El barroco es una manera de entender el arte y la vida que surge cuando se rompe la idea de un mundo ordenado y estable. Expresa una conciencia aguda de que todo es frágil, cambiante y lleno de contrastes: entre lo eterno y lo pasajero, lo bello y lo terrible, lo divino y lo humano.
El toreo es un arte barroco que con Morante de la Puebla ha alcanzado su máxima expresión ética y estética.
Ética, porque su toreo es un refugio de su mundo interior. Una conducta melancólica y trágica. Es consciente de la muerte y de la vanidad de lo humano, pero, paradójicamente, celebra la intensidad de la vida. Y estética porque desde su forma de andar, sus lances y pases expresan el claroscuro, la exuberancia, lo enigmático.
La fecha del primero de mayo del 2025 quedará grabada en el alma de muchos de nosotros. La suerte en partida doble: era día de asueto y la corrida se transmitía por Canal Sur. Eso nos permitió ver a los toreros sevillanos construir mundos; crear formas que revelaban una realidad oculta, algo que aún no había sido pensado. Lo bello es lo inquietante, lo que nos obliga a mirar de nuevo.
Morante partió plaza con un terno saturado de bordados dorados, arabescos inquietos y filigranas en movimiento, no solo como adorno, sino como una declaración de estilo y de mundo.
Los artistas barrocos saturaban los espacios con diseño, curvas, ornamentos, porque no confiaban en el vacío: lo percibían como amenaza y abismo. En una época marcada por la incertidumbre, llenar cada rincón era una manera de dominar el caos.
El horror vacui (miedo al vacío) de Morante no es solo decorativo: es una postura existencial. Sabía de la inestabilidad. Por lo que el exceso de adornos no oculta la verdad, la revela como compleja, desbordada, cargada de ambigüedad y misterio. En lugar de reflejar el mundo, los artistas barrocos lo reinventan con exceso, porque solo así pueden responder a su propio desorden.
"El arte no es la copia de lo real, sino su intensificación", dice el filósofo francés Georges Didi-Huberman de la obra de Caravaggio, como hoy lo podemos afirmar de la faena de Morante. Caravaggio, Rubens y Rembrandt no buscaban copiar la realidad, sino modelar el drama. En su pintura, los cuerpos emergen de las sombras, la emoción no está en la estructura, sino en la tensión entre luces y gestos.
Morante quiso adornarse con una larga pegado a tablas, pero el toro repitió, y el artista sevillano ligó cinco largas más, echando el pecho pa’lante, cargando la suerte, expresando lo más intenso de su drama interno, ejecutar después una especie de molinete invertido y rematar con otra larga que se sintió como un forzado de pecho.
En "Amor constante, más allá de la muerte" Quevedo ilustra la visión del arte como conflicto:
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo no describe el mundo, lo enfrenta con forma, con lenguaje cargado; los versos condensan la tensión barroca entre lo material y lo espiritual, lo finito y lo eterno.
El barroco hace visible el conflicto interior del artista y su entorno. No representa la realidad, la configura con palabras, luz, sobras y excesos.
De la misma manera, la estética de Morante de la Puebla es de vértigo. No torea como quien aplica un modelo, sino como quien inventa una forma en el instante, bajo amenaza. Su arte configura lo informe. No se limita a interpretar la embestida del toro; la transforma en imagen, en arquitectura emocional, en escritura efímera sobre la arena.
Como en el barroco, el caos está en el centro del arte. Y en este caso, el caos tiene nombre y cuerpo: toro bravo de Domingo Hernández. Su embestida no era dócil o previsible, era un animal remiso, con un ligero calamocheo. Esto lo volvía una fuerza ciega, una curva impredecible. Una materia viva que resiste la forma. Por eso la intensidad de la faena de muleta.
Morante no toreó el toro: torea el caos.
Y no lo ordenó: lo convirtió en obra.
Su arte no refleja una idea previa. No copia un modelo. No responde a una lógica simple. Es, como el barroco, una forma de habitar el abismo con belleza. Una manera de configurar lo imposible sin anularlo, de hacer visible una verdad que solo existe cuando se arriesga todo: el cuerpo, el arte, el instante.
Como un soneto de Quevedo o un lienzo de Caravaggio, la faena de Morante fue un instante barroco: tenso, artificioso, arriesgado y bello. Por eso, el 1 de mayo de 2025, dejó una huella indeleble en la memoria de quienes la contemplamos.