Una típica tarde otoñal en la capital queretana; calor que fue disminuyendo a la par de la luz del astro rey.

La plaza lució una media entrada para recibir siete ejemplares de la ganadería de Montecristo que lidiarían al rejoneador Giovanni Aloi -luego de una larga ausencia en los ruedos- y a la usanza española: el torero de la tierra, Octavio García -“El Payo”-, el peruano Andrés Roca Rey y, de Aguascalientes, Luis David Adame. 

Los toros de Germán Mercado Lamm resultaron justos de presencia y de juego desigual; destacó el segundo de lidia ordinaria –"Queretano"- al que el juez reconoció con el arrastre lento.

El orden de la corrida sufrió un giro inesperado, luego de que Luis David Adame –en el tercero- fue empitonado en la región escrotal y tuvo que ser llevado a la enfermería; posteriormente lo trasladaron al nosocomio para que el doctor Rafael Vázquez Bayod se encargara de la cirugía.

El caballista tuvo momentos destacados; aunque, en verdad, su experiencia no logró vencer lo que le ha robado el hecho de ausentarse de los ruedos. Mención especial merecen los valerosos integrantes del grupo de Forcados Queretanos; su público se les entregó tras la pega en el segundo intento.

A El Payo (azul turquesa y plata), sus paisanos le exigen cada vez más: el rubio coleta se esforzó para –literalmente- sacar agua de las piedras; tuvo poca fortuna con su lote (incluido el tercero, al que mató tras el percance de Adame), enfrentó dos ejemplares sosos y solamente un sector del público le reconoció la vergüenza torera para lidiarlos.

El joven espada peruano (jardera y oro) continúa por le senda –y con el estilo- que definió desde que se hubo calado la montera como novillero; su primero fue noble y lo entendió a cabalidad. El segundo, con un estilo distinto al anterior, no se entregó completamente a la muleta de Roca Rey; no obstante, hubo lances que entusiasmaron al cónclave: una oreja más.

Adame (blanco y oro)… pisar esos terrenos, con esa determinación, es poco frecuente; y más en matadores bisoños como el de Aguascalientes. Para su mala fortuna, cuando empezaba a domeñar al de Montecristo, el ejemplar le tiró un derrote seco y lo prendió por la entrepierna.

A la postre, Roca Rey salió en volandas… y con tres orejas en la espuerta.