Desde el barrio: El rescate de San Isidro
Martes, 29 May 2012
Madrid, España
Paco Aguado | Opinión
La columna de los martes
Faltan sólo cinco días para que terminen las corridas de San Isidro, que serán prolongadas la próxima semana por ese apéndice sin abono cautivo que este año han dado en llamar pomposamente Feria del Arte y de la Cultura. Pero a estas alturas de la función ni aun así parece que se pueda maquillar la impresión generalizada de fracaso que arroja el ciclo taurino más decisivo del año y que va a extender su pesimismo al resto de la temporada.
Después de cuatro lustros de abusos por fin ha estallado en las manos de la empresa esa burbuja madrileña de los carteles baratos y el repudio de las figuras, hinchada feria tras feria por una mezquina gestión que, sobre la base de un abono masivo, buscaba el beneficio –también de los políticos— al margen de los resultados artísticos.
Ha fallado la vieja fórmula inventada en los noventa y también, como elemento básico, ha fallado el toro. En un invierno de crisis y sequía, los asfixiados ganaderos han echado poco de comer y en el campo han sido rara avis los astados con el remate y el cuajo necesario para la primera plaza del mundo. Y así las cosas, sin recursos ni reflejos, la empresa ha provocado un constante baile de corrales en Las Ventas. Con demasiado toro fuera de tipo, cinqueños feos y baratos y sobreros mostrencos, el mayo madrileño ha resultado en consecuencia una sucesión de espectáculos tristes y anodinos.
Con los dedos de una mano se pueden contar los toros que han dado verdadero juego en las corridas isidriles, los que, para más inri, han sido desaprovechados por los toreros a los que cupieron en suerte. Sólo algunas corridas –en especial, Alcurrucén y Baltasar Ibán— han lidiado toros en tipo y en peso idóneos para, sin perder seriedad y finura, ofrecer unas mínimas garantías de éxito.
El capítulo de toreros, aunque con sobradas coartadas bovinas para excusarse, también ha dado muchos motivos de preocupación, sobre todo algunas pretendidas figuras que han demostrado no serlo con esos toros de triunfo y la mayoría de esa “clase media” a la que falta suficiente actitud para tomar el relevo. Lo barato, sí, sale caro.
En cuanto a los mexicanos –a falta aún del paseíllo de Garibay--, su paso por este San Isidro con acento azteca ha sido discreto. Sólo la profesionalidad de Zotoluco en tarde de mansos, los apuntes al natural de Juan Pablo Sánchez y la buena actuación, realmente entregada y con proyección de Arturo Saldívar, han servido para justificar su presencia. Salvo el afligido Payo, el resto no ha pasado del escaso argumento de la corrección.
Pero para rematar este gris panorama tampoco hay que olvidarse de un público cada vez más injusto y desnortado: silencioso y abúlico el de esa mayoría que acude a cumplir el trámite taurino de cada primavera; gritón y faltón, el de esa minoría que hace tiempo se arrogó la vigilancia de las "esencias". Un público que ha perdido definitivamente la virtud de la ecuanimidad, que ya ni valora los esfuerzos ante animales con dificultades y difícilmente sabe separar el grano de la paja.
Así las cosas, cuando San Isidro ha tocado fondo en una de sus peores ediciones de la historia, cuando la crisis de ideas y de resultados se ha hecho más patente y la Monumental se ha convertido en el templo del anti espectáculo, alguien debería de una vez tomar cartas en el asunto. Para salir al rescate, como en Grecia, o para intervenir y repasar los balances ficticios como con Bankia.
Pero que sea pronto, antes de que se produzca el "crack" definitivo provocado por esa burbuja taurina que ha sido la feria de San Isidro de los últimos veinte años.
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