El 17 de abril de 1932 se anunció en la plaza de Madrid un cartel con tres matadores mexicanos. Nunca había sucedido ni ha vuelto a ocurrir. Pero ese día, el viejo coso de la carretera de Aragón vio partir plaza a Fermín Espinosa "Armillita Chico", Heriberto García y David Liceaga para despachar una sexteto salmantino de Alipio Pérez Tabernero. El encierro salió mansurrón, la plaza no se llenó y los ausentes no se perdieron nada importante. Para colmo, el sexto le infligió a Liceaga una cornada grave. Pero quedó la efeméride como testimonio de algo nunca antes visto. Ni vuelto a ver después.
Los tres toreros nuestros tenían su propia historia en Madrid. De Fermín había asombrado su precocidad –con 17 años recién cumplidos le confirmó Chicuelo la alternativa y esa misma tarde los entusiastas lo pasearon en hombros por primera vez en la capital española tras clamorosa faena al cierraplaza (10-05-28); David Liceaga tuvo una presentación cumbre de novillero (30-05-31) la víspera de que "Fandanguero" hiriera de muerte a Curro Puya. En cuanto a Heriberto García, un toro de Bernaldo de Quirós lo corneó de suma gravedad cuando lo estoqueaba en la suerte de recibir, empeñado en epilogar a lo grande una faena de orejas y rabo (20-04-30). Cornada ésta que, por desgracia, iba a influir negativamente en el futuro del diestro nacido en Singuilucan, estado de Hidalgo (10-03-1907).
De qué dimensión habrá sido aquel faenón es cosa que se propone escudriñar esta historia de un cartel.
Madrid, 20 de abril de 1930
Inauguración del abono de primavera y primera corrida del año, en tarde cuyas heladas ráfagas no invitaban a abordar el tranvía camino del viejo coso matritense. Tampoco es que el cartel prometiera demasiado, una terna modesta integrada por el referido espada mexicano, Mariano Rodríguez "El Exquisito" y José García "Maera". No es de extrañar que se hubiera reservado para ellos una corrida con toda la barba y de afiladas cornamentas. Lo que hoy es usual ya lo era hace casi un siglo.
Como Pepe Maera –hermano del malogrado Manuel- confirmaba la alternativa, a Heriberto García le correspondieron los toros tercero y quinto.
Crónica de Corrochano
En su incesante ir y venir de España a Marruecos y viceversa, don Gregorio estaba esa tarde en Madrid, dispuesto a esgrimir su pluma de cronista taurino. Aunque sin demasiado entusiasmo, según su propio testimonio: "Volvemos a inaugurar la temporada (…) La tarde es fría, de fuerte viento, poco propicia al toreo (…) Antaño reflejaban las reseñas un preámbulo pintoresco, cascabelero, rumboso (…) Hoy todo es más uniforme, mecánico, ausente de color (…) Abrigos, pieles. No se ve un abanico (…) Los toros son de Bernaldo de Quirós, menos el segundo, que es de Aleas. Toracos grandes, pasados, poco a propósito para lidia moderna (…) La corrida duró cerca de tres horas…" (ABC, 22 de abril de 1930)
Así andaban las cosas: ganado impropio, engaños agitados por el ventarrón, público y toreros desengañados. Hasta que apareció el quinto de la tarde y saltó con él la famosa liebre. Que no fue una liebre cualquiera lo refleja el mismo Corrochano a su ampulosa manera: "Se abrió por quinta vez la puerta de chiqueros, y salió un toro negro de más adecuada presencia, más adecuada bravura y más adecuada nobleza. Y salió un torerillo, Heriberto García se llama (...) No tiene nombre de torero, pero que lo es –ayer lo fue– ya nos lo había mostrado en un quite, por lo precioso y por lo bonito. Y nos llamó de nuevo la atención por su elegancia al lancear limpiamente, sin contorsiones ni codilleos. Puso dos pares de banderillas, sin gran arte pero bien de ejecución. Y salió a matar. Capítulo aparte.
Salió a matar y le vimos unos momentos con la muleta como hacía mucho tiempo no veíamos. Dio pases tan bien toreados, tan impecablemente rematados y con una quietud tan aplomada que nada tenían que ver con esos pases afectados, tan frecuentes, ni con esa falsa quietud, disimulada con constante enmienda (…) Después de un soberbio natural, con el toro revuelto, dio un pase obligado de pecho que fue una maravilla, por lo ajustado y por lo tranquilo. Fue a tocar un pitón, se le arrancó el toro, y sin inmutarse, sin un gesto de extrañeza, acopló el pitón a la muleta y pasó todo el toro por delante del torero, que no se movió ni luego de rematar. El arte, el valor y la gracia se habían puesto de acuerdo para torear. En algunos momentos la faena me parecía salpicada de cosas inconscientes; pero no, el muchacho seguía toreando a gusto, a gusto con él, y cuando un torero torea gustándose no hay inconsciencia. La faena tuvo una gran emoción porque tuvo una gran formalidad, aunque quizá fuera más pródiga en gracia que en dominio. Citó a recibir y el toro no acudió. Insistió, acortando distancias, no supo despedirle y fue cogido de lleno muy aparatosamente. El público tuvo una gran contrariedad y aplaudió muy fuerte mientras lo llevaban a la enfermería, herido de cornada en un muslo (...)
Ya era noche cuando salimos de la plaza:
–Sabe usted que ese Filiberto…
–No se llama Filiberto, sino Hedilberto.
–Tampoco es así; creo que es Heriberto.
–¡Se llame como se llame! G. Corrochano". (íbid)
Tremenda cornada y primer rabo en Madrid para un mexicano
Aunque no hace Corrochano la menor alusión a los trofeos que premiaron tan singular gesta torera, la enciclopedia Los Toros –el famoso Cossío– despeja cualquier duda al respecto mediante una extensa relación de la gran actuación de Heriberto, que además detalla las serias las heridas recibidas por el diestro hidalguense:
"Desde el primer momento se vio que Heriberto quería demostrar que los elogios llegados desde su país eran parcos en relación con sus hazañas, y que quería revalidarlos y ponerse, aquí en España, a la altura de los mejores. En su primero, un toro bronco (…) estuvo muy valiente y muy torero, escuchando grandes ovaciones. Y en el quinto (…) desde que salió y hasta que murió el toro, con el capote, con las banderillas, con la muleta y con el estoque hizo una labor del más puro sabor belmontino, de las que perduran para siempre en la memoria de los aficionados que la presenciamos. Especialmente en el último tercio, la emoción sentida por el público fue de las que le habían producido las más grandes faenas de los más grandes maestros (…) Algo portentoso por lo valiente, por lo artística, por su maestría (…) El público de pie, entusiasmado, la aclamaba sin cesar. Entusiasmo que aun pudo subir de punto cuando lo vio liar su muletilla y citar a recibir, suerte tan poco frecuente. Tuvo que citar dos veces: en la segunda se arrancó con mucha fuerza el toro. Heriberto, impávido, temerario, no se movió y clavó el estoque en lo alto de la cruz, hasta las cintas y en la más perfecta dirección. Pero al mismo tiempo (…) sufrió una cornada en el muslo derecho, tercio superior, con un trayecto ascendente hacia la cresta ilíaca y otro hacia el arco crural; otra trayectoria transversal y otra descendente, con infinidad de destrozos y desgarros. No hay que decir que se le concedieron los máximos honores, las dos orejas, el rabo y lo que era mejor, el comentario entusiasta, calurosísimo y unánime de los aficionados y la crítica (...)
Pudo vencer los tristes augurios del protomedicato. Lo que no pudo ya fue sostener su crédito a la altura en que lo colocó la exaltación de aquella memorable hazaña. Toreó ese año en España 22 corridas más. Estuvo en general bien. Pero recordaba con demasiada frecuencia el terrible percance, con su secuela de dolores y sufrimientos. A veces parecía incierto su valor. Había pasado su momento cumbre." (Cossío, José María de. Los Toros. Tratado técnico e histórico. Tomo 3. pp 326-327. Edit. Espasa-Calpe. Madrid. 1969)
Aclaración de José Alameda
Como testigo presencial del triunfo y el drama de Heriberto García la tarde del 20 de abril de 1930, el escritor hispanomexicano fue enfático al señalar:
"Heriberto cortó el rabo de aquel toro. Digo esto, porque con la cuestión de los rabos concedidos en Madrid ha armado tal lío el sector "terrorista" de la crítica española que ha terminado por confundir a muchos que no participan de su mala fe, de su deliberado propósito de falsear la historia, estableciendo y difundiendo una estadística falaz, al servicio de postulados insostenibles por los que batalla tontamente. Y empleo este adverbio porque es tontería difundir falsedades contra las que militan testimonios que las desmienten (puesto que) en Madrid se han concedido más rabos de los que "oficialmente" quieren registrar dichos terroristas de la pluma, quienes se los escamotean no sólo a algunos mexicanos, Heriberto entre ellos, sino también a españoles que no son de su agrado". (El Heraldo de México. 22 de noviembre de 1981).
Estrella fugaz
Aquella promesa de torero abocado a lo más alto cesó de súbito. Las postreras hazañas de Heriberto García Espejel –como el rabo cortado a "Lamparillo" de Miura en El Toreo de la Condesa (01-02-31)– no alcanzan siquiera la primera mitad de la década del 30, y pocas noticas habrá ya de su paso por los redondeles. Dedicado a la formación de aspirantes tuvo un hijo torero, homónimo suyo, que incursionó por España como novillero y alcanzó a tomar una alternativa de perfil bajo (Toreo de Cuatro Caminos, 16-02-58, de manos de Juan Silveti) antes de hacerse subalterno, especialidad en la que tampoco duró mucho. Nuestro protagonista moriría trágicamente en accidente de carretera cuando volvía con algunos pupilos suyos (entre ellos, Humberto Flores) de entrenar en una hacienda ganadera (Ixtlahuaca, Mex. 29-08-82).