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Desde el barrio: El verano sangrante

Martes, 23 Ago 2011    Madrid, España    Paco Aguado | Opinión   
La columna de este martes
Fue Ernest Hemingway (o, mejor dicho, el que tradujo al castellano su reportaje sobre el "duelo" Dominguín-Ordóñez del 59) quien puso de moda la tan recurrente frase del "verano sangriento".
Pero aquello, salvo porque tituló un texto de todo un premio Nobel norteamericano, no era nada nuevo bajo el sol: desde que el toreo es toreo, cuando llega el calor, la sangre de los toreros riega con generosidad los cientos ruedos de España y Francia.

Es evidente que la abundancia de festejos en los meses de verano, cuando toda la piel de toro estalla en fiestas, aumenta en idéntica proporción las posibilidades de cornadas. Pero también lo provoca el cansancio acumulado de los propios espadas en ese trajín endiablado de carreteras nocturnas por el que cruzan el mapa de cabo a rabo para, así, sin solución de continuidad, enfrentarse a otros dos nuevos toros apenas sin tiempo de descansar unas horas en la habitación de otro hotel anónimo.

Esta temporada del 2011 no iba a ser una excepción, y sobre todo este tórrido mes de agosto en que cada día se suman nuevos nombres al parte de guerra. A estas alturas, los periodistas del ramo ya estamos acostumbrados a manejar términos médicos, nombres de músculos y venas y pronósticos hospitalarios con la misma rutina con que hablamos de pases y embestidas. La ley del toreo.

En lo que va del ferragosto, una larga lista de matadores, novilleros y banderilleros han vuelto a hacer buena la frase del gringo barbudo, así como aquella otra, tan clásica, que, por este motivo, viene a asegurar que, las corridas, "unos las firman y otros las torean". Es esta otra de las leyes no escritas pero eternas de una tauromaquia en la que, ya saben: "el hombre propone, Dios dispone… y el toro lo descompone". Que no quede por frases hechas.

Aunque no opinen lo mismo quienes a estas alturas convalecen entre las sábanas, lo malo del asunto no es lo "sangriento", condición inexcusable de un arte, por eso mismo, sólo al alcance de unos cuantos valientes, sino lo "sangrante" de los manejos y decisiones de un sistema empresarial que, desde hace unas décadas, descompone más que el toro lo que los toreros proponen y se ganan en el ruedo. Que no respeta ni lo que Dios dispone.

Porque sólo pueden calificarse así, de escandalosamente sangrantes, las decisiones que estos días están tomando algunas empresas a la hora de repartir las muchas sustituciones que ocasionan tantos percances en los carteles de ferias. Sangrantes, injustas y desmoralizantes decisiones, sólo basadas en sus mezquinos intereses, que llevan a dejar sentados a toreros que, por mucho que triunfen, no entran en ese absurdo juego de cambios con que los grandes patronos y sus apoderados a sueldo se reparten el negocio.

La más reciente es muy fresca, porque tiene fecha de hoy mismo: la jugarreta de la empresa Chopera a Diego Urdiales, negándole la sustitución de Fandiño en Almería tras la gran tarde de toros que el riojano brindó ayer en Bilbao, mientras que el "afortunado", un César Jiménez que también arrastra secuelas de un percance, apenas pasó de discreto en esa misma corrida. Lo peor es que esta injusticia no es la única ni, lamentablemente, será la última de éste y otros veranos tan sangrientos y tan sangrantes.


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