Al despuntar el otoño de 1957 se abrió una nueva grieta en las relaciones taurinas de México y España, esta vez por iniciativa mexicana. El convenio signado en 1951 quedaba roto, y la suspensión del intercambio taurino iba a extenderse por cuatro largos años.
Fueron Fermín Rivera, presidente de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos, y Alfonso Gaona, en representación de los empresarios, quienes firmaron en Madrid, con David Jato, cabeza del Sindicato del Espectáculo español, un nuevo acuerdo, que a las cláusulas de reciprocidad habituales añadió una que proscribía la presencia en los carteles de mayoría de espadas visitantes (octubre de 1961).
Por la época del año en que este convenio se formalizó, correspondería a los hispanos presentarse en territorio mexicano antes de que los aztecas pudieran hacerlo en España. Un pretexto adicional fue el incumplimiento de contratos anteriores a diestros españoles.
El Toreo, no La México
El primer cartel después de la reanudación se dio en Monterrey con la presentación del catalán Joaquín Bernadó alternando con Félix Briones y Joselito Huerta, toros de La Punta (17-12-61). Bernadó causó excelente impresión, aunque la primera oreja la cortaría hasta su segunda corrida, el 24, en Puebla, a "Malagueño" de Peñuelas. Para entonces ya habían sido fijados en los muros callejeros de la capital los dos primeros carteles de la temporada hispano-mexicana a verificarse en El Toreo de Cuatro Caminos (Naucalpan de Juárez).
¿Razones para no utilizar la Plaza México? La de cajón, que en el estado de México la carga impositiva era más benigna; la del aficionado suspicaz, un reglamento bastante más laxo que el del Distrito Federal en cuanto a la presentación del ganado se refiere, lo que le permitiría a Alfonso Gaona ir alternando encierros de galana presencia con otros menos aparentes. Y como El Toreo no confirmaba alternativas, las novedades hispanas de aquel invierno (Fermín Murillo, Paco Camino, Bernadó, Luis Segura y Mondeño), tuvieron que esperar a presentarse en La México para obtener el refrendo de sus respectivos doctorados.
31 de diciembre del 61: la reanudación
Esta vez no hubo corridas de la concordia ni cosa parecida, pero una vez roto el paseíllo el público ovacionó con calidez y afecto al zaragozano Fermín Murillo, primer hispano en comparecer, con Antonio Velázquez y Juanito Silveti como alternantes y un encierro de La Laguna en toriles. Pero el lujoso terno morado y oro del aragonés terminaría hecho girones por los pitones de "Rumboso", su primero, que lo cogió feamente nada más abrirse de capa y de nuevo, durante la faena de muleta, en el inseguro trazo de un pase natural, con lo que quedó Fermín definitivamente fuera de combate. Había producido en el público clara sensación de inconsistencia, pero cuando las asistencias lo conducían a la enfermería sonó una ovación en reconocimiento a la valentía de quien permaneció en la arena en evidente inferioridad física y ante un bicho fuerte y de sentido, del que Velázquez iba a deshacerse sin buscar el lucimiento.
En realidad, el veterano diestro leonés no vio la suya en toda la tarde pese a la manifiesta voluntad que derrochó ante el cárdeno "Palaciego", que se dejaba torear pero ante el cual se le vio a Antonio, pese a su manifiesta voluntad, sin sitio y hasta anticuado. Y tras los apuros pasados para despachar al que hirió a Murillo, su impotencia fue aún más patente con el duro y encastado cuarto, que lo trajo a mal traer hasta el punto de recibir un aviso.
Gran faena de Silveti
Antes de tornarse dramática, la jornada inaugural pasó por un remanso de armonía torera gracias a la soberbia actuación de Juan Silveti Reynoso con "Sacristán", lagunero noble y repetidor con el que el hijo del Meco ofreció un recital de toreo no ya puro sino suntuoso, en faena llena de majeza, temple y elegancia. Muy seguro y muy señor, sin el mínimo tropiezo, sin la menor mácula, fue trazando una obra de arquitectura impecable, de figura en sazón en tarde genuinamente inspirada.
No era solo la limpieza de trazo en el toreo en redondo, lento y hondo, a derecha e izquierda, sino la variedad y el buen gusto derrochados, extraordinarios sus cambios de mano por delante, vertical y suave el giro de las sanjuaneras finales. La emoción contenida del autor se saboreó a lo largo del bellísimo trasteo, atinadamente rematado con la espada y premiado solamente con una oreja porque el palco del juez de plaza de El Toreo lo ocupaba un primerizo ayuno de sensibilidad y experiencia. Y si no hubo más por parte de Silveti fue porque su segundo era tan chico que la indignada multitud se opuso a que Juan intentara lucirse con él. Lo que no obstó para que mantuviera su tono magistral, ya que no lucido, con el cierraplaza destinado a Murillo, el peor del desigual encierro lagunero.
Esa misma temporada cuatrocaminera, Juan Silveti Reynoso (CDMX, 05-10-29 – Salamanca, Guanajuato 24-12-2017) iba a cuajar otra faena modélica con un toro apagado y reservón de El Rocío al que no le cortó las orejas por culpa de la espada (04-03-62). Luego, por uno de esos misterios insondables que tiene la Fiesta, el extraordinario torero que fuera Juan entre los años 60 y 62 fue perdiendo con extraña rapidez el interés y el sitio, y con ello la importancia artística que llegó a ostentar hasta concluir grismente su carrera. Pero antes, como muestra de un arte severo y clásico, con sabor personal y un toque de radiante plenitud, dejó faenas como la de "Sacristán", de La Laguna, el día de San Silvestre de 1961. La más redonda de las varias excelentes que le vi al "Tigrillo" en su época cimera.
Año Nuevo del 62: llega Paco Camino
De los diestros hispanos que Alfonso Gaona contrató para aquel invierno, la única figura reconocida era el aún imberbe Francisco Camino Sánchez (Camas, 14-12-40 – Navalmoral, 29-07-2024). Y si la víspera El Toreo se había llenado por completo, la apretura en taquillas y graderíos fue todavía mayor el día de Año Nuevo de 1962 para ver la presentación del nuevo fenómeno, acartelado con Alfonso Ramírez "Calesero" y Antonio del Olivar para dar cuenta de un encierro muy bien presentado de Pastejé.
Por desgracia, la corrida salió tan mala que dos de las reses fueron regresadas al corral debido a su extrema mansedumbre, y El Calesero, recibido con júbilo por los admiradores de su arte, inició, con aquel ganado a contraestilo, un cuesta abajo imparable que ya solo les depararía decepciones a él y al público de la capital. Lo que no significa que esta tarde dejara de ofrecer algunos lances de su exclusiva marca y finura, incluido un gran quite por chicuelinas con "Perdigón", el segundo suyo, replicado con otro aún más lento y sabroso por Del Olivar, con quien a esas alturas estaba la gente, que abroncaría a Alfonso durante y al término de la exhibición de impotencia y dudas que fue su muleteo al reservón morlaco. Del palco le enviaron un aviso, lo que era en ese entonces indiscutible mancha para el prestigio de cualquier torero.
Del Olivar, imponente; Camino, gris
Sin duda, el héroe de la jornada fue Antonio del Olivar. Nacido en Mérida y adoptado por Celaya hasta su fallecimiento (20-10-34 – 19-11-97), acababa de indultar a "Sereno", de San Miguel de Mimiahuapam, en la Navidad queretana, y había conseguido aunar a la plasticidad de su estilo, sabrosamente mexicano, un hambre de triunfo que no se le conocía y que le permitió extraer un partido insospechado de "Barquillero", el pastejeño corrido en quinto lugar, una vez establecida su nueva actitud ante el reserva de Piedras Negras con el que contendió de inicio, con un principio de faena de escándalo luego del cual el cárdeno tlaxcalteca se apagó por completo. Pero ya con el público encandilado y receptivo –según se vio cuando alternaba en quites con Calesero–, Antonio se arrimó como desesperado al incierto y probón "Barquillero" en un gallardo crescendo muleteril de gran aguante y trazos rotundos, con los pitones del remiso a la altura de la pechera. Y si se protestó la concesión de la oreja sería por lo bajo que cayó su espada, pues, una vez desechado el galardón, la ovación lo obligó a recorrer la pista en son de triunfo hasta en dos ocasiones.
En cambio, la esperada presentación de Paco Camino quedó en agua de borrajas. Sin toros propicios, no mostró más atributos que cierta habilidad para tramitar el compromiso y deshacerse con brevedad de los incómodos ejemplares mexiquenses, solvente pero sin exponer un alamar. Tanto así que Carlos León, que a las pocas semanas estaba convertido en principal paladín del caminismo desde las páginas del diario Novedades, escribió de entrada que "Si Paco es Camino, Del Olivar es autopista de las que pueden llegar muy lejos". (Novedades, 2 de enero de 1962)
Como sabemos, la profecía de León salió al revés: poco tardaría el Niño Sabio de Camas en dar su primer golpe maestro –en la corrida siguiente cobraba par de apéndices aunque toreando con excesiva rapidez, aunque poco tardaría en acoplarse al temple lento de los toros y los diestros nacionales–; en cambio Del Olivar, luego de otras dos estimulantes actuaciones, iba a resentir los efectos de la grave cornada que le infligió "Gavilán", de El Rocío, en la decimoprimera corrida de la temporada (04-03-62), después de la cual no volvió a ser el mismo salvo por alguna faena aislada, evidencia fugaz de su barroco sentido de la estética.
El Calesero según Camino
Quede para el anecdotario la opinión expresada años después por Paco Camino acerca de la impresión que le produjo el personalísimo arte capotero de Alfonso Ramírez. Fue en conversación privada con Julio Téllez, que acababa de entrevistarlo para su programa de televisión Toros y Toreros: "Ya fuera de la grabación, nos dijo (a Téllez y a Luis Ramón Carazo): "Cuando yo debuté en México y vi torear por primera vez al Calesero, me dije, sorprendido y admirado, ¡Y qué hace este hombre aquí, cuando podría ser el mejor torero del mundo!”. Cuarenta y un años después, Camino lo seguía recordando con emoción" (Téllez, Julio. y otros. Alfonso Ramírez "El Calesero". El Poeta del Toreo. Edit. Coordinación de Asesores. Gobierno de Aguascalientes. 2004. p. 115).