La cultura taurina es rica en frases que reflejan la sabiduría popular. Expresiones breves, también llamadas paremias, que condensan consejos –muchas veces ancestrales– en forma memorable. Y es que del campo nacen refranes que sintetizan observación y reflexión.
Muchas locuciones de uso cotidiano tienen origen en el mundo taurino, aunque pocos lo advierten. La tradición oral ha ido adaptando esos enunciados de raigambre rural y taurino al habla común.
Una de las más comunes en México es "tirarle los perros". Hoy es usada para describir el acto de cortejar a una muchacha, pero su origen es taurino. Cuando un toro era manso e incierto, se le "echaba los perros" para que estos lo acosaran y el torero pudiera intentar hacerle algunas suertes.
Entre esas expresiones, quizá la que mejor refleja la relación óptima entre poder y maestría es la de "el toro, cinco; el torero, veinticinco". Simboliza a un torero joven –alrededor de los veinticinco años– en plena madurez física, pero ya con los conocimientos técnicos suficientes para enfrentarse a un toro adulto, cinqueño, con vigor, poder y bravura. El adagio presuponía que, en esas condiciones, se garantizaba una lidia equilibrada, intensa y auténtica.
Me acordé de esta paremia cuando vi anunciados los carteles de una plaza de primera en nuestro país. El promedio de edad de los quince matadores anunciados era de 39 años, la mediana 40 y la moda 46. Es un serial que parece pensado para dar espacio a toreros ya entrados en los cincuenta.
Otra expresión, hoy casi olvidada, pero igual de esclarecedora, es la del "subibaja". Con la muerte de Gallito en Talavera de la Reina en 1920, Juan Belmonte, impactado, se alejó de los toros. Sin ellos dos –y ante la ausencia de Rodolfo Gaona, que ya había regresado a México–, se acabó la edad de oro del toreo en España y escaseaban toreros que interesaran.
Para atraer a los públicos, los empresarios hicieron que creciera el tamaño y el peligro de los toros. Pepe Alameda se refirió a este fenómeno como la teoría del subibaja, es decir, baja el interés por los toreros y sube el toro. Al respecto, Corrochano dijo: "Muere Gallito y se retira Belmonte; el torero pierde interés, sube el toro. (Cuando desaparecen los toreros de época, el público decae, hay una pausa en la Fiesta, que se salva con el toro, hasta que se rehace la afición, como se rehacen las viudas)".
En México se olvidó el adagio. Tras la retirada de figuras como Manolo Martínez, Curro Rivera y Eloy Cavazos, no se optó por un toro más bravo; al contrario, se impuso un animal más pastueño, que acabó alejando al público de los tendidos. Esa renuncia a la emoción debilitó la fiesta y abrió el flanco a los ataques externos de los animalistas.
Quizá, en lugar de echar por la borda el refrán que da título a este artículo –"el toro, cinco; el torero, veinticinco"–, podríamos aprender de las épocas doradas del toreo mexicano. En los años treinta, los mexicanos tomaban la alternativa más jóvenes y, muchas veces, con menos recorrido. Tanto que cuando llegaban a España, tenían que renunciar a la alternativa y hacerse de cartel como novillero. La vida dura les hacía sacar la casta y de ahí surgieron grandes figuras que llenaron toda una época que hoy añoramos.
La tauromaquia, con sus refranes y adagios, no solo ha moldeado un lenguaje lleno de sabiduría popular; también recuerda que la Fiesta se sostiene en un equilibrio frágil: juventud y experiencia, bravura y maestría. Recuperar esas expresiones no es un gesto nostálgico, sino una mirada hacia atrás para entender qué le dio fuerza y autenticidad a nuestra tradición. En ellas quizá encontremos claves para revitalizar una cultura que, más allá de la arena, sigue transmitiendo consejos en palabras que aún resuenan en la vida cotidiana.