Banners
Banners

La huella que deja el arte del toreo

Viernes, 11 Oct 2013    Zaragoza, España    Juan Antonio de Labra | Foto: Maite Fernández | aplausos.es         
Finito de Córdoba firmó una tarde para la posteridad

El que sabe catar el arte del toreo no puede quejarse de lo que ocurrió hoy en la plaza de Zaragoza, sobre todo si consideramos que la esencia de este arte no es acumular orejas, simples “retazos de toro”, como decía el inolvidable Manolo Martínez, sino trascender y dejar huella en el espectador.

Porque al cabo de los años, todo aquello que deja huella en la sensibilidad del aficionado sea recordado con ilusión. Es entonces cuando la pátina del tiempo le confiere un toque de misterio a esta subyugante fugacidad que tiene el arte del toreo –que nace y muere en el mismo instante– pero que permanece en el alma de quienes supieron conectar con ese momento creativo.

En este sentido, la faena de Finito de Córdoba al cuarto toro de la corrida fue un reencuentro con el clasicismo; la expresión de unas normas de torear –y de sentir– que siempre han estado ahí, a la vista del que quiera sentirlas y paladearlas.

Es verdad que el peso del cartel recaía en sus compañeros de cartel: Morante y El Juli. Sin embargo, de buenas a primeras, Finito se abrió de capote y cuajó un magnífico ramillete de verónicas, nada más comenzar la corrida, destello de torería que terminó reventando a un toro que acabó echándose, desfallecido, quizá porque sólo aguanto ese primer encuentro con Juan Serrano.

Recordé entonces aquella inquietud que tenía el maestro Antonio Ordóñez de torear un toro de capote de principio a fin, sin que mediaran los tercios, por el simple gusto de recrearse con una tela que, en muchas ocasiones no acaba de asentarse nunca en las manos de muchos toreros.

De amplio trazo, redondas, cargando la suerte, y con esa profundidad que se aleja de la afectación, Finito toreó a la verónica pasmosamente, bajando los brazos lo necesario, abriendo el compás lo justo, jugando los brazos con una asombrosa cadencia. Y así se llevó al toro desde las tablas a los medios, donde abrochó la serie con la media verónica, máximo colofón para tanta belleza.

Ahí pudo hacer concluido la corrida; o debió “pagarse” el boleto de quienes venían a ver torear con arte en Zaragoza. Pero qué bueno que no fue así. Y lo afirmo porque en el cuarto, Finito volvió a hacer gala de torería en una faena que, sin llegar a cuajarse del todo, porque al toro le faltó un puntito más de fuelle en las embestidas, sí que dejó para los aficionados más exigentes algunos muletazos de cante grande. Por señero y terso; por rítmico y profundo.

Y vaya si la gente disfrutó esos detallazos de torero que tuvo Juan con el de Zalduendo, al que pulseó con delicadeza y ayudó a tratar de seguir la muleta un poco más allá de lo que su condición le permitía.

Y aún sin redondez, los muletazos, los ayudados por alto, las trincherillas finales, y demás adornos, quedaron grabados en altorelieve sobre la arena dorada del coso de “La Misericordia”. Así, para el recuerdo.

Porque no sólo fueron esos embroques reunidos y sobrios en cada uno de los trazos, sino también los andares entre las series. ¡Qué importante es torear desde el cite! ¡Qué importante es salir andando con torería del remate! Y más aún si se hace sin pensarlo, con la naturalidad de los artistas auténticos.

¿Debió darle la oreja el juez de plaza a Finito tras el pinchazo que antecedió a la estocada? Era lo de menos, porque lo demás ya había quedado ahí, en la retina y el corazón de los aficionados que hoy vinieron a ver al de La Puebla y se toparon con el de Córdoba.

La brevedad de Morante fue una especie de cortesía si consideramos que los dos toros de su lote estaban podridos: dos ejemplares de nula casta y poca fuerza con los que sólo pudo bosquejar un buen inicio de faena al primero, mandón y torero, por doblones, a pesar de que el toro cortaba el viaje. Un par de muletazos en redondo fueron lo poco que José Antonio pudo hacer.

En medio de estos dos consumados artistas, uno que tuvo un medio toro y otro que no tuvo nada delante, la raza de El Juli se impuso con autoridad a un ejemplar sin ritmo, que venía punteando, que no terminaba de entregarse.

Dueño de esa maestría en la que ha fundamentado su éxito a lo largo de los años, el madrileño resolvió la papeleta con astucia y entrega, obligando al público a reconocer su desbordante capacidad.

Despatarrado, con la suerte discretamente descargada, como ahora le ha dado en torear para alargar lo más posible las embestidas, El Juli dio naturales templadísimos, mandones, a un toro reservón que no le quedó más remedio que ir ahí donde la muleta del madrileño lo llevaba. Hasta que se rajó. Y tuvo el tino Julián de despenarlo de una media lagartijera de fulminantes de la que el toro salió muerto de la mano y rodó patas arriba, sin puntilla, a la par que el público se rendía con absoluto entusiasmo a esta demostración de carácter.

En el quinto la gente le cayó encima a Morante porque hizo una faena brevísima ante un toro que no tenía un pase. Fueron las ganas de descargar la ira acumulada cuando se paga por ver torear y no se ve nada.

Consciente de que podía seguir puntuando, El Juli enfrentó al sexto con la misma enjundia; pero el de Vellosino era otro toro que, de entrada, por sus feas hechuras, y con 603 kilos sobre los lomos, no podía embestir.

A la salida de la plaza, ésta por donde desde hace casi 250 años han desfilado las más grandes figuras del toreo, en el ambiente se percibía un sentimiento encontrado. Por una parte, y tal vez era el más generalizado, el que obligaba a pensar a mucha gente que el festejo había sido una decepción. Por otra, la de esa minoría que sigue pensando que el arte del toreo, cuando se hace como lo hizo hoy Finito de Córdoba, renueva la afición a una expresión artística que tiene como base la sinceridad de lo eterno.

Ficha

Zaragoza, España.- Plaza de "La Misericordia". Quinto festejo de feria. Lleno en tarde agradable. Tres toros de Zalduendo y tres de Vellosino (1o., 5o. y 6o.). Pesos: 560, 560, 534, 547, 553 y 603 kilos. Finito de Córdoba (Corinto y oro): Silencio y vuelta con aviso tras petición. Morante de la Puebla (negro y oro): Silencio y bronca. Julián López "El Juli" (nazareno y oro): Oreja con petición y ovación. Incidencias: Destacó en banderillas Álvaro Oliver, que saludó.


Comparte la noticia