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El comentario de Juan Antonio de Labra

Jueves, 13 Dic 2018    CDMX    Juan Antonio de Labra | Opinión     
...la entrega de los toreros encierra una gran profundidad...
De la entrega se habla poco en las crónicas de toros, quizá porque damos por sentado que los toreros tienen la obligación de arrimarse; de salir a por todas, y desquitar el precio del boleto que ha pagado el público cuando acude a la taquilla a comprar emociones.

Porque eso es lo que compra un aficionado, o un simple espectador que acude a un festejo taurino: emociones, algo tan intangible. Y aunque parezca sencillo de explicar, la entrega de los toreros encierra una gran profundidad, una enseñanza de vida, pues emana de una vocación que les carcome el alma, y no les deja ser libres hasta que se ponen delante del toro para expresar lo que sienten.

De tal guisa que la máxima posible a la hora de torear, se ajusta a dos premisas fundamentales: emocionarse… y emocionar. Porque, evidentemente, es imposible que una exista sin la otra. Y el público, que siempre es sabio, conozca o no sobre materia taurina, cuando percibe la entrega de un torero, también aclama su actitud y le responde con sus palmas, su algarabía, su propia emoción colectiva que es lo que sustenta a la Fiesta.

La entrega quedó de manifiesto ayer con todo su esplendor. Primero, con la gesta de Joselito Adame, de venir con el escroto destrozado a torear esta corrida, y más tarde lo que hizo Roca Rey, que al ponerse de rodillas para comenzar la faena al sexto toro de la tarde, firmaba un gesto de entrega absoluta.

Son estos rasgos de identidad lo que hacen que el público aplauda y reconozca el valor de estos "héroes literarios", como reza el título del libro escrito por Alberto González Troyano y publicado por Espasa en 1988.

Y al margen de cualquier otra circunstancia, como podría ser el valor, la técnica o el oficio, pilares del noble ejercicio de este difícil arte de la tauromaquia, la entrega se eleva hasta la cumbre de ese pedestal llamado toreo, y desde ahí lo vigila todo cuando está serena e impasible; cuando es auténtica y verdadera.

En este sentido, Roca Rey ha basado su esencia en esta palabra, y desde que deslumbró siendo novillero en Madrid hasta la tarde de ayer, nunca se ha apartado de esta condición, que conlleva asumir el riesgo de vivir en permanente riesgo de muerte, hecho que no le importa porque para eso se hizo torero: para expresar lo que siente sin dar ningún relieve a que en ello le vaya la vida.

Cuando se tiene interiorizada la vocación de esta manera, lo demás viene por añadidura, desde luego, siempre y cuando la inteligencia, que también forma parte de estas claves, contribuya a engrandecer lo que se hace un torero.

Hoy día en las escuelas taurinas, en una época donde resulta complicado transmitir enseñanzas, sería preceptivo que a los chavales les pongan videos de muchos toreros para que aprendan distintos conceptos.

Sin embargo, para comprender lo que significa la palabra "entrega", habría que mostrarles videos de Roca Rey (o llevarlos a la plaza, de preferencia, cuando se pueda), para que vean como este indómito peruano sale a jugársela sin ningún miramiento, consciente de que para llegar al mando del toreo, se necesita esa entrega a prueba de fuego, la que él prodiga con encanto.

Es ésa misma que ayer hizo levantarse de la cama del hotel a Joselito Adame, para cometer la "bendita locura" -como escribía anoche- de haber toreado a pesar de ese dolor físico tan intenso en una parte del cuerpo a la que, paradójicamente, está vinculada la hombría.

Al cabo de unos acontecimientos con muchos matices para el comentario, tanto de lo malo como de lo bueno que hubo en la Corrida Guadalupana, habría que quedarnos con este signo de la entrega de los toreros para ser positivos, mirarla como un ejemplo y aplicarla a nuestra vida diaria. Es así como el toreo nos muestra su grandeza.


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