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Tauromaquia: Nubarrones abolicionistas

Lunes, 23 Nov 2020    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
La cruzada animalista pretende prohibir los toros en Puebla
Cuando la hipocresía –vicio mediocre y por lo mismo generalizado– se convierte en fariseísmo narcisista, cerca estamos de vérnosla con el cinismo, de cuyos grados más avanzados sólo cabe esperar consecuencias siniestras. Dígalo si no la actual cruzada animalista que pugna abiertamente por la prohibición de las corridas de toros en el municipio de Puebla, utilizando como abanderados a personajes bien entrenados y subvencionados por organizaciones extranjeras deseosas de imponernos el tantas veces mencionado pensamiento único, padre putativo de lo políticamente correcto, y que no es otra cosa que la voluntad de someter al mundo al dominio y control absolutos de sus mandamases anglosajones, sabedores éstos de que el camino más seguro para lograrlo consiste en suprimir los rasgos culturales que les son ajenos para mejor disponer de nuestra voluntad y de los recursos de nuestros países.

Se trata de una auténtica catequesis al estilo de las sectas pseudorreligiosas de origen estadounidense que, mediante agentes a sueldo y prédicas inspiradas en la mercadotecnia, han conseguido invadir el subcontinente con éxito creciente. Nada mejor, desde su perspectiva, que convertir cada enclave latinoamericano en una sucursal empobrecida de Iowa o Wichita, Utah o Arkansas, objetivos acordes con el mercado global y la pérdida de identidad de los habitantes de los demás países a través de la acelerada supresión de sus tradiciones.

Las de México, particularmente ricas, había resistido mal que bien –más mal que bien– un embate de décadas, pero el arribo de las nuevas tecnologías cibernéticas y sus nada benditas redes sociales puso en manos de nuestros niños y jóvenes –y de los adultos menos avisados– la clave para dejar de ser lo que como mexicanos hemos sido, mediante un proceso de penetración degradante, constante y silencioso.

Taurofóbia programada

Un capítulo más de ese propósito falaz es su bien orquestada acometida contra de las corridas de toros y cuanto las rodea y hace posibles: la crianza del toro de lidia, la pasión por la Fiesta que aún sobrevive en pequeños núcleos de aficionados, y las abundantes obras de arte que, dentro y fuera del ruedo, en la esfera del toreo y a través de su reflejo en otras manifestaciones de la creatividad humana, han nutrido nuestra dichosa comunión con la vida, tan amenazada en los tiempos que corren.

Por supuesto, una cosa son los que manejan el tinglado y otra sus entusiastas seguidores, presas fáciles de la perorata animalista de moda, más dóciles y gregarios en tanto mayor sea su ignorancia de lo que la tradición taurina es y significa, con su mito primigenio que se reproduce ritualmente en la corrida, con sus valores éticos –no por vulnerables menos legítimos–, y con su calidad espectacular y sus diversas repercusiones económicas, emocionales y educativas –leyeron ustedes bien, amigos antitaurinos, e-du-ca-ti-vas…– pues raramente existe tradición que no lo sea, cada cual dentro de su ámbito y a su manera.

La tauromaquia como mito

Toda tradición se sustenta en un mito, entendido como un relato fundado en una cierta ética. Y la dimensión mitológica del toreo no puede ser más evidente: se trata del encuentro entre dos fuerzas disímbolas: por un lado, la naturaleza que se opone a la voluntad humana de sobrevivir, representada en este caso por un elemento cuya fuerza y belleza han sido reconocidas por todas las culturas antiguas y modernas donde el toro, con su presencia y potencia imponentes, sentó sus reales; y del otro lado el hombre, sin más defensa que un lienzo ni más armas que las de la inteligencia, el ingenio y la creatividad, valores incuestionables de toda tauromaquia.

Desde la Atlántida hasta nuestros días, la pervivencia de este mito certifica su misteriosa y milenaria validez.

La tauromaquia como rito

No hay tradición posible si el mito propuesto no se fusiona con un rito que lo actualice. En nuestro caso, esa ceremonia ritual se llama corrida de toros, la cual se va integrando a su vez con los pequeños y sucesivos ritos que le dan forma, mismos que todo aficionado conoce bien.

El rito se nos presenta cuajado de símbolos, los que a su vez representan los valores éticos impresos en el mito: la aprobación de solamente toros que reúnan las condiciones de edad, trapío e integridad señaladas por un reglamento cuidadoso de velar por el equilibrio de la pugna entre un hombre y un animal capaz de transmutarse de víctima en victimario; la dignidad en el atuendo y la codificada gestualidad del espada y demás partícipes del ceremonial taurino; la obligación por parte del matador de que el sacrificio de ese tótem sagrado que es el toro se realice cara a cara; la sentencia favorable o desfavorable de los asistentes de acuerdo con el grado de cumplimiento de unas normas morales, técnicas y estéticas depuradas por los siglos.

Fundamentos ecológicos

Por lo que se ve, los taurinos no hemos sabido transmitir a la demás gente algo tan evidente y elemental como son las repercusiones positivas que conlleva la crianza del toro de lidia –posible solo porque existe la corrida, escenario de su sacrificio, que simultáneamente le rinde homenaje–. Por principio, que la conservación de la bravura depende de un respeto absoluta y cuidadosamente vigilado a la independencia, la libertad y la especificidad del toro de lidia, cuya calidad de vida es incomparablemente superior a la de cualquier otra especie animal sobre la Tierra, incluidas las mascotas tan caras a los animalistas de banqueta.

Para hacer posible esa crianza privilegiada se requieren, como es lógico, áreas naturales de gran extensión que constituyen el hábitat del toro de lidia, su espacio vital. Los hay tan variados como lo permite la diversidad climatológica de los distintos países y regiones donde la ganadería de bravo se mantiene vigente. Y cada uno de ellos aloja ecosistemas donde florece la biodiversidad, y espacios verdes que oxigenan y purifican el ambiente.

La tauromaquia, con sus efectos benéficos para la ecología, continúa acumulando aspectos positivos.

La mirada de la ciencia

En 2016 se dieron a conocer los resultados de una investigación científica que, con patrocinio oficial (entonces SAGARPA) y privado (Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia), llevó a cabo la doctora Paulina García Eusebi para rendir su examen de doctorado en la Universidad Complutense. Me limito a señalar su conclusión, que figura en dicha tesis y está publicada en español y en inglés, bajo el título "Genetic diversity of the Mexican Lidia bovine breed and its divergence from the Spanish population" ("Journal of Animal Breeding and Genetics", 2016;00: 1-8. doi 10.1111/jbg.12251).

En síntesis, el reporte de referencia certifica que el genoma del Toro de Lidia Mexicano descubierto por la doctora García Eusebi, tras un arduo trabajo de campo y laboratorio, difiere del de las diversas razas españolas y se trata, por lo mismo, de una rama genética de la especie única e irrepetible. Al quedar registrado oficialmente este dato con todo rigor científico, y dado que el gobierno de México es uno de los firmantes del Convenio de Protección a la Biodiversidad de la FAO, significa que está obligado a garantizar la protección de la ganadería brava del país.

Esperamos que esta información y su suma a las deliberaciones anteriores sirvan para que los activistas antitaurinos que han puesto sus ojos en el municipio de Puebla como víctima propicia de sus exacciones, pinchen en hueso y comprendan que sus prédicas y maniobras en contra de la tauromaquia son tiempo perdido.

Patrimonio Cultural Inmaterial

Tampoco estaría de más que las partes interesadas se organizaran para gestionar ante el Congreso del Estado el reconocimiento de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial, tal como ya se ha hecho otros estados del país, con las garantías y seguridades de protección oficial a que tal nombramiento obliga a sus autoridades.

No creo que haga falta agregar que prohibir las corridas de toros representaría además un acto de censura inaceptable en democracia. 


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