La presente temporada de Morante de la Puebla ha devuelto la ilusión a muchos aficionados, sobre todo a aquellos que encuentran en su toreo la autenticidad del arte, y cada una de sus corridas se está convirtiendo en un gran acontecimiento que, este año, seguramente, los obligará a meterse muchos kilómetros en el cuerpo para seguir disfrutando de su genialidad.
Y como a partir de este sábado en Salamanca tiene una apretada agenda, ya habrá oportunidad de acercarse a más de alguna plaza para asistir a los toros con el espíritu renovado, y las ganas de volver a sentir eso que el arte del toreo es capaz de provocar en quienes atesoran la sensibilidad de apreciarlo.
Los ecos de su reciente actuación en Madrid siguen inundando las redes sociales, y ese llanto silencioso y cómplice de Morante, arropado por una enorme cantidad de jóvenes, en una de las salidas a hombros más reconfortantes de los últimos años, habrá calado en lo más profundo de su ser, porque se ha sentido comprendido.
Desde su etapa como novillero ha caminado por distintas etapas expresivas. Y si primero comenzó con un estilo de maneras sevillanas, que entroncaban con artistas de la más pura raigambre andaluza, andando los años fue dando forma a su sentimiento torero con una voz propia e inconfundible, cuyo melodioso cante es la evocación poética de una epifanía.
De torero sevillano "tradicional", pasando por el artista excéntrico de camisas estampadas y patillas a lo Tragabuches; o con la cabellera larga y revuelta los días sin toros –reminiscencia de cantaor gitano–, hasta desembocar en el personaje de los puros encendidos en los callejones, Morante fue ahondando en la historia del toreo y se sumergió en las viejas estampas del XIX; se compenetró con la vida de Joselito y Belmonte, y bebió de esas fuentes eternas para tratar de adoptarlas a sus formas, a su depurada técnica, a su concepto del arte, con el viento a favor de un toro bravo y con clase que nada tiene que ver con el de hace más de un siglo.
Desvelar públicamente su enfermedad mental ha sido un ejercicio tan desinhibido como sincero, en el que Morante se ha puesto el corazón en la mano y, a la misma vez, ha tocado muchos otros, quizá más todavía de aquellos inconformes con su toreo o su personalidad; los que no comprendían sus espantás a mitad de una temporada; los que no estaban receptivos a su fragilidad de espíritu.
Y en medio de este misterioso transitar por la vida, con sus angustias, sus inseguridades, su forma de ser y asumir el toreo, ha dado como resultado el alumbramiento de uno de los artistas más puros de la historia, por estos días inmerso en una incesante búsqueda de naturalidad fundida al empaque de siempre; del temple sedoso a los toques precisos de sus telas; de un andar por la plaza que, en el panorama actual, no tiene parangón. Por eso, ¡Morante hoy es Morante, más que nunca!