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El sueño… ¿eterno?

Lunes, 03 Nov 2025    Puebla, Pue.    Horacio Reiba | La Jornada de Oriente   
"...Evidencias de lo mucho que ha significado y contribuido..."
La sensación de pasmo experimentada por el medio taurino mexicano tuvo su momento y su razón de ser, como reacción incluso lógica ante la grotesca Ley Brugada del pasado marzo que trastocaba a fondo la esencia de la corrida de toros y, en los hechos, decretó la clausura de la Plaza México. Pero llegar a estas alturas de noviembre sin articular un posicionamiento claro y contundente en elemental defensa de lo nuestro ya se entiende menos.

Da la sensación de que los taurinos nacionales, y lo poco que va quedando de la otrora abundante y apasionada afición capitalina –de las mejores del mundo si nos atenemos al período comprendido entre las décadas del 30 al 70 del siglo XX–, es como si hubiésemos asumido la pérdida con lánguida resignación, concediéndole categoría de hecho consumado. Actitud tan lamentable como real.

¿Dónde quedó la vena rebelde del taurófilo que asume la Fiesta Brava como parte de su forma de ser y estar en el mundo, fundamentada en una cultura y una herencia de siglos? Profundamente dormida, vista la pasividad de quienes debieran formar la primera línea de resistencia al despojo, perpetrado desde una postura que presume de civilizatoria y de avanzada y, sin embargo, no es sino un acto de censura rampante y flagrante. Pasividad atribuible a todos: taurinos y taurófilos; toreros, ganaderos, prensa especializada y desorganizada afición. 

Inacción que debe estar haciendo las delicias no sólo de la progresía con bandera animalista sino, sobre todo, de los think tanks a sueldo del imperio anglosajón, responsables del rediseño de un mundo sin disonancias culturales, perfectamente ajustado a las necesidades y exigencias del mercado y el pensamiento únicos. Distopía disfrazada de utopía. Robo de identidades como elemento clave de un proyecto neocolonial.        

Oportunidad desperdiciada

Así las cosas, Aguascalientes acaba de celebrar en su plaza Monumental un festival a beneficio de la academia taurina local, lo cual está muy bien pero a la vez confirma la tendencia a la endogamia –vivir solamente hacia adentro– que caracteriza al pasmado medio taurino mexicano.

Y sin embargo, organizar festejos benéficos cuyos alcances podían ir mucho más allá del medio y sus actores fue una valiosa costumbre solidaria que caracterizó desde siempre al estamento taurino, y que traída al áspero presente hubiera servido para influir en el ánimo de la gente común precisamente cuando todo lo que se escucha son descalificaciones hacia cualquier asunto relacionado con la corrida de toros, "esa anacrónica salvajada" –es lo único que se oye– que urge extirpar del cuerpo social.  

¿Se imaginan ustedes lo que habría sido que el taurinismo mexicano en pleno se hubiera abocado a socorrer a los damnificados por los huracanes e inundaciones que hace apenas unas semanas devastaron buena parte de la zona huasteca de este país? Ante la desgracia y sus secuelas –que llevará años reparar, descontado lo irreparable–, la pronta respuesta de una o varias corridas para recaudar fondos que ayudasen a paliar los efectos del siniestro hubiera arrojado beneficios económicos indudables en favor de las comunidades arrasadas, creando además un impacto positivo para la tauromaquia. Y sería cosa de oír a sus ciegos impugnadores preguntándose –o mejor, enmudeciendo– sobre cómo la banda de sádicos insensibles y enfermos que para ellos somos, fue capaz de movilizar con espontánea generosidad sus propios recursos –toros, toreros, medios empresariales y publicitarios, afición en general– para acudir en auxilio de quienes tanto y con tanta urgencia lo necesitan. 

Pero los sueños, sueños son. Pensar hoy en algo así equivaldría a esperar que crecieran perlas en los ahuehuetes.

Y sin embargo

Cualquiera diría, porque la memoria es flaca, que tales elucubraciones corresponden a un país y un tiempo tan lejanos que ya nadie los recuerda. Nada más falso. Todavía, con motivo de los sismos de septiembre de 2017, la Plaza México se convirtió en un espacio de acopio de ayudas materiales destinadas a los damnificados. Y se organizó una corrida benéfica celebrada en el mismo coso Monumental –hoy reducido a silencio– que aquel 12 de diciembre de hace ocho años registró un lleno casi total, demostrativo tanto de la generosidad de los diestros y ganaderías anunciados como de esa afición al toro hoy tan impunemente acusada, acosada y privada de su espectáculo favorito.

Era apenas el –¿último…?– eslabón de una cadena de festejos de beneficio, existentes desde que existen las corridas de toros. Ya quisiéramos que cualquier otro colectivo de la cultura de masas participara de tan noble y solidaria costumbre, donde lo habitual era que los ganaderos donaran los astados, los toreros actuaran sin cobrar y la gente desbordara las taquillas porque veía en ello la mejor manera de apoyar las necesidades del momento, que podían ser las de un orfelinato, un hospital, una escuela o las de víctimas de un desastre natural o una epidemia.

Botones de muestra

Respaldando lo dicho, remito al lector a los cinco carteles de toros que encabezan este comentario. El primero se refiere a un festejo taurino al estilo del siglo XIX, verificado en la plaza del Paseo Nuevo para recaudar fondos destinados al hospital de sangre –léxico de la época– que atendía a los heridos en la histórica batalla de Puebla (05-05-1862), ganada al invasor francés por el Ejército de Oriente al mando del general Ignacio Zaragoza.

Vemos en seguida el anuncio de una corrida (21-01-1934), con la participación de las figuras máximas de aquella temporada grande en El Toreo de la Condesa (Armillita Chico, Alberto Balderas y Domingo Ortega), organizada para contribuir a los gastos de construcción del Monumento a la Revolución, uno de los puntos de referencia más emblemáticos de la moderna CDMX. Y a su derecha aparece el cartel correspondiente a la llamada Corrida Patriótica pro pago de la deuda petrolera, también en el Toreo (10-04-38) que incluye a todos los ases mexicanos en activo en generosa contribución para solventar las deudas contraídas con empresas petroleras extranjeras a raíz de su expropiación dada a conocer por el presidente Lázaro Cárdenas el 18 de marzo de 1938.

El cuarto programa se refiere a un festejo mayor organizado por estudiantes de la facultad de medicina de la Universidad de Puebla (10-07-55) –hoy BUAP– con la mira, por cierto exitosa, de equipar las instalaciones de su escuela y el hospital de la misma. 

Por último, tenemos el anuncio del festejo para socorrer a los damnificados por los sismos que sacudieron el centro del país en septiembre de 2017 y al cual respondió la afición haciendo una gran entrada en la Plaza México el no tan lejano 12 de diciembre de aquel año. De alguna manera, y aunque fuese transitoriamente, sus buenos resultados contribuyeron a frenar la ofensiva abierta desde varios frentes en contra de la tauromaquia. Y hasta a despertar unas esperanzas de repunte efectivo que el propio medio taurino se encargó de neutralizar con su eficacia habitual. 

Se trata –y la lista podría hacerse interminable– de simples evidencias de lo mucho que ha significado y contribuido la fiesta de toros a las mejores causas de este país. Les guste o no a la taurofobia militante, el animalismo radical y el neopuritanismo compensatorio que arremeten un día sí y otro también contra la corrida de toros. Ese blanco de sus iras que ni conocen ni les interesa conocer, fieles a la fórmula universal que reza: a mayor ignorancia, mayor fanatismo. 


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