mientras se sigue añorando aquella grandeza con que la Fiesta se mostraba en la Monumental de Quito y que en ningún caso se podrá igualar.

Y aún para redondear esta cargada semana taurina “quiteña”, quedan también por celebrarse, aunque sin muerte del toro en la arena, los festivales de la Plaza Belmonte, situada en el centro colonial de Quito, y las novilladas sin caballos anunciadas en el complejo de ocio de la Mitad del Mundo, en la misma línea equinoccial. 

Resiste y sobrevive, pues, la fiesta de los toros en la capital del Ecuador, mientras cobra aún más fuerza en la provincia, por mucho que los numerosos y malencarados agentes de la DINAPEN (la policía de protección de menores) merodeen por los alrededores de las plazas con mirada inquisitorial y actitud paramilitar para  hacer cumplir la reciente ley correista que prohíbe la entrada a los tendidos de menores de 16 años.

Fue por eso por lo que no pudo actuar El Galo en la novillada que abría el abono de Tambillo, donde iba a debutar con picadores con apenas quince años recién cumplidos. Pero  lo más grotesco y ridículo de la situación es que tampoco hubiera podido entrar a verle su hermano Michelito, ya matador de toros y que cumplió los dieciséis el domingo para, ahora sí, poder hacer el paseíllo en la corrida mixta del lunes.

Contra estas absurdas y arbitrarias decisiones “democráticas” sigue luchando silenciosamente en la sombra de los juzgados, los ministerios y el congreso un grupo de ilustres aficionados, que no cejan en su afán de devolverle la Fiesta íntegra a la capital ecuatoriana y a su escenario habitual del último medio siglo.

Abogados, economistas, especialistas en marketing y jóvenes y activos apasionados del toreo siguen formando la gran resistencia taurina ecuatoriana. Y, como se vio en la brillante presentación del recién creado Club Taurino de Quito, no se trata de una resistencia pasiva, como la de Ghandi contra el imperio inglés, sino brava y decidida, como la francesa que peleó contra la tiranía de Hitler.  

Los elegidos miembros de este club serán, al margen de divergencias internas y de los intereses del negocio, los encargados de finalizar el proceso de defensa de la Fiesta iniciado hace tres años. A ellos les toca rematar la faena, porque su resistencia está cargada de sentimiento, sensibilidad y razón. Y porque ya dice el refrán que quien resiste gana.


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