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Opinión: El arte del rejoneo

Jueves, 20 Ene 2011    Aguascalientes, Ags.    Jesús Zavala | Especial   
Fermín Bohórquez, torero a caballo de la actualidad

He de confesar que hasta hace poco tiempo he paladeado y me he deleitado con el arte del rejoneo; manifestación artística diferente al toreo de a pie. Ver torear a caballo a Diego Ventura, magnífico jinete, me ha hecho entusiasmarme con este espectáculo ecuestre lleno de garbo, elegancia, emotividad y estética; así como escudriñar en los orígenes y evolución del rejoneo, materia de este trabajo. Baste mencionar que esta temporada Diego Ventura ha logrado abrir, entre otras, la Puerta del Príncipe y la Puerta Grande de las Ventas.

Cuando era chico, tan solo un aficionado incipiente, mi padre y sus amigos, grandes aficionados taurinos, se referían de manera peyorativa al rejoneo con la expresión: "el caballito". En los años setentas se lidiaba en la Plaza México un toro de rejones como preámbulo al plato fuerte: la corrida de seis toros a pie. "El caballito" daba oportunidad de tomarse una copa más y llegar con holgura a la plaza. Por aquel entonces recuerdo haber visto a Gastón Santos y más tarde a Joao Moura, quien captó mi atención y reconocimiento. Después vino Pablo Hermoso de Mendoza, revolucionario del rejoneo.

Vayamos haciendo un breve recuento histórico y evolución del arte del rejoneo, con la finalidad de conocer este maravilloso espectáculo que ha cobrado auge en España con grandes intérpretes y poder disfrutarlo de una mejor manera. 

Orígenes del arte del rejoneo en España

El toreo a caballo es el precedente del toreo a pie. El espectáculo taurino que hoy conocemos, es heredero de aquellas fiestas donde los caballeros alanceaban reses. Por tal razón habrá que remontarnos a las corridas caballerescas que datan del siglo XIII, alcanzando su esplendor durante el reinado de Felipe IV de Austria (1605-1665). El origen de la corrida caballeresca está ligada al auge de la monta a la jineta.

La fiesta de alancear toros estaba relacionada con compromisos matrimoniales de reyes y nobles, las bodas, nacimientos. En la Nueva España la llegada de un virrey era ocasión para celebrarlo con una corrida de toros, espectáculo, reservado sólo para los nobles.

En la corrida caballeresca el jinete se basaba en la movilidad y en la doma para burlar al toro, y así poder realizar las diversas suertes: clavar rejones o banderillas.

El declive del toreo a caballo se presenta con el reinado de los borbones en España, casa reinante que no era aficionada a este tipo de eventos. El desprecio aristocrático dio pie a que el espectáculo se continuara y practicara por las clases bajas de una manera primitiva. Así nació el toreo de a pie y cuya evolución se fue gestando a finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, hasta llegar a nuestros días como un espectáculo eminentemente estético, no exento de valentía.

Ponciano Díaz, el torero charro

No podemos dejar de reconocer la invaluable aportación que tuvo Ponciano Díaz para el toreo mexicano, quien se expresó tanto a caballo como a pie.  La vida de Ponciano fue breve, sólo vivió 40 años. Nacido en la hacienda de Atenco en el Estado de México el 19 de noviembre de 1858.

Ponciano tuvo un particular estilo que cautivó a los públicos de la época que le aplaudían y le coreaban gritándole ¡Ora Ponciano!. Su suerte favorita era clavar banderillas a caballo, causando una honda impresión por su temeridad.

Fue el primer diestro mexicano que tomó la alternativa en España, lo cual sucedió en la plaza de Madrid el 17 de octubre de 1889 de manos de Salvador Sánchez “Frascuelo” y como testigo Rafael Guerra Bejarano, lidiando tres astados del Duque de Veragua y otros tantos de Orozco. Curiosamente, fue también el primer torero mexicano en actuar en los Estados Unidos de Norteamérica, por el año de 1884, en la ciudad de Nueva Orleáns.

Toreó por última ocasión en la plaza Bucareli para otorgarle la alternativa a Diego Rodríguez "Silverio Chico" el 13 de octubre de 1895 y luego de permanecer toreando solo en provincia, recibió una fuerte cornada en el vientre, falleciendo de cirrosis hepática el 15 abril de 1899.

Resurgimiento del rejoneo: Antonio Cañero

Gracias a este jinete cordobés nacido el 1 de abril de 1895 resurgió el toreo a caballo a principios del siglo XX. Cañero recupera la tradición del siglo XVII, abrevando del rejoneo portugués que no dejó de practicarse, y expresándolo con la tradición campera andaluza.

Antonio Cañero se presentó por primera vez como profesional en la plaza de San Sebastián el 2 de septiembre de 1923. En la temporada de 1924 sumó sesenta corridas, a pesar de perder varios compromisos por los percances sufridos en Murcia y en Badajoz. La mejor temporada de su carrera fue la de 1925, actuando en Lisboa e incluso en París. Llegó a torear hasta cinco tardes en México en la temporada de 1928, disminuyendo progresivamente sus compromisos hasta su retirada; lo que sucedió en 1936 año en que estalló la Guerra Civil española.

Cañero es considerado un renovador del arte del rejoneo en España, dejando profunda huella en el toreo a caballo.

Los cuatro jinetes de la Apocalipsis

Durante la década de los años sesenta los rejoneadores en la península ibérica comienzan a interesar y hacerse presente en un sinnúmero de carteles, reportando importantes ingresos en taquilla. Los rejoneadores ya no actúan como complemento de carteles, sino en terna y cuartetos de caballeros.

Los caballeros que protagonizaron dicha época y a quienes se les denominó los "Jinetes de la Apoteósis" fue el grupo integrado por los hermanos Ángel y Rafael Peralta, Álvaro Domecq Romero y José Samuel Lupi, quienes actuaron juntos en diversas ocasiones.

Este cuarteto de jinetes dio origen a una nuevo formato del espectáculo ecuestre, actuando primero cada uno por orden de antigüedad y en los dos últimos por colleras, es decir, por parejas.

Ángel Peralta permaneció en activo hasta 1992, año en que celebró sus bodas de oro como rejoneador. Fue el primero en banderillear por el lado izquierdo, en poner banderillas cortas a dos manos y creador de la suerte de la rosa; convirtiéndose en el punto de referencia para muchos de los que entonces se iniciaban en el arte del toreo a caballo. Por su parte, Álvaro Domecq Romero aporta al rejoneo una fuerza, una emoción y un temple del que antes carecía. José Manuel Luppi se distinguió por sus espectaculares quiebros.

Adicionalmente, a todos los anteriores rejoneadores que se han mencionado, hay que considerar también la importancia que tuvieron para el arte del rejoneo, conocido también como "el arte de Marialva" en reconocimiento al Marqués de Marialva –iniciador de la equitación portuguesa–, los nombres de Simao da Veiga, Joao Nuncio, Conchita Cintrón, Duque de Pinohermoso; Álvaro Domecq y Diez, Manuel Vidrié, Joao Moura, Fermín Bohorquez Escribano, Javier Buendía, entre otros.

El auge de la actualidad

Es innegable que en la actualidad el rejoneo ha cobrado una nueva dimensión, una nueva expresión. Es increíble el avance técnico y artístico que ha alcanzado este espectáculo ecuestre. El arte del rejoneo ha alcanzado una perfección y emoción inimaginables. Hoy en día el toreo a caballo ha dejado de ser un complemento de las corridas de a pie, para ser un espectáculo primario y muy apreciado no solo por aficionados interesados en el binomio caballo –jinete, sino incluso por aficionados taurinos que soslayaban este arte con sello propio.

Son muchas las circunstancias que han determinado el éxito de este tipo de festejos. La competencia entre rejoneadores, la forma de ejecutar cada uno las suertes de manera personal, han redundado en un mayor interés y difusión del rejoneo. Lo anterior aunado a la evolución experimentada en la lidia, la técnica la plasticidad y el temple que rodea la ejecución de las suertes, así como la belleza y la perfección de la doma de caballos toreros determinan el esplendor de este espectáculo hoy en día.

Hay que reconocer como personaje fundamental de este auge a Pablo Hermoso de Mendoza; auténtico revolucionario del toreo a caballo. El jinete navarro ha estado acompañado por un grupo de caballeros que han desarrollado su propia forma de expresión en los ruedos y que han sido pieza fundamental parea que el rejoneo viva esta cumbre insospechada. Me refiero a Ginés Cartagena, Leonardo Hernández, Fermín Bohorquez, Luis y Antonio Domecq, Andy Cartagena, Diego Ventura y Sergio Galán.

Hoy podemos afirmar que no solo se torea a pie, también se torea a caballo. Ello ha supuesto que muchos aficionados –entre los que me cuento– hayan descubierto que también se puede templar y mandar a lomos de una montura que se convierte en una muleta viva ante la cara del toro.

Una última consideración para apreciar de mejor manera este arte. No se debe valorar al rejoneador que: va hacia al toro con gran velocidad; abusa de largas galopadas; lleva la cabeza del caballo sin mirar al toro; en lugar de dejarse ver, entra por sorpresa, a traición, y clava por detrás del estribo, en la grupa.

Me declaro no solo un aficionado taurino, sino también un ferviente aficionado al arte del rejoneo. Los invito a asomarse a este fascinante espectáculo.


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