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Desde el barrio: El listón de Bilbao

Martes, 30 Ago 2011    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
De todos es admitido que las Corridas Generales de Bilbao son el gran puerto de montaña en mitad cada temporada taurina española El gran escollo, el gigantesco obstáculo a superar en el largo mes de agosto, en esa monótona sucesión de ferias y pueblos en fiestas que las figuras afrontan con espíritu de maratonianos.

Pero Bilbao es otra cosa: la inquietud constante del verano en la mente de los de luces, la preocupación y el miedo al margen de la rutina de carreteras y plazas sucesivas. No más ni menos porque en el Bocho, al tapiz de su arena ferruginosa y gris, sale el toro, el más serio del verano, ese que tiene nombre y características inequívocas, ese que provoca íntimos estremecimientos en cuanto se le nombra: el toro "de Bilbao".

La Semana Grande bilbaína fuerza a los toreros a apagar el piloto automático y mide con exactitud el grado de valor y destreza justo cuando las fuerzas les empiezan a fallar. En Bilbao el listón de las exigencias es muy alto, al alcance de muy pocos. Y lo ha sido más este año porque ese serio, armado y cuajado "toro de Bilbao" ha sido, además, y en un altísimo porcentaje, un toro realmente bravo.

Docena y media de toros han embestido de verdad en la feria que concluyó el domingo, la mayoría de ellos incluidos en de tres corridas espectacularmente completas: las de Núñez del Cuvillo, Alcurrucén y El Pilar, sin olvidar alguno que otro destacado en las de Fuente Ymbro, Victoriano del Río y Victorino Martín. Docena y media de toros para el triunfo, unos por su calidad, otros por su nobleza, otros por su raza, otros por su emoción… y todos, absolutamente todos, con el añadido de la clásica presencia imponente que desde hace más de un siglo exige esta plaza de referencia. Docena y media de toros, por tanto, sólo para toreros en sazón y dispuestos a darlo todo.

Por eso mismo, el análisis de lo sucedido en el ruedo ha de ser mucho más exigente: las figuras no han tenido excusas para entregarse, no han habido mansedumbres o dificultades insalvables a las que agarrarse, ni apenas justificaciones que valgan para explicar la falta de éxitos.

Este año, en la Vista Alegre bilbaína, la realidad del toro bravo ha puesto en evidencia el flojo momento por el que atraviesa el grupo de primeras figuras. Y no tanto porque se hayan cortado muy pocas orejas (los fallos con la espada han evitado el corte de algunos trofeos más), sino porque han sido muy pocos, menos que los dedos de una mano, los toros a los que se les han hecho faenas redondas, compactas, con el intenso toreo que los astados pedían y merecían. Ante el bravo toro de Bilbao, este año, la mayoría de las figuras ha hecho aguas, mientras que los aspirantes a relevarles han hecho esfuerzos tan evidentes como insuficientes.

No hace falta rebuscar en los resultados estadísticos, sino dejarse llevar por la memoria, la selectiva y certera memoria de las impresiones, para saber quiénes han sido los verdaderos y grandes triunfadores de la dura cita de agosto en España: un genial Morante de la Puebla y un purísimo Diego Urdiales. Sólo de sus muñecas llegó a Bilbao el toreo grande, el del cite sincero, el del embroque entregado, el del temple, el de la naturalidad, el de la entrega sin trampa ni cartón. El toreo más auténtico ante el toro más auténtico. Ese toro que, en Bilbao, pone el listón en lo más alto.


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