Otra corrida interesante fue la que se vivió esta tarde en la Plaza México, aunque sin la emoción y trascendencia de la anterior, de la ganadería de Las Huertas, salvo por la expresiva faena que realizó Angelino de Arriaga con el único toro realmente bueno de Rancho Seco, que trajo un encierro muy variado en encastes y, por lo tanto, también de hechuras.
"Majadero" –que de ello no tuvo nada, por cierto– se lidió en quinto lugar y fue un toro muy definido desde su salida. Acometió con alegría y nobleza en el buen saludo capotero de Angelino, que regresaba a este escenario tras haberse visto frustrada su comparecencia anterior, en aquella corrida charro taurina del 16 de septiembre que se suspendió por lluvia, en la que sólo pudo hacer el paseíllo y no tuvo ocasión de torear.
Así que una década más tarde de haber toreado en La México, el torero de Apizaco venía con la mente puesta en el triunfo, deseoso de agradar y hacer las cosas bien. Sin embargo, su tarde comenzó cuesta arriba cuando, tras confirmar al venezolano Colombo, el segundo toro del festejo saltó al callejón y se lastimó una pata, provocando así su devolución.
En su lugar salió un ejemplar de Pastejé, vareado de carnes, serio, y con el comportamiento del toro que ya tiene "cinco hierbas", como decían los taurinos antaño, y no se lo puso fácil, porque sabía lo que dejaba atrás y cortaba el viaje. Angelino, habiendo estado esforzado en un quite y también con las banderillas, luego no lo vio claro en la muleta y prefirió abreviar con un toreo por la cara para culminar su labor de una estocada entera y desprendida.
Pero luego salió el mentado "Majadero" y el panorama cambió por completo a Angelino, pues lo entendió desde que lo toreó con soltura a la verónica y luego en un vistoso quite por chicuelinas. En los primeros compases de la faena, el toro le avisó que sería igual de noble y el torero acabó por confiarse y así fue fluyendo, en una faena expresiva, por inspirada, en la que hubo toreo que emocionó mucho al público, sobre todo cuando toreó al natural con sentimiento y abandono.
También los redondos y los adornos tuvieron su chispa, y la faena fue creciendo en intensidad y compenetración con un público de dulce que aplaudió con regusto todo cuando hizo el espigado torero de dinastía. Entonces comenzó a llover y parte de la gente salió huyendo hacia los palcos de sombra y las lumbreras a refugiarse del agua que caía con fuerza.
En ese ínter, Angelino había terminado la faena cuando la petición de indulto había cobrado más fuerza, así que miró al palco del juez de plaza, desde donde recibió la indicación de Enrique Braun que entrara a matar, y parece que este detalle lo sacó de concentración y así sobrevino un amargo pinchazo, previo a la colocación de tres cuartos de estocada que tumbaron al noble "Majadero", cuyos despojos fueron premiados con una aclamada vuelta al ruedo.
Se esfumó entonces el triunfo para Angelino, y ni siquiera fue atendida la petición mayoritaria de concederle una oreja, lo que sin duda hubiese sido más que merecida, y tuvo que conformarse con recibir, al final de la corrida, el premio de consolación por haber sido el espada más destacado en banderillas, según la votación hecha por el público a través de un código QR, modernidades de hogaño.
Jesús Enrique Colombo confirmó la alternativa con mucha dignidad con un primer toro –de encaste Murube–, que tenía un trapío extraordinario: era reunido, fino de cabos, de lustroso pelaje y muy bien puesto de cabeza, que fue ovacionado de salida. Pero el "Bailador", que así se llamaba, fue más contenido que continente y no tuvo fondo de bravura, por lo que el esforzado venezolano lo lidió con acierto y estuvo por encima del de Rancho Seco, al que pinchó.
Agradable de hechuras y noble fue el quinto, en tipo de Garfias, con el que Colombo volvió a mostrar su bien aprendido oficio. Hizo un buen quite por caleserinas y volvió a cubrir el tercio de banderillas con su acostumbrada espectacularidad, un hecho que el público le agradeció con sus palmas. Más tarde hizo una faena entonada, a pesar de la falta de transmisión del toro, que terminó rajándose y salió suelto de la muleta, antes de tumbarlo de una estocada tendenciosa.
Entre el triunfo que Colombo vivió ayer en Autlán, a la confirmación de La México de hoy, pasaron pocas horas, y ya le dio vuela a la página. Ahora tendrá que seguir adelante buscando labrarse un camino en las próximas corridas que tiene contratadas, –varias de importancia–, pues en él hay un "producto taurino" –si cabe la expresión– que puede resultar siendo rentable para las empresas mexicanas.
Juan Pedro Llaguno anduvo a gusto, con cabeza clara y detalles de torero fino, fiel a ese estilo de talante sevillano que corre por sus venas, pues no en vano es sobrino nieto de Manolo González, aquel esteta del toreo que en 1951 vino a confirmar su doctorado a esta plaza.
Hasta en banderillas se vio sobrado y sonriente, haciendo las cosas para él, y dejando destellos sueltos de calidad con dos toros de muy distinta condición. El primero, en tipo de Santa Coloma y de escaso trapío, fue flojo y no remataba las embestidas, por lo que la faena de Llaguno no terminó de crecer; y el segundo, el otro toro de encaste Murube de la corrida, que fue soso y con el que apenas se pudo mostrar, aunque dejó en claro un andar sereno por la plaza, de talante carismático que, de suyo, ya tiene un valor. Ojalá que le brinden más oportunidades, pues en el queretano hay un torero con una frescura natural que enriquecería más de algún cartel.