En los años 1898 y 99, dos zacatecanos de origen vasco, los hermanos Llaguno piden a su padre, ganadero de varias especies, que les deje tentar sus vacas criollas, de raíz española como todo el vacuno mexicano, que pastaban en un inmenso predio, de unas setenta mil hectáreas, y las de otros ganaderos vecinales. Eran lo que aquí llamamos moruchas, y dicen que llegaron a examinar unas 4.200 a lo largo de veinticuatro meses.
Aprobaron 30. Nueve años más tarde, por intermedio de su buen amigo el matador Ricardo Torres “Bombita”, compraron en Sevilla un lote de 10 vacas al marqués de Saltillo y un semental. Otro venía en el vientre de una vaca. Y dos años después, en 1910, adquirieron otro lote de 10 vacas, reseñadas por Antonio, en Sevilla, y embarcadas por su hermano Julián añadía la convicción, extendida en todo el campo ganadero español, de que “lo de Saltillo padrea y lo de Veragua madrea”.
Esta aseveración es básica para entender el invento genético de los hermanos Llaguno, el que yo llamo sistema de “soleras”, método muy parecido al de los bodegueros jerezanos: la mezcla de las soleras antigua –fundacional–, la media y la recién cosechada. Desde un principio, los Llaguno criaron lo de Saltillo por separado y a las vacas criollas, lo de San Mateo, le añadieron paulatinamente la “solera saltilla”. Se empezó a hablar entonces de lo “puro” –lo español– y lo “impuro” – lo criollo–. No con mucha propiedad, pues los dos hermanos estaban haciendo en un margen muy corto de tiempo lo que los ganaderos de bravo peninsulares habían hecho a lo largo de
tres siglos.
Por absorción, lo de Saltillo –siempre padreando– asaltilló lo criollo, y se mantuvo siempre puro como reserva genética. No les importó a los Llaguno la consanguinidad que gravitaba en Saltillo. De hecho, consiguieron inicialmente dos líneas por vía paterna, las de los toros “Conejo” y “Vidriero”, padres fundacionales, sobre unas pocas reatas por vía materna, no más de media docena. En efecto, su cruza inicial con lo criollo se transformó pronto en “refresco”.
Pasados los años, la consanguinidad en Saltillo fijaba caracteres, era fuente de bravura, y se abría con lo de San Mateo, de origen criollo pero ya absolutamente asaltillado. Proliferaron por separado las reatas, pero con el tiempo un toro de San Mateo fue indistinguible, por morfología y comportamiento, de un toro “puro” de Saltillo. El resultado de esta magna obra genética, sin parangón en su método, dio origen al llamado toro mexicano. Fue el toro que acompañó a la evolución del toreo azteca y la materia prima de grandes faenas de los toreros españoles
en México.
Se trataba de un bovino de trapío medio, muy reunido, con la variedad de capas que caracterizó a los antiguos “saltillos”, y una bravura encendida, de mucha movilidad, humillación y larga duración, pero atemperada por el pausado son criollo. Era el encaste Llaguno, perfecto mestizaje hispanomexicano, una raza de aristocrática bravura hoy extendida a gran parte de la cabaña brava mexicana.
Pozo Hondo, antes Malpaso
Hasta hace poco, la ganadería formada por el matrimonio formado por Ramiro Alatorre y Ana María Rivero de Llaguno, se llamaba Malpaso, nombre del rancho que heredó de Julián Llaguno en el término zacatecano de Valparaiso. Y a Ramiro Alatorre hijo se le ocurrió rescatar la denominación de Pozo Hondo, el solar donde Antonio Llaguno siempre tuvo el pie de cría de Saltillo.
Fue un acierto, porque la nueva denominación respondía a esa busca de los orígenes Llaguno que caracteriza a estos ganaderos. En efecto, su ganado está configurado por lotes iguales de vacas de Torrecilla, San Mateo y San Antonio de Triana, así como toros y vacas de Los Martínez, y dos toros de Chafick, todo del más puro origen Llaguno, además de semen importado de Joaquín Buendía, como es sabido una ganadería formada con vacas ibarreñas de Santa Coloma en origen siempre padreadas por machos de Saltillo.
En resumen, la meritoria labor de esta amilia ha consistido en buscar y encontrar los hatos más sanmateínos, dispersos a lo largo de los años, primero por las medidas ventas de Antonio y Julián Llaguno, y después tras la liquidación final de la ganadería a cargo de José Antonio, el hijo de Antonio. Pozo Hondo reparte entre sus 1.400 hectáreas unas 550 reses, entre las cuales 160 vacas de vientre, que todos los años configuran siete lotes o empadres, repartidos entre los siete sementales en activo. Hay otros dos a prueba y dos recientemente tentados. Las tientas son
muy rigurosas en Pozo Hondo, pues cada vaca aprobada manda al desvieje a una vaca veterana
y ello supone un riguroso examen a todas las novicias
Hoy el equilibrio ganadero que preside el patrón genético de la ganadería oscila entre la preservación de la nobleza –por ejemplo. ¿Fue la elección del encaste Saltillo un acierto fortuito? En México había el precedente inmediato de los ganaderos tlaxcaltecas, que también habían comprado Saltillo, al que se la adición de sangre Buendía se suministra a cuentagotas– y la bravura que, sin reservas, debe garantizar la continuidad futura de toda ganadería. Lo que el desaparecido Juan Pedro Domecq llamaba el plan director de la ganadería, que no es otra cosa que la rigurosa selección de las vacas elegidas en cada empadre para cada semental, tengo la impresión que en Pozo Hondo impone grandes horas de reflexión ganadera.
Intuyo en los dos Ramiros grandes dosis de análisis de las reatas, lo cual tiene su incidencia en la tienta, más allá del juego estricto de las vacas, y en Ana María una adhesión sin ambages a la bravura, la químicamente pura, la que no confunde la res que pasa con la res que embiste. Personalmente, me cae bien esta conducta ganadera, pero también sé que la carga genética de un animal desborda muchas veces el estricto juego que da en la plaza, cuando se piensa en él como reproductor, o incluso con la opinión de los toreros, si no conocen a fondo la ganadería?
La tienta
Hacía un día espléndido en Pozo Hondo. Sol y apenas una leve brisa. Los pastos estaban plagados de “navajitas”, una hierba de gran valor proteínico que en pocos días pone a las vacas gordas y lustrosas. No me gustó que las tentadas apenas llegaran a eralas –algo muy común en los tentaderos mexicanos–, pero sí el vigor y la salud que desprendían.
El tentadero fue riguroso, bien oficiado por Nacho Meléndez, un fiscal objetivo, que las dejó ver sin darlas una sola ventaja pero sin desaprovechar ninguna acometida. ¡Qué gran picador, en la plaza y en el campo! Zotoluco y Arturo Macías fueron los abogados defensores, poniéndolas en suerte con precisión y ayudando a las mansas con la muleta y haciéndonos ver lo que eran embestidas inerciales por ellos provocadas y verdaderas embestidas. El palco fue un duro juez. De doce vacas aprobó dos, dos cárdenas bragadas preciosas, y no se dio coba con la noble mansedumbre del resto.
Ana María, intolerante, como debe ser, las desechó de un plumazo, ni siquiera sé si le gustaron las buenas, y los dos Ramiros tomaban nota por separado, dando tiempo a las vacas a que dijeran todo lo que tenían que decir. Fue un tentadero interesante, de una ganadería en busca de sí misma, que ya ha dado toros importantes, como el "Jibarito" al que Alfredo Lomelí desorejó en la Plaza México, o el "Ropavieja" con el que Ignacio Garibay hizo lo propio en Zacatecas, y novilladas completas de gran regularidad, como la lidiada en Aguascalientes, el 14 de marzo de 2010, cuando la plaza obligó a Ramiro Alatorre a dar la vuelta al ruedo tras la muerte del quinto novillo.
Lo que vi en el tentadero, una placita asolerada en la que Manolete hizo su primera tienta mexicana, fue una divisa en trance de formar una vacada rematada, sos vientres de calidad excepcional que sostienen la regularidad de los toros de plaza, sin depender del poder raceador de un semental cumbre, ese toro que dispara el prestigio de la ganadería en un corto ciclo si no tiene el apoyo de vacas, muchas vacas, absolutamente geniales. Lo de Pozo Hondo, en estos días, me parece la conquista de sabia joven sobre odres viejos. O sea, una ganadería nueva pero con solera.
Los Alatorre-Rivero
Conocí hace ya bastantes años a Ramiro Alatorre en “Los Godos”, la tertulia de Paco Madrazo, último ganadero de La Punta, que reunía a varios ganaderos amigos, de toda laya –tlaxcaltecas, zacatecanos, de El Bajío y capitalinos–, todos los martes en un comedor reservado del Hotel Palace. Allí reinaba el humor, la ironía y el conocimiento sobreentendido. Se hablaba mucho de toreo, algunas veces de política taurina y poco, muy poco, de toros, como suele suceder cuando charlas con más de un ganadero a la vez.
Después conocí a Ana María, una mujer con mucho encanto y una ganadera de raza, y más tarde a su hijo Ramiro, que entonces tenía fama de buen torero entre los aficionados prácticos. Pero cuando me pude percatar del fondo taurino de los tres fue en España. Muchas veces los encontré en Madrid y Sevilla, o en Bilbao y San Sebastián, ferias a las que son muy proclives estos ganaderos de origen vasco. Me asombró su manera de enjuiciar al toro español de otros encastes, el talante abierto, yo diría que de un cosmopolitismo taurino poco frecuente. Calaban la bravura, la mentirosa y la de verdad, y asumían el toreo, el de aquí y el de allá, por encima de cualquier apreciación localista.
Para mí fueron la prueba de que el aficionado –y también el profesional– adquiere una mayor comprensión de la Fiesta cuando la entiende e interioriza de igual modo a los dos lados del Océano. Hago esta observación no para perfilar un retrato de esta familia ganadera, sino para subrayar la sorpresa que me produjo sentir la mexicanidad que respiraba su estar y vivir ganadero en el predio de Pozo Hondo. Es tan natural como el abierto cosmopolitismo que desprendían en España.
Tampoco es de extrañar, son genuinos representantes del campo bravo zacatecano, la tierra donde, en pleno siglo XX, sus ancestros, los Llaguno, crearon uno de los encastes más importantes de la historia del toreo. Por lo demás, como dicen los mexicanos, me late que en los comienzos del XXI se desarrolla una ganadería, la de Pozo Hondo, que va para largo.