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Rivera corta una oreja in extremis en GDL (video)

Domingo, 24 Oct 2010    Guadalajara, Jal.    Juan Antonio de Labra | Foto: Guillermo Sierra           
Al final de una tarde complicada por el escaso juego de los toros
El colombiano no quería marcharse de la plaza sin un triunfo, y aunque las cosas no estaban resultando, debido al complicado juego de los toros de Marco Garfias, decidió acallar la bronca –justificada, por la falta de trapío del sexto ejemplar– y decidió regalar un sobrero de la misma ganadería.

Fue entonces que el público, que había estado esperando mayores pasajes de emoción, terminó rompiendo con el torero colombiano, al que le une un cariño muy especial en esta plaza donde ha regado su sangre y sus lágrimas de hombre; un escenario donde lo comprenden y suelen esperarlo mucho.

Y a base de pundonor y entrega, le sacó pases meritorios al toro de regalo, que embistió con transmisión y ofreció más juego que varios de sus hermanos. A veces el aficionado –ni yo mismo, tampoco– comprendo que se deje un toro con más trapío como sobrero en vez de enlotarlo en la corrida. A veces se hace a sugerencia del ganadero; otras, a sugerencia de las cuadrillas, sobre dodo cuando desetona, por chico o por grande. Pero no era el caso, pues como el de regalo había otros similares en tamaño en la corrida del cirador potosino.

Una vez más la ley de probabilidades favoreció al festejo, y si de los seis ejemplares de Marco Garfías solamente había embestido con franqueza, y bravura importante, el toro que abrió plaza, el de reglo terminó de enderezar un festejo que estaba destinado al fracaso.

El introvertido caleño sacó fuerza de flaqueza y volvió a demostrar que el toreo es un misterio que hay que saber expresar, y se enredó con el toro en una faena intensa, a veces intermitente pero siempre arrebatada que acabó por poner al púbico a su favor. Y si es verdad que la única estocada de buena ejecución de la tarde la había colocado al toro protestado, corrido en sexto lugar, a éste lo despenó de una estocada perpendicular, un tanto atravesadilla y delantera.

La petición creció con las ganas de olvidar los instantes aciagos de la corrida, y quizá en otras circunstancias la autoridad no hubiese atendido al público, pero después de las mentadas de madre hacia el biombo, no hubo más remedio que entregar una oreja que nos cambiaba el sabor amargo que había adquirido la corrida a estas alturas de la tarde.

A lo largo de este festejo hubo otras dos faenas de relieve: una por su importancia técnica, y otra por el valor que la sustentó. Me refiero a la que hizo Fermín Spínola al que abrió plaza, un pedazo de ejemplar que tenía un fondo de bravura que el torero mexiquense supo extraer palmo a plamo, pase a pase.

Aquella fue, sin duda, la obra más rematada del festejo, tanto por su estructura como por su concepción expresiva. Y esa madurez de Spínola –otro torero inexplicablemente marginado de la Plaza México–, brilló en su esplendor en un trasteo de menos a más que acabó calando en el ánimo de la gente. Cuando le tenía cortada una oreja de peso, no supo rubricar con el acero la obra y todo quedó en una cariñosa ovación en el tercio.

El cuarto también fue protestado, pero a diferencia del sexto, que saltó a la arena con un pitón demasiado escobillado, éste tenía, quizá, el trapío más armonioso del encierro.

El toro de lidia debe de ser bajo y cargar los kilos en proporción a su caja. Porque cuando un toro es bravo y provoca miedo, el tamaño viene siendo algo que pasa a un plano secundario. Pero hay todavía quién confunde kilos con trapío, y antepone el continente al contenido.

Como emoción, aunque chunga, fue la que provocó el segundo. Un toro largo y hondo, con mucho cuajo, que le pidió todas sus credenciales a Alberto Espinoza. Aquella faena fue de ¡ay! constante, pues en cada pase se jugó la vida el torero de Cadereyta, delante de un toro que sabía para qué tenía los pitones y quería quitarlo de la profesión.

Y gracias a esa manera de ser de ciertos toreros, que están curtidos en las batalles más crueles, el hermano de El Cuate sacó la casta y le pegó pases a ese toro, en medio de la admiración de un público que disfrutó esta faena como un combate riesgoso, en el que al espada en turno se le había salido de control ese riesgo calculado que entraña el toreo. En cada uno de los pases tiró la moneda al aire y de haber matado con tino, hubiera cortado una oreja de enorme valor.

La lidia de los toros corridos en tercer lugar (con el que Rivera estuvo disperso), el cuarto (al que Spínola le hizo una faena de recursos en la zona de tablas cuando se rajó) el quinto (con el que Espinoza volvió a estar muy esforzado) o el sexto (que no dejaron de protestar desde que apareció en el redondel), fueron los que dieron al festejo su tinte de tedio que fue llevando a la gente de la paciencia a la exasperación, pasando por la emoción del final con el toro de regalo y el posterior triunfo del colombiano, que cortó una oreja que supone un nuevo tanque de oxígeno para su accidentada carrera.

Ficha
Guadalajara, Jal.- Plaza Nuevo Progreso. Unas 2 mil 800 personas en tarde calurosa, con algunas ráfagas de viento. 7 toros de Marco Garfias,bien presentados, salvo el 6o., que fue muy protestado. Pesos: 505, 530, 505, 490, 520, 510 y 490. Fermín Spínola (verde botella y oro): Ovación tras aviso y silencio. Alberto Espinoza (carmesí y plata): Palmas tras aviso y silencio. Ricardo Rivera (blanco y plata): Palmas tras aviso, palmas y oreja en el de regalo. Destacó en varas David Vázquez, que picó muy bien al 7o., y con las badnerillas Gustavo Campos, que saludó.


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