Quedan apenas tres días para que Diego Silveti tome la alternativa en Gijón de manos de José Tomás. Y, aparte otras muchas lecturas positivas que pueden hacerse de la efeméride, el doctorado del torero dinástico en el coqueto coso de El Bibio es un hecho especialmente significativo del excelente momento por el que atraviesan las relaciones taurinas entre España y México.
En realidad, y pese a interpretaciones más o menos interesadas, ese flujo de ida y vuelta con el Atlántico de por medio ha sido generalmente bueno a lo largo de la historia. Desde la alternativa de Ponciano Díaz a finales del XIX en la vieja plaza de toros de Madrid, sólo la forzada ruptura de relaciones previa a la Guerra Civil —la que sirvió para que México viviera en plenitud su taurina Edad de Oro— aisló durante ocho años sendas tauromaquias.
Durante el resto del siglo XX ese intercambio no se ha interrumpido, aunque su intensidad haya sido mayor o menor dependiendo del grado de interés despertado por las distintas generaciones de toreros y la fuerza de sus triunfos. Como debe de ser. Aunque, hay que reconocerlo, siempre con la balanza decantada a favor de las figuras hispanas, que han sido mejor tratadas allá que las figuras aztecas acá.
En ese sentido, la alternativa española del quinto Silveti en los ruedos pone sobre el tapete una rotunda evidencia: que las cuatro generaciones de esta dinastía —desde el bravo Tigre hasta su bisnieto, pasando por el artístico Tigrillo y sus dos hijos, los contrapuestos David y Alejandro— han estado toreando, más o menos, en España sin encontrar otros obstáculos que los naturales que imponen el toro y los designios del mercado. Un incontestable argumento que desmonta todas las acusaciones históricas de falta de reciprocidad.
Es cierto en los ochenta el flujo perdió intensidad, en la misma medida que el interés del escalafón azteca, pero también lo es que ya entrado el siglo XXI las cosas han mejorado bastante. Si hacemos una comparativa histórica, nos encontramos, por ejemplo, con que este año están toreando en España bastantes más diestros mexicanos, desde matadores de toros a becerristas, que aquella temporada de 1936, cuando el sistema taurino hispano provocó la ruptura por sentirse "invadido" por los "emigrantes" de coleta. Aunque, todo hay que decirlo, sin que haya en este momento un Armillita que se dispute el trono con los Juli, José Tomás y Morante, tal y como el maestro de Saltillo lo hizo con Domingo Ortega y Manolo Bienvenida.
Y lo mejor del asunto es que ese renovado intercambio taurino se está produciendo desde la base, con una gran cantidad de aspirantes mexicanos que se están forjando en escuelas taurinas o en proyectos como Tauromagia, alternando constantemente con sus contemporáneos tanto en las ferias de novilladas, como en las grandes plazas o en los numerosos certámenes de noveles.
Por tanto, y ante tan evidente normalidad, no convendría incluir las recientes declaraciones de Arturo Saldívar —en las que se queja de la falta de atención de las empresas españolas a pesar de recientes sus triunfos— en el contexto de un inexistente "racismo" taurino. Porque las cosas en España, en plena crisis económica, en medio de un vertiginoso descenso de festejos, están mal para todos, sea cual sea su nacionalidad. Para Saldívar y para tantos otros muchos jóvenes que, como él, aspiran a abrirse camino entre la élite en estos tiempos difíciles.