La tarde comenzó con sol, nubes amenazantes y un halo de tristeza por la partida de un caballero. Un amigo. Un apasionado de este rito ancestral, juego ilustre de muerte y vida. Al concluir el paseíllo, el Juez de plaza ordenó un minuto de silencio, que fue rebasado por los aplausos de cariño a "Joselito" Rivas. Muestras de aprecio que continuaron en la vuelta al ruedo de las cuadrillas, la Peña Infantil de Guadalajara y su hijo, la familia de Enrique portando una fotografía de un José a quien siempre recordaremos.

En el asunto de la novillada, hoy fue una tarde complicada para los toreros. Real de Saltillo, de don Carlos Peralta, envió un encierro muy serio que le exigió sus cartas credenciales a los espadas acartelados. Los astados no tuvieron "malas ideas" pero sí… mucho que torear. Requirieron firmeza de plantas, de espíritu, de conocimientos. Conocimientos que no moran en la espuerta de un novillero –todavía.

Paulo Campero intentó agradar al respetable, pero le impusieron –a quien no- los dos que le correspondieron en el sorteo, y el que hubo de pasaportar en lugar de Alejandro Lima que se fue al hule en el quinto. A su primero, un negro bragado corrido que fue pronto en varas declinó torearle con la capa. Con la muleta inició por bajo su faena, pero no consiguió someterlo. Y aunque el novillo fue obediente, claro y pronto a los engaños, no le dio concesiones al torero. Con un pinchazo y una estocada casi entera, se retiró en silencio a escuchar palmas para su enemigo.

En la lidia del segundo de su lote, lo más destacado fue como se echó el capote a la espalda –como mandan los cánones- para realizar un quite por gaoneras, con mucha voluntad, aunque con no tanto acierto. La lluvia ayudo a su desconcierto, para acabar desdibujado, pinchar en demasía y escuchar un par de avisos del palco de la autoridad. Silencio.

En El Mojito hay un caudal inagotable de voluntad. Hasta hoy –lógico en un principiante- la influencia de su mentor -El Zapata-, es el estilo que intenta Alejandro Lima. Pares al quiebro en el centro del ruedo, con ejecución al violín, así como el par monumental fueron argumentos sobre los que buscó cimentar su actuación el chaval. Con la muleta, a fe buena que busco entenderse con  un ejemplar que tuvo claridad y fijeza, que hundió el morro en la arena, pero que exigía una muleta poderosa -de matador de toros- para entregarse a plenitud. Estocada entera y silencio.
 
El segundo de su lote –más exigente aún que su primero- le pasó la factura de su falta de rodaje. No le permitió lucir en palos y acometió a su muleta con mucha fuerza y codicia. Se lo echó al lomo para pegarle una cornada y depositarlo en el ruedo de fea manera.

El moreno de Venezuela me hizo recordar a Cesar Girón. Tomas Martínez se llevó los dos que acusaron mansedumbre en el encierro. El primero se puso andarín, y sus 460 kilos arrollaban, por lo que "a otra cosa mariposa". Tres de acero al encuentro en tablas y silencio para el chaval.

Con su segundo .el más bonito del encierro- un novillo bajito de agujas, fino de hechuras, bien puesto por delante, pero que, luego de hacer un gran teatro con el piquero, cantó la gallina, para rondar por toda la geografía del ruedo, hasta que el venezolano consiguió fijarlo –a ratos- y escuchar olés del respetable en pases de ida y vuelta, y uno que otro natural o derechazo con temple y buen gusto. Para decepción de la parroquia, se eternizó con la toledana para casi escuchar los tres avisos. El público lo despidió con palmas.