La tercera corrida de la temporada grande de 1932-33 en El Toreo habría sido un bodrio total de no haber cuajado Jesús Solórzano Dávalos una de sus más célebres faenas, la de "Cuatro Letras", el quinto toro de Zacatepec. Esta ganadería de sangre murubeña, añadida a las simientes tlaxcaltecas de más abolengo –Tepeyahualco, Piedras Negras…– se caracterizaba por lo encastado de sus bureles, ejemplares fuertes que, bien criados por don Daniel Muñoz, no solían ponerles las cosas fáciles a los toreros.
Y sin embargo, el cartel de aquel 13 de noviembre del año 32 despertó la ilusión de los aficionados porque reunía a los dos principales ases con que la baraja mexicana contaba en ese momento, y como tercer espada el joven que acababa de cortar el primer rabo de la temporada.
Se presentaba en la campaña Fermín Espinosa "Armillita" como corolario de su relanzamiento en España a partir del histórico faenón de "Centello”, de Aleas, en la plaza vieja de Madrid (05-06-32). Allí mismo y con otro bicho de Aleas, "Revistero", Chucho Solórzano había redondeado un trasteo memorable que de inmediato lo colocó en figura (07-06-31), jerarquía que no tardaría en confirmar en México gracias a su encuentro con "Granatillo", gran toro de San Mateo, y la forma en que lo bordó en los tres tercios de una actuación consagratoria (10-01-32). En cuanto al guanajuatense David Liceaga, también recién desempacado de España, venía de triunfar fuerte con otro sanmateíno de bandera, "Aventurero", el domingo anterior. Motivos había de sobra para justificar el lleno que presentaron los palcos y graderías de El Toreo. Se respiraba, se mascaba esa expectación previa característica de los grandes acontecimientos. O las grandes decepciones.
Quién era Monosabio
Es singular el caso del escritor mexicano Carlos Quirós "Monosabio": avispado reportero de gestas revolucionarias y comentarista de temas de política, se hizo aficionado a los toros desde muy joven y sus primeras reseñas taurinas nacen prácticamente con el siglo. Como cronista de La Revista Ilustrada pasó lista de la primera campaña de Juan Belmonte a México (1913-14) jugando sus bazas del lado de Rodolfo Gaona, de quien se convertirá en apasionado hagiógrafo (Mis veinte años de torero, 1925). La agudeza de su prosa y un penetrante conocimiento de los secretos de la lidia contribuyeron a su creciente popularidad, pese a la fama de venal que lo acompañaba. Esa voracidad monetaria la disimulaba con chispazos de humor mordaz y astutos sofismas, que le permitían matizar sus críticas en favor o en contra de tal o cual diestro de acuerdo con el calibre de los cochupos exigidos o la negativa de quien no accedió a sus pretensiones.
Tan malas mañas, agudizadas en el caso de los espadas ibéricos que anualmente nos visitaban, hicieron crisis en la temporada de 1929-30, cuando el madrileño Antonio Márquez le brindó un toro en El Toreo al director de El Universal, el diario generalista que publicaba las crónicas de Monosabio; y aprovechando la cena con el que licenciado Miguel Lanz Duret correspondió a ese brindis, Márquez le informó a detalle lo que ocurría. El escándalo consiguiente determinó el inmediato cese de Quirós y una pausa de las reseñas taurinas en la demás prensa –pues las compras de los espacios taurinos se revelaron cosa común– que duró casi toda la temporada grande. Finalmente, Carlos Quirós y el periodista de deportes Fray Nano fundaron La Afición, que sería el primer diario deportivo del país y donde Monosabio iba a publicar sus mejores crónicas, siempre bajo sospecha pero en plena posesión de unos recursos periodísticos formidables, en lo taurino y en lo literario, según comprobaremos en los fragmentos escogidos de su reseña de este tercer festejo de la temporada invernal de 1932-33.
La corrida
Toda la primera parte estuvo dominada por la dureza del encierro tlaxcalteca –el segundo de Zacatepec le propinó a Solórzano fuerte varetazo–, provocando que la impaciencia cundiese entre la clientela, que llenaba el coso hasta la azotea. Y el malestar acumulado estalló en el cuarto toro, que hubo que devolver por burriciego y fue sustituido por otro sumamente complicado que, despachado de cualquier manera por Armillita, provocó una bronca en toda forma, ambiente en el que rarísimas veces se vio envuelto Fermín.
Pero Veamos, la pluma de Monosabio mediante, lo que pasó del cuarto toro en adelante.
"Mucho más abúlico que de costumbre"
El cuarto, "Pescador", negro listón bien puesto de pitones y de menor talla que el resto de sus compañeros. Lo capotea Fermín, unas veces tanteándolo, otras tanteándonos, dando mucha salida, sin querer quedarse con el cornudo (…) "Pescador", aparte de tener nervio y difícil estilo, no ve con el ojo izquierdo y pierde el bulto cuando lo tiene cerca. Se arma la gritería y es tal el escándalo que, al fin, se consigue echar al corral un toro que ha tomado cuatro varas sólo porque no se deja torear fácilmente (…) El sustituto se llamó "Sardinero", negro con bragas y acucharado de defensas. A las primeras de cambio se para, y con él fracasa la maestría de Fermín (…) le ofrece el percal y cuando llega a su terreno él pone tierra de por medio. Y así, francamente, ni a "Sardinero" ni al mismísimo "Jaquetón" puede torearse. Y entonces, ¡también quieren que se vaya para adentro! Todos gritan, exigiendo la devolución de un toro bravo que tiene sentido y ofrece dificultades. Y nadie piensa que en el ruedo hay un torero sapiente, capaz de vencer problemas aún mayores (…) Fermín encuentra a un adversario reservón y que conserva fuerza. Y empieza trasteándolo por abajo con innegable habilidad. Y como ve que puede, se va confiando y ya en los siguientes muletazos está en su terreno, y entonces abre el compás y pone a contribución sus grandes facultades físicas y técnicas (…) Creemos que Fermín va a acabar por adueñarse de su enemigo y pitorrearse de él, porque es así como se cristaliza el dominio sobre los astados brutos. Pero él no lo piensa de igual manera y, tras añadir par de trapazos, entra a matar de largo y señala un pinchazo sin querer empujar (…) Más tela, sin confianza, y otra punzadora. Capotea Zepeda y Fermín cobra un metisaca (…) Y entonces entra la bronca en su capítulo más intenso. Empiezan a desprender los anuncios de lámina y los arrojan al ruedo. Encienden fogatas en el tendido. Desclavan los maderos de la gradería de sol. En tanto, Armillita intenta descabellar y acierta al segundo golpe. La grita es ensordecedora (…)
El faenón de Chucho
Chucho Solórzano vuelve de la enfermería en los momentos en que abandona el chiquero "Cuatro Letras", su adversario; negro bragado, basto de cuerna y de preciosa lámina (…) Solórzano se lo pasa en superior verónica, y añade otras tres en las que se va superando: cada una más lenta que la anterior, más suave, más precisa, más sobria. Dos verónicas más. Y en esa media docena de lances apreciamos perfectamente el estilo, la clase de torero que se trae Jesús. Es distinto a todos. Es torero de personalidad inconfundible e inmejorable. Remata recortando arrodillado, y se le ovaciona larga y justicieramente. Después de esos lances naturales –positivamente naturales– los toreadores que estaban en el ruedo debieron ir a guardar sus percalinas en el cuarto del conserje (…) Y en el tercio de varas, durante el cual el bravo "Cuatro Letras" sostuvo cuatro encuentros con la caballería, tiene nueva ocasión Chucho de hacer gala de ese toreo especial suyo, reposado, puro, gallardo, sin desplantes ni contoneos de sexo dudoso: juntó los pies y en cuatro ocasiones se pasó al cornúpeta, embarrándoselo, para finar con un recorte cuyo temple nos pareció una maravilla. Los otros maestros hicieron lo que pudieron, nada más para ofrecer el contraste.
Solórzano ofreció los palos a sus colegas y Liceaga salió por delante y a toro arrancado metió un par abierto y delantero. Armillita quebró superiormente y dejó el suyo en lo alto, ganándose justa ovación. Y Chucho llegó andando hasta muy cerca y, de frente, dejó un palo arriba y el otro en la paleta.
"Cuatro Letras" acabó como empezara: noble y bravo. Chucho inició su memorable trasteo con un ayudado después de porfiarle con insistencia. E inmediatamente se pasó el engaño a la siniestra mano y soltó dos naturales, perdiendo la muleta en el segundo (…) El licenciado Freg tiró un capotazo y puso a "Cuatro Letras" en las afueras. Y allí lo buscó el héroe de la tarde: otro natural, naturalísimo, ligado a otro más, estupendo de temple, de sobriedad, de elegancia, la muleta tomada por el centro y llevada al hocico de la bestia señalándole la ruta, acompañándola. Y si ese natural fue estupendo los dos siguientes fueron asombrosos, mejores, si esto es posible. Y en la tanda siguiente otros tres naturales de maravilla y el pase de pecho, casi montado en el toro. Ya para entonces todos los espectadores se confundían en un solo entusiasta aplauso.
Porque torear –ha dicho Alcázar– es arte. Y el arte verdadero es naturalidad, sencillez, finura, gusto, suavidad. Algo inefable y sutil que arroba y deleita, transporta y arrebata. Así toreó ayer el gran Chucho Solórzano.
Luego, apretadísimos y completos derechazos por abajo, pases de pecho, molinetes. Y los tendidos se ponen al rojo blanco. La hazaña penetró de rondón en el corazón de la multitud, que se levantó cual movida por un resorte.
Una estocada, metiéndose superiormente y quedando el acero en la propia yema. Luego, el descabello al segundo empujón. Y la ovación interminable, con dos vueltas al ruedo, salida a los medios y la oreja y el rabo del bravo "Cuatro Letras". Y la seguridad de que tenemos un torero verdaderamente extraordinario.
Triunfo de los pies
El último, "Bohemio", cárdeno, corpulento, recogido de cabeza. Liceaga baila un jarabe pretendiendo lancear de capa. Tres puyazos señalaron Berrinches y Barana, y tornamos a ver bailotear a David, a contemplar el gesto duro de Armillita y a celebrar dos veronicazas de Chucho (…) Y los tres matadores banderillearon: Solórzano, a toro arrancado, clavó su par en el propio morrillo; Armillita dejó un buen cuarteo y Liceaga sesgó por dentro, en alarde de facultades, después de larga preparación.
"Bohemio" se aplomó en sus postreros momentos y David le bailoteó en las narices, tan rápido que no parecía poner los pies en el suelo. Luego toro y torero se hacen un lío y la brega resulta suigéneris, y en ella quien lleva la dirección, positivamente, es el bruto. Con este calificativo queda entendido que no se alude a David (…) Un pinchazo, y los enterradores capotean. Muletazos de pitón a pitón (…) Una estocada honda (…) Y el matador se pone a descabellar. Un intento. Otro. El tercero. Y al quinto descansamos todos." (La Afición. 14 de noviembre de 1932)
¿Qué pasó después?
La temporada continuó con Solórzano y Armilla –y también Balderas– como protagonistas, sobre todo el de Saltillo, que se sacó sobradamente la espina, hasta culminar con un mano a mano con Chucho que era ya el segundo entre ambos. Fue la tarde en que "Lancero", el tercero de Rancho Seco –otra ganadería rocosa del campo de Tlaxcala– le atravesó a Jesús el muslo derecho cuando trazaba una de sus solemnes e inimitables verónicas (27-02-33). Esa cornada, sumada a la sufrida en Valencia (02-08-34) y, sobre todo, a aquella en que un toro de La Trasquila le partió la femoral en Puebla (19-01-35), fueron determinantes en la carrera de Chucho, que continuó recibiendo tratamiento de figura y se mantuvo a la altura de sus prestigios de rey del temple, pero ya sin el ímpetu y el poder de emulación de sus años mozos, entre los cuales los mejores probablemente hayan sido los de 1931 y 1932.