Los animalistas no descansan. En Colombia, la Corte Constitucional avaló la ley conocida como "No más olé", con la que se prohíben las corridas de toros. En España, se ha presentado una iniciativa legislativa popular que pretende que cada territorio decida si la tauromaquia puede ser modificada o suprimida. A primera vista, pareciera un ejercicio democrático. Pero en realidad es una trampa: lo que se busca es abrir la puerta a que una mayoría circunstancial aplaste a una minoría.
Victorino Martín lo explicó con claridad meridiana en un discurso que pronunció hace unos días: "No existe en democracia la libertad para censurar la cultura. No existe en democracia la libertad para aplastar desde una supuesta mayoría la cultura de una supuesta minoría". Lo que se disfraza de "autonomía territorial" no es más que libertad para restringir expresiones artísticas. Y esa libertad no es democrática, es totalitaria. El poder político no puede decidir qué es cultura y qué no lo es, del mismo modo que no puede determinar qué libros deben leerse o qué música puede escucharse en cada comunidad autónoma.
Ya en 1951, Enrique Tierno Galván escribió que la tauromaquia es un acontecimiento nacional porque pone a prueba la pluralidad de España y su capacidad de reconocerse en una tradición compartida. Para Tierno Galván, los toros son un hecho cultural previo a la política, algo que la población crea y mantiene más allá de leyes y decretos. De ahí la gravedad de que hoy se intente imponer un "pensamiento único" que niega la complejidad de lo popular en nombre de una supuesta modernidad.
Muchos aficionados se confunden: creen que el peligro viene del "mascotismo" o de ciertas modas urbanas. No. El verdadero enemigo es el autoritarismo cultural, el que bajo la máscara de derechos inventados busca arrasar con el pluralismo. No se trata de defender los toros como espectáculo aislado, sino como parte de un patrimonio que expresa valores de libertad, diversidad y resistencia frente al autoritarismo.
La tauromaquia es una de las pruebas más exigentes de la democracia. Sostener su vigencia no implica imponerla, sino exigir que se respete el derecho de cada uno a vivirla o rechazarla. Como recordó Victorino Martín: "los poderes públicos no son quiénes para decidir qué puede ver, hacer o escuchar una persona en su ámbito cultural". Y como escribió Tierno Galván, la fiesta de toros es un acontecimiento que nos obliga a pensar en lo que somos. Hoy, más que nunca, preservar los toros equivale a salvaguardar la convivencia cívica frente a quienes quieren convertirla en dictadura de mayorías.
El próximo martes 30 de septiembre, en la Monumental de Morelia, los toreros michoacanos partirán plaza en un festejo Charro-Taurino que demuestra que, por bien de la sociedad, no podemos claudicar.
Hace unos meses, los autoritarios habían promulgado una ley que prohibía las corridas en Michoacán. Pero nadie se ha rendido y los esfuerzos empiezan a dar frutos. La resistencia de Morelia no es solo un festejo local: es la prueba de que la libertad cultural no se concede, se ejerce. Esa es, en esencia, la expresión más auténtica del pluralismo.
En lugares donde la democracia está en riesgo, como México, Colombia e incluso España, la fiesta brava se alza como símbolo de tradición, arte y valor. Defenderla no significa imponerla a quien no la comparte, sino asegurar que quienes la valoramos podamos vivirla en paz y en un entorno que respete la pluralidad de opiniones.
La tauromaquia es un estandarte de la diversidad que permite que pensemos distinto y, aun así, convivamos en armonía, sin someternos a un pensamiento único.