"...Nos invita a detenernos y mirar hacia adentro. Es un llamado..."
Recuerdo cómo de niño, la Navidad se llenaba de magia. Las vacaciones, los regalos y la convivencia con mis primos me llenaban de ilusión y entusiasmo al esperarla. Ese encanto resurgió con el nacimiento de mis hijos. Queríamos hacerles vivir momentos de fantasía y que, al mismo tiempo, reflexionaran sobre el significado de Jesucristo, poniendo al Niño Dios como el centro de sus vidas.
En la parroquia del pueblito donde vivíamos en Inglaterra, cuando cursaba el doctorado, nos entregaban un calendario con actividades para cada día del Adviento. De una forma lúdica, invitaban a las familias a prepararse para la Navidad, integrando en sus rutinas diarias la profundidad espiritual de este acontecimiento.
A mí me gustaba llenar tarjetas de Navidad. Era una forma de felicitar amigos, agradecer a participantes o aquellas personas con las que había convivido durante el año. Era, también, una manera de compartir con mis conocidos la alegría de la Navidad. Lo hacía junto con otros ejercicios espirituales que me ayudaban a interiorizar y prepararme para la llegada de Nuestro Señor.
Este año, la vorágine cotidiana me hizo sentir que el Adviento se desvaneció antes de poder percibirlo. Los pendientes y la complicación de la cotidianidad eran mucho más urgentes. En mi escritorio, me habían dejado un bonche de tarjetas que no me ocupé ni siquiera de revisar. Tenía que terminar de escribir un caso, calificar exámenes, validar partidas no conciliadas y seguir promoviendo para cumplir con los presupuestos.
Viajes, kilómetros recorridos en carretera, sesiones... y una lista interminable de tareas. Noviembre y el inicio de diciembre fueron días complejos. La rutina hacía que la Navidad quedara relegada al último lugar de mis pensamientos. Además, como mis hijos ya no viven en casa, no había que pensar en el arbolito, el nacimiento, ni en otros pequeños detalles que hacen que se vaya generando un ambiente agradable, previo a la Noche Buena.
En medio de un contexto político y económico incierto, parece que las preocupaciones desvían nuestra atención de la trascendencia espiritual que la Navidad nos invita a redescubrir.
Hubo una comedia musical en Broadway que llevaba el nombre "Stop the world, I want to get off" ("Paren el mundo, me quiero bajar"), que después fue llevado al cine por Philip Saville, que desde el título describía esa sensación de querer detener el ritmo de la vida se asemeja a cómo, en el Adviento, olvidamos la pausa necesaria para reencontrarnos con el verdadero significado de la Navidad.
Reflexiones entre charlas, música y homilías
Por fortuna, trabajo en una institución en donde no nos dejan que se nos olvide el verdadero sentido de la Navidad. Y no solo es porque nos dan vacaciones a final del año, sino porque hay mecanismos para que cada uno reflexionemos sobre el propósito.
En el Programa de Dirección, D-1 de Guadalajara, mi colega Fernanda Canale impartió una sesión sobre el espíritu cristiano de la Navidad. Empezó hablando de la rapidez de la vida cotidiana y de las complicaciones con las que nos enfrentábamos todos los días. Era como si la plática, pensada para nuestros participantes y sus cónyuges, me la estuviera dirigiendo a mí.
Fernanda vinculó su mensaje con el amor y la experiencia de sentirse amado, subrayando la importancia de la disciplina, la atención plena y el contacto humano como pilares para fortalecer nuestras relaciones. Pero más importante aún, aseveró que el verbo amar se conjuga en el presente. De ahí brincó a la gratitud… Nos cuestionó: ¿A quién le damos las gracias? ¿Quién es ese "alguien"? ¿Qué cosa valiosa me dio? ¿Cómo quiero corresponderle?
Estas reflexiones sobre el amor y la gratitud resonaron en un espacio completamente distinto pero igual de introspectivo: el concierto de "El Mesías" de Händel.
Fui con Paloma, mi esposa, a ver la obra de Georg Friedrich Händel en el Teatro Degollado, con la Orquesta Filarmónica de Jalisco. Más que un concierto, fue una experiencia estética y una elevación espiritual provocada por la música sacra.
La música logra armonizar razón y emoción. Su belleza enfrenta nuestra pequeñez con lo divino. La obra no es solo un reflejo de su época; es una invitación atemporal a reflexionar sobre nuestra propia búsqueda de sentido y propósito, conectando nuestra humanidad en un sentido trascendental.
El poder estético de la música barroca transforma la religiosidad en una experiencia artística sublime. El gozo de El Mesías está en la experiencia sensorial y espiritual que el arte ofrece. No es solo el Hallelujah, que es el momento cumbre, sino cada una de las etapas que nos conecta con la narrativa sagrada del Salvador, el júbilo por el nacimiento de Cristo, la esperanza y la redención del mundo.
"For unto us a Child is born, unto us a Son is given" (Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado), es un coro es emblemático de la obra y se caracteriza por su alegría y energía, reflejando el júbilo por el nacimiento del Salvador. Su estructura contrapuntística, típica del estilo barroco, refuerza la sensación de celebración y esperanza. Luego el aria "Rejoice greatly, O daughter of Zion" ("Regocíjate, hija de Sion"). Me transportaba a la magia de la Navidad de mi infancia.
"For unto us a Child is born" (Händel)
El libreto, basado en textos bíblicos seleccionados por Charles Jennens, no sólo cuenta una historia, sino que interpela al oyente con preguntas esenciales: ¿Qué significa para mí el nacimiento de Cristo? ¿Qué exige de mí la redención?
"Rejoice greatly, O daughter of Zion" (Händel)
La Navidad como confrontación y reconciliación
Después, previo a la cena de Navidad que Marcela Angulo Nafarrate, Secretaría General del IPADE, organizó para agasajar a los directivos, tuvimos una Misa en la que el P. Wong retomó ideas que se vinculaban con el mensaje que venía rumiando desde la charla que le había escuchado a la doctora Canale.
Por eso inicié esta reflexión con la cita de Kierkegaard: "La vida debe ser comprendida mirando hacia atrás, pero vivida hacia adelante", recordándonos que la Navidad es una invitación a reconciliarnos con nuestro pasado para proyectarnos con esperanza hacia el futuro. La Navidad, entonces, no es solo una celebración; es una confrontación con nuestra historia personal y un llamado a asumir la responsabilidad de nuestro destino.
En la era de la IA, de la superficialidad de las series de Netflix y del consumismo propio de las fiestas decembrinas, la celebración del nacimiento de Jesucristo nos invita a un viaje interior, a enfrentarnos con nuestras decisiones, nuestro destino y a reencontrarnos con la esencia que nos humaniza.
Conclusión y buenos deseos
En este tiempo de reflexión y gratitud, la Navidad nos invita a detenernos y mirar hacia adentro. Es un llamado a confrontarnos con nuestro destino, a cultivar la intimidad con nuestras propias vidas y a reconciliarnos con nosotros mismos. Mi deseo es que, como en "El Mesías" de Händel, cada uno encuentre en este tiempo la armonía entre la esperanza y la acción, entre el amor y la responsabilidad.
Este año no envié tarjetas navideñas, pero escribo estas palabras con la intención de transmitirles un cálido saludo. Que el espíritu de la Navidad ilumine sus días con propósito y gratitud.
¡Les envío un fuerte abrazo, con mis mejores deseos para que pasen una muy feliz Navidad y un próspero 2025!