La fama de Zaragoza como plaza dura viene de muy antes, cuando los toros no respetaban ahí ni a Antonio Fuentes ni a Rodolfo Gaona –se dice que la inquina que siempre le tuvo Joselito viene de aquel mano a mano de 1913 donde el primero de la tarde se llevó por delante al mexicano y Gallito tuvo que pechar con el resto del encierro, una bien servida corrida del Duque de Veragua.
Lo que no existía era ese escurrirle el bulto a la Feria del Pilar que se puso de moda entre las figuras hacia finales del siglo XX. Poco antes no le había rehuido a ese último trago gordo del calendario taurino Ortega Cano, por ejemplo, a pesar de dos gravísimas cornadas sufridas en sucesión nada más abrirse de capa sobre el frío albero zaragozano (1987 y 88). Año hubo en que fueron cayendo, heridos de gravedad uno tras otro, Dámaso Gómez, Miguel Márquez, Ruiz Miguel, Diego Puerta (1969). Y qué decir del cornadón de un conchaysierra a Serranito (12-10-64).
Y aún pesa en el recuerdo la espantosa cogida de Mariano de la Viña por un toro de Montalvo, cuando solamente la legendaria pericia del cuerpo médico liderado por los doctores Val-Carreres –padre e hija– consiguió arrancarle a la parca el cuerpo destrozado del excelente peón de brega de Enrique Ponce (13-10-19, ocasión en el que también Miguel Ángel Perera resulto herido). Por no hablar de las de Palomo Linares (1977), Juan Ramos (1989) y tantos más.
Interminable sería la lista de percances ocurridos durante la feria del Pilar a través de las generaciones. Pues aunque no sea consignada como tal, la verdadera puerta de los sustos es esa que se abre seis veces por tarde en el zaragozano coso de la Misericordia.
Juan José Padilla: 7 de octubre de 2011
Faltaba el drama de Juan José Padilla, el siniestro pitonazo que le vació el ojo izquierdo y afectó todos los músculos de la región, el terror que ese viernes se vivió en la plaza y que alcanzaría a quienes lo veíamos por televisión. "Marqués", de Ana Romero, fue el torvo heridor, un cárdeno salpicado que ya había acusado aviesas intenciones. Nadie podía sospechar que la sonrisa de Padilla al ofrecerle al público el fatal segundo tercio de ese cuarto toro sería la última –las lesiones de ese día le deformarían y paralizarían el rostro–, tras su diligente y eficaz auxilio para ayudar al retiro del astado anterior, devuelto por invalidez.
Al clavar el tercer par, "Marqués" lo atropello, lo hizo caer y fue por él: el pitonazo en plena cara, la evidencia de un ojo colgando fuera de su órbita cuando se incorporó, la sangre empapándole esa mano llevada al rostro, los gritos de espanto, el ominoso silencio que siguió, el tremendo parte facultativo… Pero vayamos al relato:
Barquerito
"Al salir forzado de la reunión de un tercer par de banderillas, Juan José Padilla perdió pie y cayó al suelo de cara. El toro, cuarto de corrida, apretó a querencia, lo arrolló y lo pisoteó y, sin que apenas pudiera percatarse nadie, le pegó en el suelo una terrible cornada: el pitón entró por el cuello a la altura del lóbulo de la oreja izquierda. Iba a saberse luego que la cornada afectó a la mandíbula, el aparato auditivo y "muy seriamente" al ojo izquierdo. El toro se huyó de la suerte y Padilla se incorporó con un gesto de espanto y casi un alarido. Se echó las manos a la mejilla, se le tiñeron de sangre las manos y la cara, se tuvo la sensación de que había perdido el ojo en el percance y que lo llevaba entre los dedos. La sensación en directo fue de desolación indescriptible: consternada la gente del callejón, por donde llevaron a Padilla por su propio pie hasta la enfermería. Mientras se esperaban noticias, que se temían pésimas, se hizo recuento del accidente.
El toro, del hierro de Ana Romero, cinqueño, cárdeno coletero, 508 kilos, de nombre "Marqués", fue muy correoso. Estuvo encogido desde la salida, se empleó muy en corto y Padilla le pegó cuatro lances sin vuelo. Corto pero alto de agujas, de muy frondosa quilla, el toro arreó con fuerza en una primera vara cobrada por Antonio Montoliu: bajísimo el puyazo, pero rectificado con habilidad en seguida y (…) una segunda vara trasera. De las dos peleas salió distraído el toro, el único de mala nota de la corrida de Ana Romero.
No se vio a Padilla con ánimo de banderillear. No invitaba el toro. Sin embargo, antes siquiera de que los peones tomaran los palos y sin reclamarlo nadie, Padilla decidió cumplir tercio. Fue un tercio laborioso, porque el toro, algo deslumbrado, tardeaba y cortaba. Las dos cosas. De un primer cuarteo salió Padilla sin reunirse ni poder clavar. Sí clavó en un segundo intento, atacando desde bien fuera. Se sintió perseguido y saltó la barrera. Al volver a la arena pidió las banderillas de violín, que vienen unidas por el hierro, y al violín clavó con apuros un segundo par. El toro volvió a cortar y a frenarse. Pareció que Padilla iba a pedir el cambio de tercio –se adivinó la intención- pero decidió todavía prender el tercer par, que iba a ser fatal. El ataque al cuarteo fue de dentro a fuera pero dejando al toro ganar terreno y cobrar ventaja. Mal medida la distancia, excesivamente confiado en sus facultades, Padilla corrió un riesgo exagerado. No llegó a cuartear sino a reunirse en paralelo y sin escape. Y, enseguida, el terrible infortunio de una cornada que dejó marcada la corrida. Abellán, segundo de terna, y encargado por eso de matar el toro de la desgracia, estaba todavía en la enfermería cuando tocaron a matar. Tardó en salir. Demacrado, compungido, porque él había sido, además, el primero en llegar a Padilla cuando la cogida y quien lo asistió hasta la enfermería. Cuatro muletazos por la cara y otros tantos ataques con la espada.
A la espera de diagnóstico y con Padilla camino de cirujanos especialistas en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, la cornada fue ya el fantasma de la corrida. El quinto fue muy noble, más que ninguno, y Abellán se hizo de ánimo, pero apenas podía disimular la pesadumbre. El sexto, muy bravo en el caballo, se sangró tanto que dejó charcos por varios puntos y estuvo manando casi a caño. Crecido, Fandiño se templó muy valiente con él".
No sólo eso. Bajo el peso de los acontecimientos, sobreponiéndose a aquel ambiente de funeral, Iván Fandiño emprendería una gesta de las suyas. Así lo vio José Antonio del Moral:
"Todos teníamos en la cabeza la tragedia de Padilla y ver a Fandiño jugársela tras el desastre padecido por su compañero, fue realmente admirable. El toro, muy venido abajo, al menos permitió a Fandiño unos cuantos naturales que pegó con tanta entrega como donosura sin que el torero se cansara ni desistiera. Hasta tuvo ocasión de adornarse con gracia e incluso de insistir y bien por el lado derecho. Magnífica la torerísima actitud de Iván Fandiño. Fue una pena que pinchara antes de agarrar una buena estocada porque tenía ganada la oreja. Un trofeo que hubiera sido reivindicativo para compensar lo vivido."
Hay carteles malditos. El de ese 7 de octubre en Zaragoza reunió, sin que nadie lo imaginara, a dos mártires del toreo. Uno, Juan José Padilla, sobrevivió y se sobrepuso gallardamente al infortunio. El otro, Iván Fandiño, iba a caer para siempre en una pequeña plaza francesa como el torero y hombre cabal que siempre fue.
Alejandro Talavante: 9 de octubre de 2011
Es admirable como son capaces de reaccionar los toreros ante la desgracia de un compañero. Al día siguiente, la modesta terna formada por Serafín Marín, Alberto Álvarez y David Mora desorejó a cinco de los seis estupendos bichos de Antonio Bañuelos. Y el primer domingo de la feria, 9 de octubre, este cartel: El Fandi, Manzanares y Talavante con un encierro de Núñez del Cuvillo. David Fandila ofreció su usual espectáculo banderillero y no pasó de ahí. José María le cortó una oreja liviana a su primero. Y se avecinaba, por cuenta del tercer espada, una obra de arte mayor.
Andrés Amorós
"Las figuras del toreo –se decía siempre– comienzan la temporada por Fallas y la concluyen en el Pilar: aquí se comprueba cómo llegan al final. Los excelentes toros de Núñez del Cuvillo permiten a los tres espadas, esta tarde, mostrar su nivel. La noticia es que Alejandro Talavante aprovecha un gran toro: si lo mata bien probablemente le hubieran dado el rabo. En todo caso, redondea una de las faenas de su vida (…) Talavante inició la temporada en Vista Alegre mostrando la evolución de su toreo, en México. El tercer toro, jabonero, es de dulce (…) Le permite desplegar toda la gama de su toreo, incluidas suertes "mexicanas" (inesperados remates por detrás) junto a larguísimos naturales al ralentí. La gente ha enloquecido pero Alejandro pincha: después de dos pinchazos todavía corta una oreja.
El último mansea, sale dormido, se raja al final de cada serie. Talavante está muy firme, muestra su disposición. Esta vez consigue una gran estocada: en el tercero le hubieran dado el rabo… ¡Para matarlo! Pero el diestro no olvidará ese precioso toro, casi "ensabanao", con el que logró el "sueño eterno" de la belleza." (ABC, 10 de octubre de 2011)
Barquerito:
"Cuvillo echó una buena y seria corrida guerrera. Con un raro borrón, que fue el sexto. Y una guinda de extraordinario buen son, que fue el tercero. Un alto y estrecho toro jabonero, remangado de cuerna, pálidas palas. Más de 550 kilos, sacudido pero no badanudo. Los jaboneros son marca Cuvillo y éste, un "Esparraguero" de reata no habitual, será prenda de la familia. Una delicia verlo venir y volver, y darse tanto. Como todos los toros de su pinta, fue saludado al asomar con ese proverbial "¡Oooooh…!" (…)
Remató el toro a reclamo en el primer galope y ya no pararon de verse cosas. A pies juntos con el capote Talavante, que iba a ponerse ya entonces y sin freno. Medias verónicas aparatosas a suerte cambiada y con las vueltas del capote: el golpe, por tanto, del repertorio mexicano que tanto absorbió Talavante durante el último invierno. Cumbre y techo fue la faena de Talavante a ese preclaro toro de Cuvillo (…) Sobre todo, toreó muy a compasito: certeros los toques a tiempo, suelto el vuelo de la muleta por abajo, hábiles los golpes de remate. Sorpresas en los muletazos floreados y en los afarolados que también son gema o parte del repertorio mexicano. Un filón. Como la arrucina primitiva, de las cuales, intercaladas en tandas regulares, hubo hasta pródiga exhibición. El toreo de apariencia temeraria tiene otra manera de seducir a la parroquia. Tanto o más que el toreo ligado en puridad, o el vertical y de brazos, tan de Talavante cuando se encaja de verdad.
Así que las dos cosas y profusamente, porque el toro quiso ir a todos los convites. En todas las bazas y con ese pastueño aire que hace risueñas las embestidas. Se derramó de sí Talavante, hubo hasta un intento de coqueteo con el indulto (…) y, en fin, pasó que no lo mató Talavante, sino que lo pinchó, y dos veces, y soltando el engaño, y sin fe. Un aviso, una oreja (…) Tantas nueces, tanto ruido, tanta entrega, tanta firmeza. Y no tanto toro, pero tan bueno, tan bueno que no hubiera sobrado el premio de la vuelta al ruedo.
Cuando Talavante terminaba de pegarse su baño de masas, vio a Álvaro Cuvillo en el callejón, junto a la puerta de arrastre, y se fue por él como aguja al imán para abrazarlo y se supone que darle la enhorabuena. Torero agradecido. No abundan. El toro tuvo, de parte de Talavante, trato más que exquisito. Ni una trampa, ni un renuncio del torero extremeño, embalado pero despacito. Y caballero sin espada." (Colpisa, portal de internet. 9 de octubre de 2011).
Fernando Bermejo:
"Extremadura power", o sea Talavante, en su expresión, otra vez diferente. Un nuevo motivo para engancharse a este torero, tantas tardes aparentemente sesteando, o en las nubes, o en su mundo, como quieran llamarlo. Pero cuando se lo cree (¿se acuerdan esa faena de San Isidro que se llevó todos los premios?), revienta la ortodoxia. Citando con el derecho y con el envés de los engaños, desmayándose o desmayando al toro hasta el final en ese natural tan suyo y tan inacabable. ¿Y por qué no, sorprendiendo de salida con las tijerillas intercaladas? Con limpieza y despaciosidad, con tanto garbo como sutil dominio. El jabonero de Cuvillo embelesado por una torería armada desde distintos conceptos. Talavante se sabe diferente, se entrega, se olvida. Y sale lo que sale. Faena demoledora, de rabo. Simplemente faltó la estocada que sí recetó al sexto.
Sus faenas de Madrid y Zaragoza se colocan en el "top ten" del año taurino. Hay que celebrar los progresos de un torero. Y aquí hay caso: la estrella de 2011." (El Mundo, 10 de octubre de 2011)
No me extrañan las alusiones al Talavante "mexicano" que nuestro país devolvió a España tras la temporada grande 2010-2011, de la cual había sido inesperada y deslumbrante revelación. Si la faena con "Cervato" en San Isidro, aquel concierto purísimo de mano izquierda, está entre las mejores de todos los tiempos en Las Ventas (17-05-11), ésta de "Esparraguero" debe contar entre las más finas, redondas e imaginativas de Alejandro. De haber mantenido su nivel de 2011 no se sabe hasta dónde pudiera haber llegado Talavante.