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¡Adiós Morante!

Lunes, 13 Oct 2025    Mérida, España    Antonio Castañares | Especial   
"...un autodidacta dotado de una mente extraordinariamente fértil..."
Adiós Morante, que tu vida sea larga y generosa contigo, como tú lo has sido con el arte del toreo y con los que hemos sido devotos de tu arte. Fiel tú siempre con ese arte y esa afición que sabe Dios de dónde la sacaste, pues no tenías antecedentes taurinos en tu familia.

Tu padre, Rafael, hombre sencillo y bueno, desaparecido no hace mucho, te procuró una vida sin privaciones y tampoco sin excesos. Y después tú, un puntito callado y taciturno, fuiste incubando lo demás. Y lo demás al final ha sido una forma purísima y muy especial de hacer y sentir el toreo. Y de explicarlo, de contárnoslo, tú siempre transparente, sin guardarte nada para ti.

Te has ido de buenas a primeras en Madrid. Como un grande, como lo que tú eres. Aunque el que más y el que menos intuíamos que te quedaba ya poco, la forma ha sido en extremo sorpresiva. Tú solo, en la boca de riego de la plaza venteña, ante más de 23 mil aficionados, allí te has quitado la castañeta, y has dicho: "¡Se acabo!"

Pero déjame que te diga que en tu congoja te hemos acompañado muchos. Muchos de los presentes y de los que estaban presenciando la tarde, y la escena, por televisión, que ante momentos así da lo mismo para sentir que el corazón se encoge, y que en ese momento los recuerdos echan a volar, y que ya sólo nos quedará tu recuerdo y el de tu toreo bellísimo, inmaculado, preñado de entrega y verdad, de dulzura, de grandeza. Sí Morante, así lo siente quien te pone estas líneas, y ahora déjame que cuente a los lectores quién has sido tú en el toreo, y quién vas a ser en su historia...

Este Morante que se nos ha ido, en la historia del toreo va a pasar a ella como un grande entre los grandes. En un hipotético banquete, en una mesa de cuatro, bien podían sentarse Joselito "El Gallo", Juan Belmonte, Manolete y Morante de la Puebla. Para contarse sus cuitas y además de ellas, para rememorar recuerdos, para explicarse unos a otros la etapa del toreo que vivieron, y la grandeza que encierra este arte que no se puede aguantar.

Morante es un compendio de lo mejor del toreo desde que este tomó la consideración de arte, a partir de la Edad de Oro. El de la Puebla del Río, un autodidacta dotado de una mente extraordinariamente fértil, muy inteligente y apasionado del toreo y de su arte, tomó lo que dictaron los que le precedieron, primero lo pensó, después lo comprobaría en la soledad del entrenamiento diario y del toreo en el campo, y al final nos sorprendía con estas suertes añejas. Como la de ese quiebro gallista de rodillas.

Devoto de Joselito "El Gallo", su toreo, como el que vino después, tal vez tras Manolete y Antonio Ordoñez, aúna el concepto gallista de la ligazón, con el irse al pitón contrario, aportación belmontina. Al ver torear a Morante hemos podido imaginarnos cómo toreaban los grandes artistas sevillanos, y no sevillanos: Chicuelo, Gitanillo de Triana, Manolete, Pepe Luis, Pepín Martín Vázquez, Manolo Gonzalez, Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, que sentía devoción por Morante, Antoñete, Paco Camino, El Viti... Y nada mejor para entender ese compendio morantista que irnos a Paco Aguado y a su libro: "Por qué Morante". 

Morante no ha sido un verso suelto durante su trayectoria, que ha sido larga, de veintinueve temporadas como matador de toros. Siempre ha gozado de la consideración de figura del toreo. Su toreo ha ido ganando en solera pero siempre fiel a su concepto y a sus raíces. Un concepto purísimo, de dar todas las ventajas al toro, de pasárselo cerca, de irse con él con dulzura, de torear con cadencia, despacito, de no violentarse jamás, ni a él mismo ni al toro, de llevarlo por abajo, de rematar los muletazos y de ligar. Y de torear a dos manos con una improvisación, con un salero y con un sentimiento que han sido encomiables.

Torear así solo puede ser posible con cuatro premisas y fundamentos: un valor inmenso, para ponerse ante el toro con tanto abandono; una técnica magistral para manejar con tanta suavidad capote y muleta; un dominio total de las suertes; y un conocimiento del toro, de sus condiciones, que es necesario para abandonarse ante el animal.

Si a todo lo dicho se une espiritualidad para torear para él mismo, para sentir el toreo y torear con todo, también con el alma, solo nos cabe dar gracias a Dios para, durante tantos años, haber disfrutado de un torero casi irrepetible.


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